La ubicación del castillo de Enclar en el yacimiento de la Roureda de la Margineda aporta luz sobre los orígenes del coseñorío de Andorra.
Pocos yacimientos andorranos, por no decir ninguno, se han mostrado tan generosos como el de la Roureda de la Margineda: desde que Casa Molines, propietaria de la finca, inició las prospecciones arqueológicas, en 2007, no ha habido campaña que no haya deparado suculentas aportaciones a la arqueología y la historia de este rincón nuestro de Pirineo. En enero pasado, el servicio de Patrimonio presentaba la reconstrucción de dos recipientes de la Edad del Bronce, pongamos que entre 2200 y 1600 aC, a partir de los más de 700 fragmentos cerámicos recuperados en el yacimiento: la última campaña de excavaciones, en el verano pasado [2011] permitió identificar los restos de una rudimentaria cabaña fechada también en la Edad del Bronce, cuando por lo visto ocurrieron muchas cosas y muy interesantes por aquí arriba: ni más ni menos que el primer habitáculo construido por la mano del hombre que se ha excavado en Andorra, hace cuatro milenios; y en 2011, Casa Molines restauraba una docena de piezas de hierro y bronce fechadas entre los siglos XI y XIV, entre los cuales se encuentran sendas puntas de lanza y flecha, una funda de espada, un juego de llaves e incluso unas tijeras.
Pero la estrella del yacimiento son sin duda los restos de la mayor fortaleza medieval jamás excavada en la vertiente sur de los Pirineos: un recinto que se extendía sobre una superficie de 1.500 metros cuadrados, protegido por murallas que podían alcanzar los cinco metros de altura los seis de grosor, y con una casa fuerte -residencia del castellano- que en los momentos de máximo esplendor probablemente se levantó dos o tres plantas. Un conjunto, en fin, que estuvo habitado ininterrumpidamente desde el siglo XI hasta mediados del siglo XIV, originalmente bautizado con el nombre de Sonplosa pero que las últimas hipótesis historiográficas parecen indicar que se corresponde con el hasta ahora desaparecido castillo de Sant Vicenç d'Enclar. Las cosas transcurrieron más o menos así: la relectura de los tres únicos documentos que han llegado hasta nosotros y que mencionan la existencia del castillo de Enclar -el acta de consagración de la iglesia de Sant Feliu de Ciutat (952), la donación del castillo de Enclar a Arnau de Castellbó (1190) y el Segundo Pareatge, que obligaba al conde de Foix a demoler el castillo (1288)- permite aventurar como hipótesis "sólida y plausible" que la fortaleza de Sant Vicenç se levantaba en el paraje de la Roureda de la Margineda, el emplazamiento de la excavación, y no en la roca de Enclar, donde hasta ahora se la había buscado (infructuosamente).
Más campañas a la vista
Lo dice Albert Villaró, el novelista, aquí en su doble faceta de historiador y director del Área de Investigación histórica de Andorra la Vella -que tiene un departamento con este flamante nombre, menuda suerte- que insiste en que se trata tan solo y por el momento de esto, de una "hipótesis" pendiente de confirmación. ¿Y cómo se podría confirmar que el recinto defensivo que Arnau de Castellbó permite en el documento de 1190 levantar en la "arrel" -"raíz", así lo dice, literalmente- de la montaña es efectivamente el castillo de Enclar? "Difícilmente aparecerá nueva documentación que lo corrobore", advierte Villaró: "Las esperanzas las hemos depositado en las próximas campañas de excavaciones. Pero somos optimistas porque es un yacimiento abierto, que todavía deparará muchas sorpresas, y el registro arqueológico admite perectamente la hipótesis que hemos planteado". Un registro que incluye la parafernalia guerrera de aquí arriba -puntas de flecha, lanza y balesta, fundas de espada, y más- que podría haber pertenecido sin alejarnos mucho de la verosimilitud histórica a la guarnición del castillo, a las órdenes del castellano, el representante del conde de Foix, y que ejercía en nombre de éste funciones jurisdiccionales: sobre todo, impartir justicia y recaudar impuestos. Dos funciones francamente impopulares, por cierto.
