Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

lunes, 25 de agosto de 2014

Tres catalanes en la II Guerra Mundial: Luis Romero, Sebastià Piera y Carles Sentís

El escritor Luis Romero, el periodista Carles Sentís y el militante comunista (y exiliado) Sebastià Piera fueron tres de los protagonistas de un reportaje que, bajo el título Testimonios de la guerra, se publicó el 6 de mayo de 2005 en Presència, la revista dominical del diario El Punt, y que pretendía conmemorar el 60º aniversario del fin de la II Guerra Mundial evocando el periplo un puñado de los escasos supervivientes catalanes -o radicados en Cataluña (y Andorra, porque Presència se distribuye con el Diari d'Andorra)- que habían tomado parte en la contienda, en uno u otro bando y de forma directa o indirecta. En este mismo blog hemos publicado las semblanzas de tres de los personajes que entrevistamos en aquella ocasión: el falso deportado, Enric Marco, por entonces en la plenitud de su inicua celebridad; el resistente francés Jean León Donnadieu, y el norteamericano Channing King Hall, que desembarcó en Normandía -aunque no el 6, sino el 30 de junio de 1944: no es lo mismo, pero no se puede tener todo, y vayan ustedes a buscar un catalán veterano del Día D. Hoy publicamos el retrato de los tres que por diferentes motivos habían quedado en el tintero, con la noticia añadida que los tres han fallecido en los nueve años transcurridos desde que tuvimos el raro privilegio de conversar con ellos: con Sentís y con Piera, por teléfono; con Romero, en su piso del Ensanche barcelonés. Los años y las mudanzas han extraviado las transcripciones de aquellas entrevistas, que sin duda serían mucho más suculentas que el sucinto, telegráfico extracto que ilustró finalmente el reportaje. 

Luis Romero: los catalanes de Hitler, o un episodio que encaja mal en la historia oficial
El escritor y periodista Luis Romero (Barcelona, 1916-2009) fue uno de los cerca de 46.000 voluntarios españoles que se enrolaron en la División Azul, el cuerpo expedicionario que Franco envió a la entonces URSS para combatir a Stalin al lado de la Alemania nazi. ¿Motivos que los llevaron a enrolarse en esta segunda cruzada? Por ideología, por aventurerismo, para hacer carrera militar e incluso para limpiar un expediente dudoso ante el régimen franquista. Romero fue a parar a la División Azul tras pasar media mili en los calabozos de Montjuic: "Me pillaron cuando intentaba pasar a Francia, como después comprobé que les había ocurrido a muchos de mis compañeros de armas: sin duda fue determinante para que termináramos alistándonos". El novelista luchó como soldado raso en el frente de Novgorod, donde la División que comandaba el general Muñoz Grandes se desplegó a partir del otoño de 1941: "Me destinaron al arma de artillería, así que me ahorré las cargas a la bayoneta, la lucha cuerpo a cuerpo, el hecho inenarrable de tener que disparar a una persona a quien les ves el rostro. Eso no lo habría soportado". Romero tuvo algo más de suerte y se perdió también algunos de los episodios más duros por los que pasaron los españoles en el frente ruso: la defensa de la célebre Posición Intermedia de Udarnik y la batalla de Krassnyi Br, donde el contingente español sufrió 2.252 de las cerca de 5.000 bajas que registró hasta su retirada del frente, en enero de 1944. Romero mira al pasado con la conciencia tranquila: "No veíamos a los rusos como a enemigos, y tratamos a los prisioneros y a la población con la máxima humanidad posible, dadas las circunstancias". Eran años de miserias e iniquidades: "Al volver, en la frontera nos requisaban el uniforme de la Wehrmacht, que era de primera calidad, y nos endosaban a cambio el del ejército español..." La aventura de la División Azul tuvo un dramático epílogo un decenio después con la repatriación a bordo del Semíramis de los últimos 286 divisionarios que habían quedado en Rusia prisioneros de los soviéticos, y que arribaron al puerto de Barcelona el 2 de abril de 1954. Para entonces, Romero ya había ganado el premio Nadal (La noria, 1951). Posteriormente obtendría el Planeta (El cacique, 1961) y el Ramon Llull (Castell de cartes, 1991). Queda claro que ante el régimen franquista había purgado sus pecados, cualesquiera que fuesen.

