Claude Benet reconstruye en 'Guies, fugitius i espies' el papel de Andorra en las redes de evasión durante la II Guerra Mundial; compila el testimonio inédito de pasadores locales y de refugiados que cruzaron los Pirineos por el Principado.
E. Lloyd y H. Turnbull, soldados de artillería del ejército británico, fueron afortunados. Muy afortunados. Capturados por los alemanes en la localidad de St. Valéry-sur-Somme, al noroeste de Francia, el 12 de junio 1940, exactamente un año después llegaban a Gibraltar para ser repatriados hacia Inglaterra y reincorporarse el 1r regimiento de artillería montada de Su Graciosa Majestad. Había una guerra que había que ganar, ahí fuera. El periplo de estos dos hombre hacia la libertad se alargó doce meses desde que se escaparon de Frevent, el 23 de junio de 1940, aprovechando un despiste de sus captores: su ruta pasa por Aquest, Plouy, Amiens y Marly-le-Roi, contando siempre con la ayuda y la complicidad de la población local, lo que no deja de tener mérito porque en 1940 la mayoría de los franceses todavía no tenían muy claro de qué lado estaban, si es que estaban de alguno. No olvidemos que la mayor parte de Francia ha sido ocupada, y que a Pétain le han dejado un rinconcito simbólico: Vichy.
El caso es que en Marly-le-Roi los acoge el jefe de la policía local y que es él mismo quien se encarga de conducirlos en tren hasta París, donde los enchufa en el expreso de Toulouse. Llegan a esta ciudad el 10 de agosto, los detiene la policía -no tan acogedora como la de Marly, por lo visto, pero vuelven a escaparse y, ahora a pie, pasan por Pamiers y Foix y llegan el 27 de agosto a Tarascón. El 1 de septiembre, la misma familia que se la ha jugado ofreciéndoles refugio durante cuatro días los ayuda a cruzar hasta Andorra: la salvación. Ocho meses en un hotel -quizás el Coma de Ordino un clásico de estos menesteres- a cuenta del consulado británico en Barcelona y de sus contactos sobre el terreno -quizás Francesc Areny, de casa Bonavida de Ordino- y el 18 de mayo de 1941 reciben la orden de unirse a unos contrabandistas que los conducirán hasta España y los empaquetarán en coche hacia Barcelona. El 6 de junio, ya se ha dicho, pisan Gibraltar, y diez días más tarde están de nuevo en Inglaterra.
El caso es que en Marly-le-Roi los acoge el jefe de la policía local y que es él mismo quien se encarga de conducirlos en tren hasta París, donde los enchufa en el expreso de Toulouse. Llegan a esta ciudad el 10 de agosto, los detiene la policía -no tan acogedora como la de Marly, por lo visto, pero vuelven a escaparse y, ahora a pie, pasan por Pamiers y Foix y llegan el 27 de agosto a Tarascón. El 1 de septiembre, la misma familia que se la ha jugado ofreciéndoles refugio durante cuatro días los ayuda a cruzar hasta Andorra: la salvación. Ocho meses en un hotel -quizás el Coma de Ordino un clásico de estos menesteres- a cuenta del consulado británico en Barcelona y de sus contactos sobre el terreno -quizás Francesc Areny, de casa Bonavida de Ordino- y el 18 de mayo de 1941 reciben la orden de unirse a unos contrabandistas que los conducirán hasta España y los empaquetarán en coche hacia Barcelona. El 6 de junio, ya se ha dicho, pisan Gibraltar, y diez días más tarde están de nuevo en Inglaterra.
Lloyd y Turnbull tuvieron toda la fortuna que les faltó al teniente Harold Bailey y a los sargentos Francis Owens y William B. Plasket. Los tres eran tripulantes de sendos bombarderos de la USAF abatidos sobre París, Stuttgart y Normandía entre julio y septiembre de 1943, y después de una muy cinematográfica peripecia fueron a morir de frío y de puro agotamiento en el Pla de l'Estany, bajo el Comapedrosa, el 25 de octubre, cuando tenían la libertad a un paso. Los cuerpos de los tres militares fueron descubiertos al cabo de un año, enterrados en el cementerio viejo de Arinsal y exhumados en 1950 por el ejército norteamericano.
