Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

lunes, 7 de abril de 2014

No seas bruja, o acabarás en la horca (Una historia de la brujería andorrana)

El vínculo de Andorra con la brujería viene de lejos: el Roc de les Bruixes de Sant Julià de Lòria y la leyenda de Engolasters son sólo dos ejemplos que dejan constancia de esta larga, enraizada y en ocasiones -lo veremos enseguida- trágica historia brujeril. El periodista e historiador Robert Pastor se ha sumergido en el archivo del Tribunal de Corts -la jurisdicción penal andorrana- para exhumar los nombres y apellidos, así como las andanzas, de un centenar de supuestas brujas que entre los siglos XV y XVII fueron víctimas de los prejuicios y de las supersticiones de la sociedad (y de los jueces) de la época. Hasta quince de ellas fueron ejecutadas en la horca. Lo cuenta en Aquí les penjaven, premio Principado de Andorra de investigación histórica 2003.

Ha costado casi cuatro siglos rescatar del anonimato al centenar de brujas (y cuatro brujos) que entre 1471 y 1661 desfilaron ante el Tribunal de Corts. Mujeres como Margarida Anglada, de Encamp, primera acusada de quien se conserva el proceso; Maria Guida, la única bruja andorrana que terminó en la hoguera, dado que por aquí arriba lo suyo era ahorcarlar, no quemarlas; Maria Galoxa, del Vilar de Ordino, que inaugura en 1622 la tercera y última de las grandes cacerías de brujas locales, y Petronilla Gascona, que tuvo el dudoso honor de ser la última que probó los expeditivos métodos de la justicia de la época. Pues las brujas andorranas salieron del trance judicial con fortuna diversa: desde la pena pecuniaria hasta los azotes, destierro y en un número inusualmente elevado de casos, la ejecución "de forca ben alta". Y siempre con la tortura como procedimiento habitual (e infalible, como para negarse a declarar lo que los interrogadores querían oír: lo verán enseguida) para obtener la confesión del reo, prueba definitiva que demostraba la culpabilidad de la acusada. Una muestra de la implacabilidad de los jueces: tan solo dos de las encausadas -Joana Montanya, alias Toneta de Caldes (1575), y Antònia Ponta, de Les Bons (1622)- se libraron de cualquier castigo y fueron absueltas de toda culpa.

El autor de Aquí les penjaven posa ante los escaños del Tribunal de Corts, en la Casa de la Vall: las brujas andorranas fueron juzgadas por este tribunal, que en los siglos XVI y XVII no se ubicaba todavía en la planta baja de Casa de la Vall. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Las brujas de Salem fueron colgadas de "forca ben alta" a finales del siglo XVII, como sus colegas andorranas, y a diferencia de la suerte habitual de las condenadas por este delito, que solían terminar en la hoguera.

En Aquí les penjaven (Consell General, 2004), Pastor ha expurgado ls actas judiciales e un centenar de procesos para determinar la procedencia y situación de las acusadas; los cargos y prácticas que les adjudican, la identidad de denunciantes, jueces e incluso de uno de los verdugos, los tormentos a que las sometían para obtener confesión, los lugares en que se erigía el patíbulo... El resultado es un volumen que combina la erudición del reportaje de investigación con el rigor del ensayo histórico, y que completa y amplía el clásico de referencia sobre la materia -La réligion populaire en Andorre, de Galinier-Pallerola. Pastor explica la eclosión de la brujería andorrana en el siglo XV en el marco catalán y pirenaico, y detalla sus especificidades, desde un especial encarnizamiento con las sospechosas hasta la peculiar forma de ejecución en la horca que se impuso en este rincón del Pirineo, a diferencia de la clásica hoguera que habitualmente se aplicaba en el resto del mundo cristiano a brujas y herejes.

