El historiador Ferran Sánchez Agustí, autor de Maquis y Pirineos, Espías, contrabando, maquis y evasión, El maquis anarquista y La Guerra Civil al Montsec, calcula en 25.000 el número de fugitivos que cruzaron el Pirineo oriental en dirección norte entre 1936 y 1939.
21 de junio de 1937: Antonio Gabriel Golet (Ponts, Lérida, 1910-1974) pasa por el coll de la Baseta, a un tiro de piedra de Sant Joan de l'Erm, y emprende la última etapa de un periplo que había comenzado cuatro días antes en su localidad natal. A la expedición inicial, que integraban él y dos amigos de Ponts -Joan Tàpies y Miquel Esteve- se le habían ido añadiendo fugitivos, y al llegar a Bixessarri, la madrugada del 27 de junio, ya eran una veintena. Cuando se vieron en Andorra, liberaron la tensión de las últimas jornadas: "Hubo una explosión de alegría y entusiasmo para no ser descrita. Encendimos una hoguera y empezamos a cantar y a chillar. Bueno, ¡la Caraba!"
Una vez en Bixessari se zamparon un plato de sopa y unas sobras de conejo -el festín les salió por 10 pesetas, una pequeña fortuna en aquel momento; en Sant Julià de Lòria visitaron a Francisco Mallol, convecino de Ponts que les había precedido, son interrogados por los gendarmes de Baulard y vacunados contra la viruela; al día siguiente los encontramos en el Café Burgos de Escaldes, "embajada oficiosa de la España rebelde, auditorio público de las emisiones fascistas de Radio Jaca y Radio Sevilla, nido de evadidos que gestionaban los papeles para llegar a la zona franquista", y el 25 de junio, después de tramitar el pasaporte a través de Manuel Cerqueda, "de facto cónsul de Franco en cualidad de Delegado de Repatriación del Estado español en Andorra", suben de madrugada al autobús que les ha de conducir hasta Fuenterrabía, en la zona del País Vasco controlada por los rebeldes, tras un periplo que pasa por el Pas de la Casa, Ax, Foix, Tarascón, Tarbes, Saint Girons, Pau y Bayona: 20 horas de viaje. Añadamos que una vez alcanzada la zona nacional, nuestro Golet se enrola en el 12º regimiento de artillería ligera, con el que hará lo que queda de guerra, hasta la entrada en Barcelona, el 26 de enero de 1939.
Golet es, en fin, uno de los 25.000 fugitivos que durante la Guerra Civil cruzaron los Pirineos huyendo de la zona controlada por la República. Estos son, claro, los cálculos de Ferran Sánchez Agustí (Sallent, Barcelona, 1951), prolífico historiador especializado en la Guerra Civil, el maquis y la II Guerra Mundial en los Pirineos catalanes, que vuelve ahora a la carga con La Guerra Civil en el Montsec (Pagès). Sostiene Agustí que, por el volumen total, el tráfico de refugiados en dirección norte entre 1936 y 1939 no queda demasiado lejos de las cifras de fugitivos que entre 1942 y 1945 siguieron la ruta inversa huyendo de los alemanes: "Calvet y Eychenne cifran este segundo éxodo en unos 100.000 personas, una cantidad que a mí siempre me ha parecido demasiado elevada; creo que la mitad, unos 50.000, sería un cálculo más realista".
Se trata en cualquier caso de sumas hipotéticas obtenidas de forma indirecta -enseguida lo veremos- porque no existe ningún tipo de registro ni nada que se le parezca. Pero lo más sorprendente de todo es el silencio mineral que, a pesar del volumen y del relativo boom de monografías sobre la epopeya de los pasadores de estos últimos años, envuelve todavía hoy este movimiento masivo de fugitivos que se registró durante la Guerra Civil. Agustí, que siempre se ha movido por los márgenes de la academia, lo tiene claro: "A la historiografía oficial sólo le interesa la represión franquista, así que se ha olvidado de episodios como éste, de los asesinatos cometidos durante los primeros meses de la guerra, o de los campos de concentración que proliferaron en Cataluña, un tema éste, por cierto, que solo ha tocado Francesc Badia (Els camps de treball a Catalunya durant la Guerra Civil)".