Lloyd, Turnbull, Bailey, Owens i Plasket son sólo cinco de los casos pacientemente reconstruidos por Claude Benet en Guies, fugitius i espies: camins de pas per Andorra durant la II Guerra Mundial, publicado por Editorial Andorra. Una obra minuciosa y magnética, que tiene el mérito indiscutible de los testimonios rigurosamente inéditos que el autor aporta: de los pasadores que operaron en este sector de los Pirineos, claro, pero también y sobre todo de los fugitivos para los cuales Andorra se convirtió en sinónimo de libertad. Entre los primeros figuran los casos ya conocidos de Joaquim Baldrich y Lluís Solà, los últimos supervivientes de la epopeya, al lado de Vicenç Conejos, Salvador Calvet y Josep Monpel, ya desaparecidos: hombres de acción a los que Benet prefiere denominar "caminadores" antes que "pasadores", y que eran los que se jugaban el pellejo en primera línea conduciendo por las montañas los convoyes de refugiados. Pero la lista elaborada por Benet es mucho más extensa: Enric Comas Cases, Antonio Guitar, Josep Ibern, Alphonse Courtade, André Benigos, Émile Delpy, Joan Català, Joan Benazet... Entre los "organizadores", los contactos locales del MI-9 que recibían el aviso de la llegada de un grupo de fugitivos, gestionaban su recogida y organizaban el trayecto final hasta el consulado británico, cita los casos también conocidos de Francesc Viadiu y su -dice- mano derecha, Antoni Forné, y rescata del olvido la figura prominente de Francesc Areny Naudi, el Cisquet de Canillo.
Pero la mayor aportación de Guies, fugitius i espies son con toda seguridad las docenas de relatos de fugitivos, desde judíos que huían de la Solución Final -la berlinesa Lilo Kohen y el nantés Maurice Rothel, entre otros- hasta jóvenes franceses que querían ahorrarse el Servicio de Trabajo Obligatoio en Alemania o enrolarse en los ejércitos de la Francia Libre -Paul Jordan, Roger Estournel, Geroges Tamissier, André Castan y el joven Grosjean, muerto de frío en la montaña y enterrado en el cementerio viejo de Llorts- y pilotos aliados, claro -Joe Cackle, Maurice Collins, James Cobbs, George Stillwell... Benet ha buceado en archivos catalanes, franceses, británicos e israelíes; comunales, departamentales, nacionales e institucionales. Todos ellos le han abierto generosa y naturalmente las puertas: para eso existen. Todos, excepto uno: el del Obispado de Urgel, con la excusa difícilmente creíble de que "no hay documentación sobre esta materia". La conclusión de las casi 300 páginas de Guies, fugitius i espies es que Andorra fue durante la contienda, y en general, "tierra de acogida, donde se trató razonablemente a los refugiados y no se entregó jamás a ninguno a los alemanes". En medio del marasmo, no es poco orgullo.
Pero la mayor aportación de Guies, fugitius i espies son con toda seguridad las docenas de relatos de fugitivos, desde judíos que huían de la Solución Final -la berlinesa Lilo Kohen y el nantés Maurice Rothel, entre otros- hasta jóvenes franceses que querían ahorrarse el Servicio de Trabajo Obligatoio en Alemania o enrolarse en los ejércitos de la Francia Libre -Paul Jordan, Roger Estournel, Geroges Tamissier, André Castan y el joven Grosjean, muerto de frío en la montaña y enterrado en el cementerio viejo de Llorts- y pilotos aliados, claro -Joe Cackle, Maurice Collins, James Cobbs, George Stillwell... Benet ha buceado en archivos catalanes, franceses, británicos e israelíes; comunales, departamentales, nacionales e institucionales. Todos ellos le han abierto generosa y naturalmente las puertas: para eso existen. Todos, excepto uno: el del Obispado de Urgel, con la excusa difícilmente creíble de que "no hay documentación sobre esta materia". La conclusión de las casi 300 páginas de Guies, fugitius i espies es que Andorra fue durante la contienda, y en general, "tierra de acogida, donde se trató razonablemente a los refugiados y no se entregó jamás a ninguno a los alemanes". En medio del marasmo, no es poco orgullo.
[Este artículo se publicó el 4 de noviembre de 2009 en El Periòdic d'Andorra]
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