No menos suculentas son algunas de las reflexiones colaterales que emergen del núcleo central del liro, como la revisión de la leyenda negra que acompaña a la Inquisición, el conflicto de competencias entre la jurisdicción ordinario y el mismo Santo Oficio, la misoginia imperante en las sociedades modernas -detalle que explica la extraordinaria desproporción entre el número de brujas y el de brujos que cayeron en las zarpas de los tribunales, y la persistencia hasta nuestros días de prácticas tradicionalmente relacionadas con la brujería -plantas medicinales, nigromancia, adivinación. El autor enriquece el volumen con una introducción a la historia general de la brujería europea que presta especial atención a los grandes procesos de los siglos XVI y XVII, con las figuras centrales del magistrado francés Pierre de Lancre y del inquisidor español Alonso de Salazar y Frías. Aquí les penjaven captura al lector con un estilo ameno, una ironía sutil y un bagaje erudito que lo emparentan directamente con el gran clásico de la brujería peninsular -Las brujas y su mundo, de Caro Baroja- y lo convierten en la obra definitiva sobre la brujería andorrana. Y muy probablemente, también de la pirenaica.

-Según sus cuentas, entre 1604 y 1609 los tribunales andorranos condenaron a más brujas que la Inquisición de Barcelona en el siglo y medio anterior. ¿Fue este rincón de mundo un nido de brujería?
-La incidencia de la brujería en Andorra es comparable a la de los valles pirenaicos donde el fenómeno se manifestó con más intensidad, como en el norte de Navarra y Vallferrera (Lérida). Hay que tener en cuenta que se trataba de sociedades muy cerradas, casi endogámicas, claustrofóbicas, con lazos familiares muy estrechos. Si todavía hoy en estos lugares cualquier cosa que afecte a uno de sus vecinos acaba siendo de dominio público, imaginemos lo que podía ocurrir en una sociedad como las del siglo XVI, cuando en Andorra quizá no había más de 4.000 habitantes. Más todavía en vecindarios que podían tener cuatro casas, dicho esto en sentido literal, como la Mosquera, Segudet y El Vilar. Por esta razón, la caída de de una bruja enseguida repercutía en su círculo más íntimo, y por este mismo motivo son relativamente abundantes los casos en que diversos miembros de una misma familia son acusados de brujería.

-¿Por que tienen lugar precisamente en los siglos XVI y XVII el grueso de las grandes persecuciones?
-En estos dos siglos se registra en toda Europa lo que podríamos denominar el núcleo duro de las persecuciones, en el marco de una sociedad que no sólo otorgaba verosimilitud a la existencia de la brujería sino que estaba absolutamente convencida de que las brujas eran las causantes de muchos, por no decir de todos los males. Cuando se producía algún accidente, una enfermedad o una epidemia, la única alternativa para la mayor parte de aquella gente era hacerse visitar por el curandero del lugar o por la remeiera -la mujer, habitualmente una señora de cierta edad, que conocía las virtudes curativas de hierbas y plantas, fueran estas virtudes reales o imaginarias. Si tenía la mala suerte que el paciente fallecía o la contagiaba a familiares y vecinos, no era extraño que le endosaran la culpa al sanador o a la remeiera, y que le atribuyeran poderes maléficos. Lo mismo ocurría si moría algún animal de forma más o menos inesperada, la helada arruinaba la cosecha o caía una tempestad especialmente virulenta. El mal siempre viene de fuera y hay que buscarle la causa que lo provoca.

-¿Fueron, pues, siglos especialmente crédulos?
-Caro Baroja explica la emergencia de la brujería a partir del siglo XIII porque hasta entonces la Iglesia no se había sentido con la fuerza suficiente para enfrentarse a las prácticas paganas que habían sobrevivido a una cristianización tan solo superficial. Recordemos que es en el siglo XIII cuando emergen -y son duramente perseguidas- las primeras herejías medievales: entre otras, el catarismo, que nos toca muy cerca. La Iglesia se siente preparada para conquistar el monopolio ideológico de la sociedad, y es en estos parámetros en los que hay que ubicar la persecución del sustrato pagano precristiano.

