Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

martes, 6 de mayo de 2014

La Pastora rió la última (La Pastora III)

El historiador catalán Josep Albert Planes reconstruye el periplo de Ciscu de Pessonada, el hombre que delató al maquis hermafrodita; "El contraban de frontera al Pirineu català" (Farell) retrata el tráfico ilegal de mercancías en la Andorra de los años 40 y 50.

¡El Ciscu de Pessonada! Seguro que lo recuerdan. Sí, hombre, el tipo aquel que un mal día de mayo de 1960 delató a Florencio Pla Meseguer, alias la Pastora, el maquis hermafrodita que -ya saben- se había refugiado cuatro años antes en Andorra y llevaba una vida más o menos tranquila. Hasta que topó con el tal Ciscu, claro. Así lo contaba el mismo Florencio en 1988 en una entrevista publicada en la revista El Temps: "Un contrabandista a quien llamaban el Ciscu me debía 12.000 pesetas y le reclamé que saldara la deuda. Fue y me delató al teniente coronel de la Pobla de Segur. Me cogieron cuando iba a sacar el rebaño. Y la policía andorrana me entregó a la Guardia Civil en la frontera". Una peripecia fascinante, la de Florencio, recogida por su biógrafo José Calvo en Del momnte al mito y recuperada literariamente por Alicia Giménez Bartlett en Donde nadie te encuentre, premio Nadal de novela 2011.

Colla de contrabandistas de Aransa con los fardos al hombro y burro (andorrano, por cierto) en el puerto de Perafita en 1952. Fotografía Archivo Isidre Navarro / El contraban de frontera al Pirineu català.

Añadamos a lo que antecede que la delación le costó a la Pastora una condena a muerte, después conmutada por otra de 20 años de presidio: la policía le imputaba nada más y nada menos que una treintena de asesinatos. 21 guardias civiles, siete alcaldes e incluso un ermitaño. Probablemente, todos los casos no resueltos del Maestrazgo y alrededores. Hasta aquí, nada que no supiésemos gracias a Calvo. Pero quedaba por dilucidar unno de los grandes enigmas de esta trucluenta historia de la negra postguerra: ¿quién era, este misterioso Ciscu de Pessonada capaç de vender a un colega por 12.000 pesetas? Pues hete aquí que el historiador barcelonés Josep Albert Planes nos lo cuenta en El contraban de frontera al Pirineu català, colección de testimonios de los protagonistas del intenso y lucrativo tráfico ilegal de mercancías -tabaco, perfume, medicinas, lana, medicinas, botones, aceite, gasolina, anethol...- que tuvo lugar en las comarcas fronterizas en los años 40 y 50, con Andorra, ejem, como centro neurálgico del tinglado.

Seguro que de haberlo podido leer, a Florencio le hubiera alegrado sus últimos días, porque resulta que el cadáver del tal Ciscu apareció flotando en el pantano de Oliana cierto día de 1962. Muerto de un tiro. terminaba en las aguas del pantano la vida aventurera de quien Planes describe como un tipo "bajito y corpulento, decidido, de carácter abierto y extrovertido" -que se lo digan a Florencio...- aunque también como "el mayor contrabandista de Pessonada", que por lo visto es mucho decir. El mayor y probablemente el más longevo, porque su inquietante y ambigua trayectoria arranca -recuerda el historiador- en los días de la GUerra Civil -contemporáneo por lo tanto de Barberan- cuando era un destacado miembro de la CNT en la comarca del Pallars Sobirà y de paso alcalde de Pessonada. Con los buenos, ya se ve, hasta que cambia oportunamente de chaqueta y se convierte en requeté. En los años 40 ya es uno de los reyes del contrabando de la zona junto con un tal Eusebio, primo suyo y también originario de Pessonada.

Las dotes de supervivencia del Ciscu y también su falta de escrúpulos los demostró con la delación de la Pastora, pero venía de lejos: en los días finales de la contienda no dudó en entregar a las nuevas autoridades franquistas a dos soldados republicaons refugiados en su casa. Así que con estos antecedentes no podemos decir que sorprenda el final sórdido con cadáver y bala en el pantano de Oliana. En fin, que si alguna vez lo supo, seguro que la Pastora rió la última.

Como se ha dicho, la historia de Ciscu es una de las muchas que recoge Planes en este apasionante viaje por uno de los períodos peor conocidos de la postguerra española y mundial en zona pirenaica. Unos años en que Andorra, qué casualidad, se convierte en epicentro de un submundo por donde pululan aventureros profesionales, carabineros sobornados, supervivientes de todas las derrotas y perdedores vocacionales. Entre una España que se moría de hambre y la Francia ocupada por los alemanes, los más listos de la clase supieron convertir la coyuntura bélica en una oportunidad para forrarse: en las tres jornadas que duraba un viaje estándar entre Vilamur, en el Palars, hasta Sant Julià de Lòria, ya en Andrra, el contrabandista podía ganar la friolera de 200 pesetas, dice Planes. El equivalente al salario mensual de un jornalero de la época. Como ra aresistirse, aun habiendo de restar de este monto las 50 pesetas que costaba el silencio del guardia civil de la aduana. En el trayecto de ida, los contrabandistas cargaban lana: en Esoaña se pagaba a 17 pesetas el kilo; en Andorra la revendían por 50 a los franceses...

El negocio era como se ve redondo, porque de vuelta los contrabandistas llenaban el fardo sobre todo con tabaco procedente de las fábricas de Sant Julià de Lòria: tabletas de picadura, paquetes de caliqueños, cortarons de cuarto de kilo y en los años 50, Carmela y Carlemany. Compraban el tabaco andorran a 70 pesetas el kilo; en Sort y Tremp lo revendías por 105. Las rutas desde el Pallars pasaban por el Mas d'Alins -¡como San Josemaría!- y Arduix, el Coll de la Galina, Civís y Ras d'Ars. El chollo de la lana terminó con la guerra mundial, y el tabaco se convirtió en el producto de contrabando estrella. Pero atención a la gasolina: el truco consistía en desplazarse hasta Andorra con el depósito de la furgoneta vacío y llenarlo a tope. En un viaje podían trasegar hasta 200 litros de carburante. Así es como la Seo de Urgel se llenó de gasolineras. Todo el mundo sacaba beneficio: hasta los coches de línea ,que cargaban garrafas de aceite en la Seo para revenderlo en Andorra a los franceses. Con la peculiaridad de que lo que en territorio español era constitutivo de un delito de estraperlo, al atravesar la frontera se convertía por arte de magia en otro de contrabando.

[Este artículo se publicó el 17 de marzo de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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