Bentanachs, el hombre récord
Hablar de los evadidos de la zona republicana no vende, y tampoco de los guías que los ayudaron a pasar al otro lado. Previo pago, claro. Pues precisamente esto es lo que se propone Agustí en este último libro. Con nombres y apellidos y con prolijidad casi exasperante. Golet y su grupo formaron parte, pues, de este más que considerable éxodo. Huían, dice, no necesariamente por afinidad política con los sublevados "sino sobre todo para evitar ir al frente", aunque este es como hemos visto el destino que le esperaba a Golet. Y los ayudaban los mismos contrabandistas, gentes de la frontera que cuatro años después se pondrían al servicio de las redes de pasadores aliadas. Al Goley y su grupo les tocó Antoni Cases, alias Ermengolet de Peracolls, natural de Sallent como Agustí, payés y por supuesto contrabandista, "que cobraba entre 40 y 80 duros de plata por barba, y que en el pantalón llevaba el pistolón y el rosario". Agustí hace números y especula que, hasta que fue abatido por los carabineros en Os de Civís, cerca de la frontera andorrana -"En aquella ocasión, el grupo que conducía era muy numeroso, casi un centenar de fugitivos, y la cantidad para comprar la complicidad de los agentes resultó insuficiente"- Ermengolet ayudó a cruzar la frontera a cerca de medio millar de prófugos. Para que nos hagamos una idea: ¡casi el doble de los que habitualmente se atribuyen a Joaquim Baldrich, y siempre nos han parecido muchos!
Y eso que el tal Ermengolet no fue el más prolífico. Este título le corresponde a Jesús Betanachs (1907-1969), que tras la guerra habría de ser durante 23 años alcalde de Noves de Segre (Lérida). Pues bien: como tantos otros colegas, Bentanachs compaginó el contrabando con el paso de fugitivos, y hasta que él mismo pasó al lado franquista -temía ser detenido, y con razón- condujo a cerca de un millar de evadidos por rutas que a través de Valls d'Aguilar, Sant Joan de l'Erm y Sant Joan Fumat, por un lado, y Noves, la Parròquia d'Hortó, Aravell, Arduix y Mas d'Alins, por el otro, confluían en Sant Julià de Lòria, ya en Andorra.
Nuestro Ermengolet y Bentanachs pasaron ellos solos a millar y medio de personas. Si tenemos en cuenta que hubo muchos otros guías -y Agustí los repasa en el volumen: Josep Gasol, de Castilló de Tor; Senén Brufau, de Vilanova de Bellpuig; Miquel Plana, de Gósol; Jacint Batalla, de Llessui, y Josep Prat, de Guardiola de Berguedà, por citar sólo los que sabemos que operaban por Andorra- y que no era extraño que se formaran grupos con más de un centenar de fugitivos, la cifra total de 25.000 evadidos que da Agustí parece a falta de datos más concluyentes plausible. Y esto, sin tener en cuenta a los que dejaron el pellejo en el intento, que los hubo. Agustí, siempre puntilloso, detalla una veintena de casos, incluida la ejecución sumarísima en la misma frontera de la desventurada expedición que terminó dramáticamente el 5 de marzo de 1938: cinco hombres -los hermanos Antonio y Agustí Codina, de Hortoneda de la Conca, y Josep Estada, Antoni Batalla y Ramon Castejón, los tres de Vilanova de Meià- intentaban ganar Andorra con la ayuda del guía Joan Guitart, que los había recogido en Isona.
Todo iba bien; tan bien, que cuando descendían por el barranco de Llimois, camino de Bixessarri y por lo tanto a un palmo de llegar a tierra andorrana, fueron descubiertos por una partida de carabineros. Guitart escapó de milagro, pero sus clientes fueron abatidos "al pie del Bony dels Tres Culs, en el camino de Civís a Os". Los fusilaron sin contemplaciones en los cortals de Serbella. Los cuerpos fueron recuperados por Vicenç Baró y Joan Reig, vecinos de Os, y enterrados en el cementerio de esta localidad fronteriza. El mes anterior, cuenta Agustí, habían seguido esta misma ruta, y con éxito, Climent Durich, Joan Estrada y Josep Miranda, los tres de Vilanova de Meià. ¿Qué pasó con Gasol y su grupo? Especula Agustí que cuando se vieron a un tiro de piedra de Andorra alguno de ellos, presa del entusiasmo, disparó el arma en señal de desafío. "Quizás se dejaron llevar por la emoción y lanzaron gritos del estilo de '¡Azaña, hijo de puta! ¡Viva Franco!' La patrulla -da incluso los nombres: Modesto Montesinos, Felipe RodrígueZ, Jaime Peña y N. Román, del 31º Batallón- los descubrió, los arrestó y los fusiló in situ.