Sebastià Piera: tres guerras y una sola vida
La peripecia bélica de Sebastià Piera (Santa Maria de Meià, Lérica, 1917-Ajaccio, Córcega, 2014) resume el drama de una generación que maduró en los campos de batalla. Así, en plural, porque se vieron envueltos en dos guerras, la civil y la mundial. Voluntario de primera hora para combatir el levantamiento contra la República, cuando en diciembre de 1944 abandona la primera línea hace más de siete años que lucha contra el fascismo, en cualquiera de sus modalidades. Que en los últimos tiempos lo hiciera desde la trinchera soviética, el otro gran totalitarismo del siglo XX, es otro asunto. El caso es que Piera comenzó la Guerra Civil como comisario polítco (glups) de la columna Carlos Marx. Combate en los frentes de Aragon, Madrid y el Segre, y en enero de 1939, con la derrota republicana, emprende -ya saben- el camino del exilio. Como miles de camaradas, probó la hospitalidad gabacha de los campos de Saint Cyprien y Argelès antes de que, gracias a su condición de fundador del PSUC, fuera reexpedido a la URSS. Sucedió en mayo de 1939, en un convoy integrado por 200 cuadros políticos y altos cargos del ejército republicano entre los que se encontraban Ramon Soliva, Vicenç Carrió, Miquel Buixó y una veintena más de militantes (y militares) catalanes. Desde el Havre hasta Leningrado, Moscú y finalmente Jerson (Ucrania), donde el contingente catalán se dispersó definitivamente: Piera es destinado a la Escuela Política de Nagornaia, donde conocerá a su compañera -Trinitat Revoltó, de la Espluga de Francolí (Tarragona)- y donde lo sorprenderá el estallido de la II Guerra Mundial: "Los soviéticos no querían, pero insistimos en alistarnos en el Ejército Rojo y nos enviaron a hacer instrucción a las instalaciones deportivas del Dinamo de Moscú. Éramos un grupo de entre 15 y 20 catalanes -Agustí Vilella, Emili Fàbregas, Agustí Arcas, Emili García, Josep Gros, Ramon Farré, Josep Florejachs...- que pasamos la contienda juntos. Nos entrenaron para participar en operaciones de sabotaje y de guerrilla".
Así es como Piera y sus compañeros engrosaron la 4a compañía de la brigada especial de la NKVD -el antecedente directo del KGB. El primer destino, en invierno de 1941, fue el frente de Moscú. El objetivo, eliminar a los paracaidistas alemanes infiltrados tras las líneas soviéticas. En el verano siguiente la unidad fue transferida al Cáucaso y esta vez fuern ellos los que se infiltraron tras las líneas enemigas con el objetivo de volar el puente de Terek, al norte de Ordjonikidze, en la actual frontera entre Osetia y Chechenia. La operación se saldó con un fracaso relativo, porque no lograron evitar que las unidades pesadas alemanas en retirada cruzaran el río. No mucho mejor es el resultado de la más audaz de las misiones que le encomendaron: en febrero de 1944 es enviado a Lituania, entonces todavía bajo control alemán. Piera formaba parte de un comando que, haciéndose pasar por una unidad de la División Azul, tenía que liquidar al gobernador nazi de los países bálticos y comandante de la misma División Azul. Era la operación Guadalajara, que paradójicamente fracasó por culpa de los propios soviéticos: el rapidísimo avance del Ejército Rojo obligó a los alemanes a abandonar precipitadamente Vilna. El comando de Piera persigue entonces a su objetivo hasta la Prusia Oriental, y finalmente desiste. A finales de 1944 lo reexpiden a Nagornaia: la guerra ha terminado definitivamente para Piera, que no obstante tendrá la oportunidad de participar en el Desfile de la Victoria que tuvo lugar el 9 de mayo de 1945 en la Plaza Roja de Moscú. Lo que no terminó con la guerra fue su activismo: en 1946 volvió a Cataluña para reorganizar el PSUC. Lo detienen y lo torturan, y tras chupar tres años de Modelo emprende un segundo y definitivo exilio que termina en Ajaccio, donde reside desde que llegó, deportado, en 1951, y donde nacieron los tres hijos que tuvo con Trinidad Revoltó. Ricard Vinyes ha recogido en El soldat de Pandora la biografía apasionante biografía de este superviviente de dos guerra y  media. O tres.