-¿También en Andorra, donde el Obispo de Urgel ejerce desde el siglo XIII como copríncipe?
-Los procesos más antiguos por brujería que se han conservado en las actas del Tribunal de Corts se remontan al siglo XV, pero estoy convencido que en Andorra la persecución comienza también dos siglos antes, como en toda Europa. Así se infiere de un documento otorgado por el conde de Castellbò que reconoce a los andorranos la facultad de constituir corts -es decir, tribunal de lo penal- "también para juzgar los casos de brujería", dice textualmente. En cualquier caso, la brujería se remonta a la prehistoria, y aunque el último proceso que incoa el Tribunal de Corts data de 1661, prácticas tradicionalmente relacionadas con la brujería persisten hasta el siglo XX. Incluso hasta hoy mismo.

-¿Por ejemplo?
-No hay que buscar demasiado: los apósitos de trementina se utilizaron habitualmente por estas comarcas hasta bien entrados los años 70. Y hay quien todavía visita al curandero de turno para hacerse colocar los huesos en su sitio. Hace tres siglos, tanto lo uno como lo otro hubieran sido consideradas en según qué circunstancias prácticas sospechosas. Por no hablar del repertorio de hierbas y plantas más o menos medicinales que todos conocemos aunque sea de oídas.

-Entre los 93 acusados a quienes el tribunal, el fiscal o los testigos atribuyen prácticas brujeriles, sólo hay cuatro hombres. ¿Hay que deducir que la sociedad andorrana era especialmente misógina?
-Era la misoginia habitual en la Europa coetánea, ni más ni menos. Por el solo hecho de ser hombre, un curandero estaba más cerca de la respetable figura del médico. En cambio, una mujer que se atribuyera dotes de curandera -o la que se los atribuyeran- tenía todos los números para ser antes o después sospechosa de brujería. Es significativo que los cuatro hombres acusados fueran condenados a penas relativamente leves: Pere y Joan Rectoret, de la Mosquera, acusados en 1638 de haber envenenado a la esposa del primero y madre del segundo, sólo tuvieron que pagar una multa de 20 libras. Y a un tal T. Palleta, de Encamp, protagonista del último proceso por brujería (1661), lo sueltan gratis.

-¿De qué se las acusa, a las supuestas brujas?
-Habitualmente, de provocar enfermedades, sobre todo el bocio. Pero también pueden tener la culpa de vómitos, fiebres repentinas, pérdida de peso o enfermedad mental. Hay casos en verdad grotescos, como el de una tal Joanita de Sant Julià de Lòria, de quien decían que hacía que se les cayeran las orejas a los hombres que se atrevían a entrar en su casa.

-¿Cómo se supone que lo hacían, todo esto?
-Con venenos cuya composición, curiosamente, ningún veguer se siente en la necesidad de investigar. Sólo ocasionalmente las actas describen los supuestos ingredientes de estos brebajes, según confesión de las acusadas o declaración de algún testigo.

-A ver: una receta.
-Citan sustancias como la adelfa, la "aranya grossa" -araña grande- e incluso el hígado de recién nacido, que Maria Galoxa confiesa haber extraído "con un gancho de hierro por el culo". En los veinte procesos y documentos adjuntos que he examinado, se las acusa de la muerte de 41 personas. La más letal vuelve a ser esta Galoxa, a quien en 1621 imputan la muerte de los nueve miembros de casa Nafreu, en el Vilaró de Ordino. Hay también casos de supuesto parricidio, como Antònia Martina, que admite haber matado a su marido y a su yerno; y de infanticidio, como Jaumeta Arenya, Peyrona Gastona y La Sucarana, acusadas de dar muerte a sus hijos.Era práctica habitual la adoración del diablo tras el rito del renec, que no consistía en el beso negro -en el trasero de un macho cabrío- típico de la tradición vasco-navarra, sino en levantarse la falda y sentarse sobre una cruz dibujada con tiza en el suelo.