La pregunta, en fin, es: ¿qué transcedencia tendría que se confirmara esta prometedora conjetura, que el yacimiento de la Margineda esconde los restos del castillo de Enclar? Para Villaró, equivaldría a la "materialización" del Segundo Pareatge, es decir, del acta de nacimiento del coseñorío por el que el conde Foix y el obispo de Urgel se repartían la soberanía sobre los valles de Andorra. En resumen, y por decirlo de una vez: la peculiarísima forma política que constituye la esencia del entramado político institucional del país. Significaría, concluye, "la concreción en piedra de un concepto tan etéreo como es el coseñorío: en la Margineda podremos comprobar cómo se materializó físicamente el Pareatge: con la demolición del castillo, tal como ordena el documento".
Hay que decir que nos estamos refiriendo en todo momento al Segundo Pareatge, el de 1288. La ocupación del recinto, en adelante dedicado a usos agrícolas, se prolongó todavía un siglo, y sus últimos habitantes lo abandonaron probablemente a causa de la peste negra. Villaró no lo ve claro -"No tenemos ninguna prueba que lo demuestre", alega- pero no deja de ser otra hipótesis también plausible, que quizás un dia confirme el registro arqueológico y que explicaría por ejemplo las prisas del último inquilino del castillo, que se largó tan raudo que ni se acordó de llevarse con él las llaves.
[Este artículo se publicó el 19 de marzo de 2012 en El Periòdic d'Andorra]
Las torres del castillo, a examen
Una nueva campaña de excavaciones confirmará (o no) si se trata de estructuras defensivas, como se ha sostenido hasta ahora, o de simples y humildes habitáculos.
Que la Margineda es una mica lo sabíamos desde que en 2007 Casa Molines encargó un primera campaña para exhumar los restos de lo que se creía que iban a ser los restos de unos humildes corrales, y ante la sorpresa de todos lo que emergió fueron los restos de la mayor fortaleza medieval jamás excavada$ en la vertiente sur de los Pirineos: seguro que lo recuerdan, porque hemos hablado aquí mismo en todo esto en ocasiones precedentes: 1.500 metros cuadrados en los que se reparten las dependencias de lo que las últimas hipótesis apuntan que era el (hasta ahora) desaparecido castillo de Sant Vicenç d'Enclar: patio de armas, cocina, talleres y almacén.
Esto, solo en la planta baja, que es lo que ha llegado hasta nosotros en un relativo buen estado de conservación. Fatan los dos pisos superiores, que naturalmente hay que dejar a la imaginación porque no han dejado registro arqueológico. Y todo esto, planta baja y las dos plantas superiores, protegido en su día por lienzos de muralla que en algunas secciones podían levantarse hasta los cinco metros de altura. Lo han podido visitar este mismo verano, el segundo en que el yacimiento abre al público. Ahora les llega el turno a los arqueólogos: el servicio de Patrimonio del gobierno de Andorra acometerá una campaña centrada en dos puntos muy concretos del yacimiento: por un lado, se excavaran los tramos de calle que comunicaban unas habitaciones con las otras; por el otro, también se excavaran los restos de lo que se supone que eran las torres defensivas del complejo. Y decimos bien: se supone, porque uno de los objetivos de la campaña consiste en determinar la funcionalidad de estas estructuras.
Los arqueólogos tienen, por lo tanto, dudas razonables sobre este extremo -y no deja de ser sorprendente después de casi un lustro publicitando el yacimiento como "la mayor fortaleza medieval jamás excavada en el lado sur del Pirineo"- pero conviene de dejarse llevar por el desánimo y el pesimismo. Una fortaleza sin torres defensivas es sin duda algo mucho menos imponente se aleja irremisiblemente de lo que la generación Exin Castillos puede tener en mente cuando evoca una fortaleza medieval. Quizás por este motivo el arqueólogo que dirigirá la excavación, Álex idal, se mosraba ayer prudente y evitaba especular sobre los resultados de la campaña: "Hasta que no excavemos no podremos decir nada con un mínimo de certeza".