Algo raro ocurrió, sospecha, porque no era extraordinario -opina- que los carabineros hicieran la vista gorda, especialmente cuando mediaba un soborno. Hubo encontronazos y también muertos, como en este caso, pero porque fueron muchos los que pasaron, fácilmente llevaban armas, y -no hay que perderlo nunca de vista- los evadidos se jugaban la vida y no iban a dejarse prender con facilidad. De todas formas, concluye, no puede hablarse de una persecución implacable: más bien las capturas se producían cuando el intento de evasión era demasiado flagrante como para mirar hacia otro lado.
Hubo también entre los guías de la Guerra Civil alguna oveja negra. Agustí relata el caso de Esteve Corominas, apodado el Arnau o el Gavatx, natural de Gisclareny, en la comarca del Berguedà (Barcelona), que se enriqueció con el tráfico de personas, primero durante la Guerra Civil y después, con la II Guerra Mundial. En ambos casos, Andorra era estación de paso en la ruta de evasión. En fin, la Dirección General de Seguridad lo tenía fichado, y lo describe de forma algo pintoresca como "un soltero que ha trocado su humilde existencia por la de un verdadero ricachón con el dinero que le produjo el pasar a Francia a elementos nacionales durante el período rojo, y el producto que le proporcionaba la exportación de contrabando a gran escala". Pasó un año en prisión, entre agosto de 1944 y julio de 1945, acusado de haber ayudado a cruzar la frontera, con rumbo a Barcelona, hasta a tres grupos de fugitivos en los primeros meses de 1944. Redimió la pena, dice Agustí, "asistiendo a extensión cultural y catecismo". Por lo visto, coló. El caso es que al salir volvió a las andadas, derivó en un mucho menos épico tráfico de estupefacientes y divisas al tiempo que se reciclaba en confidente de la policía franquista, hasta que un mal día, como en las aventis de Marsé, el cadáver del Arnau apareció flotando en las aguas del puerto de Barcelona.
Una vez en Bixessari se zamparon un plato de sopa y unas sobras de conejo -el festín les salió por 10 pesetas, una pequeña fortuna en aquel momento; en Sant Julià de Lòria visitaron a Francisco Mallol, convecino de Ponts que les había precedido, son interrogados por los gendarmes de Baulard y vacunados contra la viruela; al día siguiente los encontramos en el Café Burgos de Escaldes, "embajada oficiosa de la España rebelde, auditorio público de las emisiones fascistas de Radio Jaca y Radio Sevilla, nido de evadidos que gestionaban los papeles para llegar a la zona franquista", y el 25 de junio, después de tramitar el pasaporte a través de Manuel Cerqueda, "de facto cónsul de Franco en cualidad de Delegado de Repatriación del Estado español en Andorra", suben de madrugada al autobús que les ha de conducir hasta Fuenterrabía, en la zona del País Vasco controlada por los rebeldes, tras un periplo que pasa por el Pas de la Casa, Ax, Foix, Tarascón, Tarbes, Saint Girons, Pau y Bayona: 20 horas de viaje. Añadamos que una vez alcanzada la zona nacional, nuestro Golet se enrola en el 12º regimiento de artillería ligera, con el que hará lo que queda de guerra, hasta la entrada en Barcelona, el 26 de enero de 1939.
