Se cumple el segundo centenario del decreto napoleónico que restableció la soberanía francesa sobre Andorra.
Hace 200 años, el 27 de marzo de 1806, Napoleón Bonaparte firmaba en el palacio de las Tullerías de París el decreto imperial que restablecía la (co)soberanía francesa sobre Andorra y que le permitía añadir el de Copríncipe a su larga colección de títulos, comenzando por el de Emperador de los franceses, desde 1804, y rey de Italia, desde 1805. No era fruto de una brillante campaña militar, ni de una astuta encerrona del estilo del pacto de Bayona, que como es sabido comportó la abdicación de los Borbones españoles en favor de su hermano José I. Ni mucho menos. La firma de Napoleón al pie del decreto imperial fue un gol en toda regla que la (ejem) diplomacia andorrana metió por la escuadra del monarca más pdroso del momento, según la entusiasta interpretación que acompaña la exhibición -por primera vez en público- de la copia andorrana del documento, que con motivo del bicentenario se puede visitar en la Casa d'Areny-Plandolit de Ordino.
Aquel 27 de marzo de 1806 hacía más de seis años que se jugaba el partido: exactamente, desde que en 1801 el Consell General -el órgano máximo de la administración andorrana- había comisionado a dos de sus miembros para solicitar a Bonaparte el retorno a la situación anterior a 1793, cuando en plena resaca revolucionaria al tesorero del Arieja le dio un ataque de ortodoxia y se negó a recibir les 935 libras en que el historiador Antoni Morell cifra el tributo -la qüèstia, de reminiscencias feudales y por lo tanto contrarrevolucionarias- que históricamente satisfacía Andorra al copríncipe francés. El honorable pero insidioso gesto del tesorero -¿quién le mandaba hacerle ese favor a los andorranos?- comportó la suspensión de hecho de la cosoberanía que desde 1278 -con el Segundo Pareatge- ejercían el obispo de Urgel y el rey de Francia -heredero del conde de Foix, que es quien firmó el documento. No es que los andorranos sintieran una especial devoción por el emperador, sino que el mutis francés ponía en peligro el equilibrio de poderes entre España y Francia preconizado por Fiter i Rossell en el Manual Digest como una de las claves de la independencia del país. Y sobre todo, y esto era mucho peor, finiquitaba el peculiar régimen aduanero que -ya entonces- se encontraba en la base de la precaria prosperidad andorrana: "La Revolución no había tenido consecuencias en la vida política de Andorra porque incluso en tiempos de la monarquía absoluta la intervención francesa se limitaba al nombramiento del veguer. Pero sí tocó los bolsillos de los ciudadanos: como súbditos que según este alambicado régimen de Coprincipado se consideraban del rey de Francia, podían importar libremente del país vecino alimentos y otras mercancías con las que mercadear luego por España. Un privilegio similar por el lado español les permitía exportar productos andorranos Pirineos abajo. Así que se había instituido desde tiempos remotos un singular circuito comercial transpirenaico: sobre todo, mulas y animales de tiro, que los andorranos compraban en Francia, engordaban en el Principado y revendían en España haciéndolos pasar por propios", cuenta el también historiador David Mas.
La Revolución había acabado con este interesante statu quo -interesante para los andorranos, claro. Seis años tardó a burocracia imperial en resolver la insólita petición andorrana: no parece una exhibición de influencia diplomática, precisamente. ¿Cabe hablar en estas circunstancias de gol andorrano? ¿Ni siquiera de dribling? "Era necesaria una cierta habilidad para que un asunto que afectaba a la remota, insignificante Andorra llegara siquiera a los oídos del emperador. Y también hay que tener en cuenta la coyuntura: Napoleón estaba en el momento de máximo apogeo. Con el Coprincipado se investía de uno de los títulos -y del aura que lo acompaña- que habían ceñido los monarcas franceses, un gesto que también podía tener algo de vanidad personal. Por otra parte, Bonaparte se aseguraba el control de un paso fronterizo que podía ser decisivo en el caso de una hipotética invasión de España". O no tan hipotética, si tenemos en cuenta cómo transcurrió posteriormente la historia. En cualquier caso, ya fuera por la pericia de los negociadores, por el contexto internacional o por la vanidad del emperador, lo cierto es que Andorra recuperó en 1806 la cosoberanía, y de paso los privilegios comerciales. Y que tanto la una como los otros los ha sabido conservar hasta el día de hoy. Y para esto sí que es necesaria una indiscutible habilidad.