Esta misma certeza esperan obtenerla excavando las calles del recinto fortificado: se trata, dice, de retirar los escombros de los tramos que todavía no se han exhumado con la esperanza de que debajo aparezcan los restos del pavimento original y que se pueda confirmar que se trata efectivamente de calles o pasadizos, y no de habitáculos no identificados. La campaña no tiene todavía calendario definitivo, aunque de este otoño no pasa. Y tampoco será la última en el yacimiento, augura Vidal, Difícil predecir si serán tres, cinco o diez campañas más, pero lo que llevará más tiempo y más esfuerzos es la conservación y restauración de las estructuras excavadas. No se trata, que quede claro, de reconstruir ninguna de las dependencias, ni tan solo de un lienzo de la muralla -pues que lástima...- sino de asegurar la parte superior de las estructuras excavadas, que al haber quedado a la intemperie y sometidas a la acción de los elementos se degradan con pasmosa celeridad: "Aseguraremos la última línea de los muros para que no se desmorone el coronamiento, pero no los elevaremos".
Un tesoro oculto
Pero decíamos al comienzo que la Margineda es una mina. Con o sin torres defensivas -pero crucemos los dedos para que sean unas estupendas, ciclópeas, invulnerables torres. Así que una mina. ¿Exgaremos? Las campañas previas han ido regalando un tesoro tras otro: se trata, no lo olvidemos, de un yacimiento inicialmente ocupado en la Edad del Bronce, pongamos que hacia el 2200 aC, y que en su última fase, la medieval, fue habitado ininterrumpidamente entre los siglos XI y mediados del XIV.
Por eso han aparecido desde una pequeña multitud de fragmentos cerámicos hasta los restos del primer habitáculos construido por la mano del hombre que se ha conservado en territorio andorrano, una rudimentaria cabaña fechada hacia el 2200 aC, otra vez, así como dos centenares de piezas correspondientes al último período de ocupación del yacimiento entre los que destacan unas llaves y unas tijeras, una hebilla y un anillo de bronce, y -atención- abundante panoplia militar: una punta de lanza de unos 25 centímetros , otra punta de flecha de tan solo seis centímetros, una funda de espada y por ahí.
Todo este material, convenientemente restaurado, se presentó en sociedad a principios del 2011 y con el compromiso de la entonces ministra de Cultura, Susanna Vela, de organizar una exposición. Tres años después y un cambio de ejecutivo mediante, todo esto se ha guardado en el cajón de las buenas intenciones y os tesoros de la Margineda continúan ocultos en el depósito de Patrimonio. Quizás si los tuviésemos que ir a buscar a algún remoto museo norteamericano -y va por Les aysannes d'Andorre, el dibujo de Picasso- tendrían más posibilidades de pasar de las palabras a los hechos.
Por eso han aparecido desde una pequeña multitud de fragmentos cerámicos hasta los restos del primer habitáculos construido por la mano del hombre que se ha conservado en territorio andorrano, una rudimentaria cabaña fechada hacia el 2200 aC, otra vez, así como dos centenares de piezas correspondientes al último período de ocupación del yacimiento entre los que destacan unas llaves y unas tijeras, una hebilla y un anillo de bronce, y -atención- abundante panoplia militar: una punta de lanza de unos 25 centímetros , otra punta de flecha de tan solo seis centímetros, una funda de espada y por ahí.
Todo este material, convenientemente restaurado, se presentó en sociedad a principios del 2011 y con el compromiso de la entonces ministra de Cultura, Susanna Vela, de organizar una exposición. Tres años después y un cambio de ejecutivo mediante, todo esto se ha guardado en el cajón de las buenas intenciones y os tesoros de la Margineda continúan ocultos en el depósito de Patrimonio. Quizás si los tuviésemos que ir a buscar a algún remoto museo norteamericano -y va por Les aysannes d'Andorre, el dibujo de Picasso- tendrían más posibilidades de pasar de las palabras a los hechos.
[Este artículo se publicó el 12 de septiembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]
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