Golet es, en fin, uno de los 25.000 fugitivos que durante la Guerra Civil cruzaron los Pirineos huyendo de la zona controlada por la República. Estos son, claro, los cálculos de Ferran Sánchez Agustí (Sallent, Barcelona, 1951), prolífico historiador especializado en la Guerra Civil, el maquis y la II Guerra Mundial en los Pirineos catalanes, que vuelve ahora a la carga con La Guerra Civil en el Montsec (Pagès). Sostiene Agustí que, por el volumen total, el tráfico de refugiados en dirección norte entre 1936 y 1939 no queda demasiado lejos de las cifras de fugitivos que entre 1942 y 1945 siguieron la ruta inversa huyendo de los alemanes: "Calvet y Eychenne cifran este segundo éxodo en unos 100.000 personas, una cantidad que a mí siempre me ha parecido demasiado elevada; creo que la mitad, unos 50.000, sería un cálculo más realista".
Se trata en cualquier caso de sumas hipotéticas obtenidas de forma indirecta -enseguida lo veremos- porque no existe ningún tipo de registro ni nada que se le parezca. Pero lo más sorprendente de todo es el silencio mineral que, a pesar del volumen y del relativo boom de monografías sobre la epopeya de los pasadores de estos últimos años, envuelve todavía hoy este movimiento masivo de fugitivos que se registró durante la Guerra Civil. Agustí, que siempre se ha movido por los márgenes de la academia, lo tiene claro: "A la historiografía oficial sólo le interesa la represión franquista, así que se ha olvidado de episodios como éste, de los asesinatos cometidos durante los primeros meses de la guerra, o de los campos de concentración que proliferaron en Cataluña, un tema éste, por cierto, que solo ha tocado Francesc Badia (Els camps de treball a Catalunya durant la Guerra Civil)".
Bentanachs, el hombre récord
Hablar de los evadidos de la zona republicana no vende, y tampoco de los guías que los ayudaron a pasar al otro lado. Previo pago, claro. Pues precisamente esto es lo que se propone Agustí en este último libro. Con nombres y apellidos y con prolijidad casi exasperante. Golet y su grupo formaron parte, pues, de este más que considerable éxodo. Huían, dice, no necesariamente por afinidad política con los sublevados "sino sobre todo para evitar ir al frente", aunque este es como hemos visto el destino que le esperaba a Golet. Y los ayudaban los mismos contrabandistas, gentes de la frontera que cuatro años después se pondrían al servicio de las redes de pasadores aliadas. Al Goley y su grupo les tocó Antoni Cases, alias Ermengolet de Peracolls, natural de Sallent como Agustí, payés y por supuesto contrabandista, "que cobraba entre 40 y 80 duros de plata por barba, y que en el pantalón llevaba el pistolón y el rosario". Agustí hace números y especula que, hasta que fue abatido por los carabineros en Os de Civís, cerca de la frontera andorrana -"En aquella ocasión, el grupo que conducía era muy numeroso, casi un centenar de fugitivos, y la cantidad para comprar la complicidad de los agentes resultó insuficiente"- Ermengolet ayudó a cruzar la frontera a cerca de medio millar de prófugos. Para que nos hagamos una idea: ¡casi el doble de los que habitualmente se atribuyen a Joaquim Baldrich, y siempre nos han parecido muchos!
Y eso que el tal Ermengolet no fue el más prolífico. Este título le corresponde a Jesús Betanachs (1907-1969), que tras la guerra habría de ser durante 23 años alcalde de Noves de Segre (Lérida). Pues bien: como tantos otros colegas, Bentanachs compaginó el contrabando con el paso de fugitivos, y hasta que él mismo pasó al lado franquista -temía ser detenido, y con razón- condujo a cerca de un millar de evadidos por rutas que a través de Valls d'Aguilar, Sant Joan de l'Erm y Sant Joan Fumat, por un lado, y Noves, la Parròquia d'Hortó, Aravell, Arduix y Mas d'Alins, por el otro, confluían en Sant Julià de Lòria, ya en Andorra.