¿Y si no hubiera firmado?
La situación políticamente inédita (y dudosa) en que quedó Andorra entre 1793 y 1806, cuando Napoleón ordena aceptar el tributo andorrano y el nombramiento del veguer, y restablecer con este simple gesto la cosoberanía, permite especular con lo que hubiera podido ocurrir si el emperador no hubiera firmado el dichoso papel. O si la petición, más bien súplica andorra -qué extraño, debió de pensar el corso, que vengan a casa a decirme que no quieren ser independientes, que prefieren tener como soberano a alguien como yo- no hubiera llegado a sus altas manos. ¿Habría continuado Andorra bajo la soberanía ahora única del obispo de Urgel? O más probablemente habría terminado absorbida por uno u otro de sus ambiciosos, insaciables vecinos? En este último caso, ¿por cuál? ¿Por la poderosa Francia, que con Napoleón ya había previsto la anexión de la Cataluña español? ¿O quizás por España, hacia donde basculaba de forma natural la influencia del obispo, y que también había trazado una serie de planes más o menos quiméricos para ocupar el Principado, uno a cargo de Francisco de Zamora, a finales del XVIII, y otro algo más tardío, obra de Bonifacio Ulrich y fechado hacia 1840? Mas lo tiene claro: "La cosoberanía ha sido históricamente la garantía de nuestra independencia. Con el obispo como copríncipe único, calculo que a mediados del siglo XIX, tras la Desamortización de Mendizábal y en el contexto de las guerras carlistas, España hubiera intentado zamparse a Andorra. Otra cosa es si Francia lo hubiera permitido. Aunque también cabe imaginar una especia de transacción entre ambas. Por ejemplo, que Andorra pasara a manos españolas a cambio de la cesión a Francia del enclave de Llívia. O el mismo tejemaneje pero con el Valle de Arán como moneda de cambio. Lo que me parece de todo punto inimaginable es que Andorra hubiese sobrevivido hasta el día de hoy como estado independiente". En cualquier caso, la historia parece haberle dado la razón a Fiter i Rossell, que aviesamente recomienda en el Manual: "En temps de guerra entre Espanya i França, no demostrar parcialitat per una Corona en contra de l'altra, sinó conserva la neutralitat" (máxima 37). Y también: "Per ningun motiu redimir-se de la quèstia i drets que les Valls paguen als coprínceps, ni tampoc procurar altra Justícia que la que han tingut fins al present" (máxima 48).