Carles Sentís: de los campos de exterminio a Nuremberg
Todos hemos visto la imagen patética, terrible, de los cadáveres esqueléticos, calvos, marmóreos e irreales apelotonados por centenares, quizás miles, en las morgues improvisadas en los campos de concentración con que toparon los aliados. El periodista Carles Sentís (Barcelona, 1911-2011) las vio y las vivió in situ, en Dachau, el 8 de mayo de 1945, tras la liberación del campo y cuando las autoridades alemanas todavía no permitían salir de él a los internos por el temor a las epidemias. Todavía se estremece cuando lo recuerda, y han pasado seis décadas en las que -dice- ha visto "de todo". Sentís, en fin, formaba parte -con el también catalán Cirici Pellicer- del primer grupo de corresponsales neutrales que accedió al interior de un campo nazi. Y dejó constancia de sus impresiones en una serie de artículos que se publicaron en los diarios ABC y La Vanguardia, posteriormente recogidos en el volumen La paz vista desde Londres. Serie que, por cierto, le costó un alud de cartas amenazadoras, cuenta, "de exaltados que decían que les estaba haciendo el juego a la propaganda aliada, cuando no me tachaban directamente de mentiroso".
La guerra mundial de Sentís había comenzado en 1943, cuando un delegado del ministerio de Información del gobierno provisional de De Gaulle lo invitó al cuartel general de la Francia Libre en África. Así que para Brazzaville se fue. Del Congo saltó hasta Argelia, con sorpresa incluida porque aquí se entera de que las crónicas que ha ido enviando a la Península han sido sistemáticamente censuradas. Es lo que ocurre cuando ejerces en una dictadura. Y en tiempo de guerra, claro. Pero no las olvida y las rescata al año siguiente en un volumen de título involuntariamente irónico y hoy convertido en rareza bibliográfica: África en blanco y negro. La aventura africana termina en junio de 1944 con el desembarco de Normandía. El interés informativo se traslada lógicamente a Europa, y Sentís se muda a París. Por eso no desaprovecha la ocasión de visitar Dachau a instancias del agregado de prensa de la embajada británica en Madrid y, en el mismo paquete, de asistir desde primera fila y el mismo día a las dos caras que tuvo la victoria aliada en Europa: un avión británico lo trasladó el mismo 8 de mayo desde la resignación abatida de Múnic a la euforia de las concentraciones que en Londres culminaron en el palacio de Buckingham, con el rey Jorge aclamado por la multitud y Churchill, artífice de la victoria, en un discretísimo segundo plano.
Pellicer asistió también a la fiesta londinense. En cambio, Sentís fue el único periodista catalán que cubrió el juicio de Nuremberg -codo con codo con el periodista gallego Augusto Assía. No todo, porque en diciembre de 1945 regresó a Madrid. Así que se perdió la declaración del barcelonés Francesc Boix, quien compareció ante el tribunal los días 28 y 29 de enero de 1946 con el material fotográfico que había salvado de Mauthausen. Dos son las conclusiones de Sentís respecto a Nuremberg: "Circunscribió el castigo a los jerarcas nazis, y dejó de lado al pueblo alemán. Y fue la proyección de las películas rodadas por los aliados en los campos lo que disipó los escrúpulos jurídicos sobre la legitimidad del proceso. La revelación de los montones de cadáveres, las cámaras de gas, los hornos crematorios... En fin, todos aquellos horrores cambiaron incluso la percepción del juicio que tenían los mismos acusados: pasaron de pensar que saldrían relativamente bien librados, a lo sumo con unos años de prisión, a la convicción de que muy probablemente dejarían el pellejo en Nuremberg. Aquel día se terminaron las medias sonrisas e incluso el buen humor que hasta entonces había gastado Goering en la sala". El juicio de Nuremberg tuvo lugar entre el 20 de noviembre de 1945 y el 30 de septiembre de 1946. De los 21 procesados, once fueron condenados a la horca y solo tres fueron absueltos; Goering se suicidó con una pastilla de cianuro.

[Este reportaje su publicó el 6 de mayo de 2005 en la revista Presència]



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