Nuestro Ermengolet y Bentanachs pasaron ellos solos a millar y medio de personas. Si tenemos en cuenta que hubo muchos otros guías -y Agustí los repasa en el volumen: Josep Gasol, de Castilló de Tor; Senén Brufau, de Vilanova de Bellpuig; Miquel Plana, de Gósol; Jacint Batalla, de Llessui, y Josep Prat, de Guardiola de Berguedà, por citar sólo los que sabemos que operaban por Andorra- y que no era extraño que se formaran grupos con más de un centenar de fugitivos, la cifra total de 25.000 evadidos que da Agustí parece a falta de datos más concluyentes plausible. Y esto, sin tener en cuenta a los que dejaron el pellejo en el intento, que los hubo. Agustí, siempre puntilloso, detalla una veintena de casos, incluida la ejecución sumarísima en la misma frontera de la desventurada expedición que terminó dramáticamente el 5 de marzo de 1938: cinco hombres -los hermanos Antonio y Agustí Codina, de Hortoneda de la Conca, y Josep Estada, Antoni Batalla y Ramon Castejón, los tres de Vilanova de Meià- intentaban ganar Andorra con la ayuda del guía Joan Guitart, que los había recogido en Isona.
Todo iba bien; tan bien, que cuando descendían por el barranco de Llimois, camino de Bixessarri y por lo tanto a un palmo de llegar a tierra andorrana, fueron descubiertos por una partida de carabineros. Guitart escapó de milagro, pero sus clientes fueron abatidos "al pie del Bony dels Tres Culs, en el camino de Civís a Os". Los fusilaron sin contemplaciones en los cortals de Serbella. Los cuerpos fueron recuperados por Vicenç Baró y Joan Reig, vecinos de Os, y enterrados en el cementerio de esta localidad fronteriza. El mes anterior, cuenta Agustí, habían seguido esta misma ruta, y con éxito, Climent Durich, Joan Estrada y Josep Miranda, los tres de Vilanova de Meià. ¿Qué pasó con Gasol y su grupo? Especula Agustí que cuando se vieron a un tiro de piedra de Andorra alguno de ellos, presa del entusiasmo, disparó el arma en señal de desafío. "Quizás se dejaron llevar por la emoción y lanzaron gritos del estilo de '¡Azaña, hijo de puta! ¡Viva Franco!' La patrulla -da incluso los nombres: Modesto Montesinos, Felipe RodrígueZ, Jaime Peña y N. Román, del 31º Batallón- los descubrió, los arrestó y los fusiló in situ.
Algo raro ocurrió, sospecha, porque no era extraordinario -opina- que los carabineros hicieran la vista gorda, especialmente cuando mediaba un soborno. Hubo encontronazos y también muertos, como en este caso, pero porque fueron muchos los que pasaron, fácilmente llevaban armas, y -no hay que perderlo nunca de vista- los evadidos se jugaban la vida y no iban a dejarse prender con facilidad. De todas formas, concluye, no puede hablarse de una persecución implacable: más bien las capturas se producían cuando el intento de evasión era demasiado flagrante como para mirar hacia otro lado.
Hubo también entre los guías de la Guerra Civil alguna oveja negra. Agustí relata el caso de Esteve Corominas, apodado el Arnau o el Gavatx, natural de Gisclareny, en la comarca del Berguedà (Barcelona), que se enriqueció con el tráfico de personas, primero durante la Guerra Civil y después, con la II Guerra Mundial. En ambos casos, Andorra era estación de paso en la ruta de evasión. En fin, la Dirección General de Seguridad lo tenía fichado, y lo describe de forma algo pintoresca como "un soltero que ha trocado su humilde existencia por la de un verdadero ricachón con el dinero que le produjo el pasar a Francia a elementos nacionales durante el período rojo, y el producto que le proporcionaba la exportación de contrabando a gran escala". Pasó un año en prisión, entre agosto de 1944 y julio de 1945, acusado de haber ayudado a cruzar la frontera, con rumbo a Barcelona, hasta a tres grupos de fugitivos en los primeros meses de 1944. Redimió la pena, dice Agustí, "asistiendo a extensión cultural y catecismo". Por lo visto, coló. El caso es que al salir volvió a las andadas, derivó en un mucho menos épico tráfico de estupefacientes y divisas al tiempo que se reciclaba en confidente de la policía franquista, hasta que un mal día, como en las aventis de Marsé, el cadáver del Arnau apareció flotando en las aguas del puerto de Barcelona.
[Este artículo es una versión ampliada del publicado el 2 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]
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