-Teniendo en cuenta que Toneta de Caldes, la única que fue juzgada por la Inquisición, fue también una de las dos brujas andorranas que resultó absuelta en los dos siglos que ha investigado, ¿hay que concluir que era mucho mejor caer en manos del Santo Oficio que de los tribunales ordinarios?
-Con la Inquisición nos hemos llevado varias sorpresas: la primera y más gorda de todas, comprobar cómo los hechos contradicen la leyenda negra, por lo menos en lo que respecta a la brujería: los magistrados del Santo Oficio se mostraban mucho menos crédulos y más garantistas que la jurisdicción ordinaria. Un solo ejemplo: el procedimiento judicial estaba en las dos jurisdicciones enfocado a obtener la confesión del reo, pero mientras que ante el Santo Oficio la confesión y el arrepentimiento espontáneo garantizaban una pena relativamente leve -por lo menos, salvar la vida- con el Tribunal de Corts ocurría lo contrario: la confesión era la prueba definitiva, concluyente, que condenaba irremisiblemente al acusado. Es curioso también el conflicto jurisdiccional que se infiere del proceso de Toneta de Caldes, a quien el magistrado doctor Jeroni Morell se llevó a Barcelona -salvándola, por cierto, de una muerte más que probable. El inquisidor se lamenta del "exceso" del veguer andorrano al invadir competencias del Santo Oficio, el único que podía actuar en casos de brujería, y propone que sea llamado, juzgado y condenado de forma ejemplar a una pena pecuniaria.

-¿En qué consistía, las torturas? ¿Dónde y quién las aplicaba?
-Del único verdugo de quien conocemos el nombre es Domingo de l'Hort, que participó en la cacería de 1604 -debió ganarse el peculio porque terminó con tres de las acusadas en el cadalso, y otras tres fueron castigadas al látigo. La tortura habitual era la llamada del cordel, que consistía en colgar al reo por los pulgares, en ocasiones con un peso en los pies, y que en el siglo XVII fue sustituida por el potro.

-¿Y las penas?
-La más leve era la multa. La pena capital consistía en Andorra en morir "de forca ben alta". Entra la una y la otra, azotes y destierro -normalmente a perpetuidad, y con amenaza de pena de muerte si el reo regresaba, aunque se registraron casos como el de la Ponta, que se salto con éxito la prohibición de egresar. La tortura se aplicaba en la prisión, que suponemos que se encontraba bajo las escaleras exteriores de Casa de la Vall. El patíbulo, en Andorra la Vella, creemos que se levantaba en el "foro del tossal", por la zona donde hoy se encuentran los grandes almacenes Pyrénnées: aquí fue ahorcada en 1629 Magdalena Riba, alias Naudina, de Meritxell. A la Galoxa consta que la ejecutaron en el Mas d'en Soler, en la Cortinada.

-En el capítulo final, significativamente titulad Però n'hi ha, insiste en la pervivencia, incluso en la sobreabundancia de las prácticas mágicas en la sociedad actual. ¿Un golpe de efecto al estilo Cuarto Milenio, para asustar al personal?
-La brujería ha sido una constante en la historia de la humanidad desde las épocas más remotas. Y no hay que pensar que es algo del pasado. ¿Dónde hay que situar, si no, el auge actual de la videncia, reconvertido en floreciente negocio, así como del espiritismo y el satanismo? En los primeros años 80 se documentaron actividades relacionadas con la magia negra durante las obras de restauración de la iglesia de San Miguel de Engolasters: fueron desenterrados del templo dos corazones (de animales) con sendas agujas negras clavadas, y en el ábside apareció un día un perro estrangulado con una cuerda también negra. Una carta al director del Diari d'Andorra fechada en marzo de 2002 reivindicaba el buen nombre de una autodenominada Iglesia de Satán, y la noche de San Juan de 2003, en el paraje de Els Escorpiders, en Ansalonga, los vecinos avisaron al servicio de atención ciudadana porque habíaan divisado unas extrañas luces; cuando se acercaron al lugar descubrieron un inquietante cuadro formado por tres velas clavadas en el suelo alrededor de un papel que nadie se atrevió a leer...

[Esta entrevista se publicó en abril de 2004 en la revista Informacions]

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