El armario de las sorpresas
El decreto imperial que hasta el 27 de abril se expone en la Casa d'Areny-Plandolit procede el fondo documental conservado en el llamado Arxiu de les Set Claus (Archivo de las Siete Llaves), así denominado porque se custodiaba en el Armari de les Set Claus (Armario de las Siete Llaves: una por parroquia, o que es como se llaman los municipios por aquí arriba) que por lo menos desde 1580 servía de archivo para la documentación que generaba el Consell General, el máximo órgano político y administrativo del país: actas, sentencias, privilegios, cuentas, ordenaciones, resoluciones, correspondencia con copríncipes y veguers, e incluso una escogida biblioteca con títulos como la copia manuscrita del Manual Digest (1748), el Politar andorrà (1763) y la Lleuda de Cerdanya (1493). Pero la estrella del Arxiu de les Set Claus és el Pareatge de 1278, firmado por el obispo de Urgel, Pere d'Urg, y Roger Bernat III, conde de Foix y vizconde de Castellbò, un documento que constituye el acta de nacimiento del Coprincipado. Interesante es también el Codex miscel·lani, un conjunto heterogéneo de textos fechado entre los siglos XII y XVI, entre los que destaca un largo fragmento en catalán del Tristany i Isolda que el romanista suizo Enric Ros sospecha que podría tratarse de la versión madre -procedente, eso sí, del original francés, hoy perdido- de uno de los títulos fundacionales de la literatura occidental. Vamos, que según el bueno de Ros los Tristanes que pululan por el mundo son (quizás) traducciones y versiones del andorrano... En total, el Arxiu de les Set Claus conserva 5.525 documentos en papel y 190 pergaminos, el más antiguo de los cuales data de 1176, que no está nada mal. Faltan, eso sí, las actas del Consejo entre 1681 y mediados del XIII. Un lamentable vacío que ha impedido seguir, por ejemplo, la peripecia de la comisión encargada de negociar el regreso de la cosoberanía. O la génesis del Manual Digest, el gran tratado político e institucional del país. Añadamos para finalizar que el Armari de les Set Claus lo fue originalmente de solo seis: la séptima llave hiubo que añadirla un cerrajero en 1978, cuando Escaldes -hasta entonces un quart o barrio de la capital, Andorra la Vella- se convirtió en la séptima parroquia del país. Los fondos del Arxiu de les Set Claus se microfilmaron en 1983 y se pueden consultar en el Archivo Nacional.
[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2006 en el semanario Presència]
El decreto imperial que hasta el 27 de abril se expone en la Casa d'Areny-Plandolit procede el fondo documental conservado en el llamado Arxiu de les Set Claus (Archivo de las Siete Llaves), así denominado porque se custodiaba en el Armari de les Set Claus (Armario de las Siete Llaves: una por parroquia, o que es como se llaman los municipios por aquí arriba) que por lo menos desde 1580 servía de archivo para la documentación que generaba el Consell General, el máximo órgano político y administrativo del país: actas, sentencias, privilegios, cuentas, ordenaciones, resoluciones, correspondencia con copríncipes y veguers, e incluso una escogida biblioteca con títulos como la copia manuscrita del Manual Digest (1748), el Politar andorrà (1763) y la Lleuda de Cerdanya (1493). Pero la estrella del Arxiu de les Set Claus és el Pareatge de 1278, firmado por el obispo de Urgel, Pere d'Urg, y Roger Bernat III, conde de Foix y vizconde de Castellbò, un documento que constituye el acta de nacimiento del Coprincipado. Interesante es también el Codex miscel·lani, un conjunto heterogéneo de textos fechado entre los siglos XII y XVI, entre los que destaca un largo fragmento en catalán del Tristany i Isolda que el romanista suizo Enric Ros sospecha que podría tratarse de la versión madre -procedente, eso sí, del original francés, hoy perdido- de uno de los títulos fundacionales de la literatura occidental. Vamos, que según el bueno de Ros los Tristanes que pululan por el mundo son (quizás) traducciones y versiones del andorrano... En total, el Arxiu de les Set Claus conserva 5.525 documentos en papel y 190 pergaminos, el más antiguo de los cuales data de 1176, que no está nada mal. Faltan, eso sí, las actas del Consejo entre 1681 y mediados del XIII. Un lamentable vacío que ha impedido seguir, por ejemplo, la peripecia de la comisión encargada de negociar el regreso de la cosoberanía. O la génesis del Manual Digest, el gran tratado político e institucional del país. Añadamos para finalizar que el Armari de les Set Claus lo fue originalmente de solo seis: la séptima llave hiubo que añadirla un cerrajero en 1978, cuando Escaldes -hasta entonces un quart o barrio de la capital, Andorra la Vella- se convirtió en la séptima parroquia del país. Los fondos del Arxiu de les Set Claus se microfilmaron en 1983 y se pueden consultar en el Archivo Nacional.
[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2006 en el semanario Presència]
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