sábado, 19 de septiembre de 2015

Peter Smith: el Tom Clancy del Serrat

Ha publicado dos decenas de novelas desde que debutó en 2004, y en este tiempo ha colocado un cuarto de millón de ejemplares; sus series más vendidas las protagonizan Paul Richter, agente secreto que trabaja para el Foreign Operations Executive, y el policía londinense Chris Bronson, especializado en el thriller arqueológico. También ha tocado la novela gótica -los británicos, siempre con sus fantasmas a cuestas-, la biografía y la crónica militar, con especial atención a la II Guerra Mundial. Y todo esto, desde su humilde refugio del Serrat, en Ordino (Andorra), y oculta su identidad bajo media docena de seudónimos.

Peter Smith, en la librería la Puça de Andorra la Vella. Dice el padre de Paul Richter i de Chris Bronson que un escritor solo se puede permitir el lujo de mantener el Smith como nombre de letras si le antecede un Wilbur, "pero no si te llamas Peter". Así que firma como James Barrington, James Becker y como Max Adams. No es casualidad que la primera letra del apellido sea siempre una a o una b: es una estrategia editorial para que sus libros aparezcan en los primeros anaqueles de las librerías. Fotografía: Máximus.

Jamás sabremos lo que habría opinado Ken Charney sobre la guerra de las Malvinas. Retrocedamos hasta abril de 1982, con la ocupación del remoto e inhóspito archipiélago del Atlántico Sur por la Junta Militar argentina, y la inmediata respuesta de Margaret Thatcher, con el envío de una fuerza expedicionaria que en poco más de dos meses reconquistó aquellos dos pedazos de tierra. Charney, ya saben, murió en junio de 1982, mientras el país donde nació y el país por el que combatió durante la II Guerra Mundial se dedicaban a guerrear el uno contra el otro. Por un montón de pedruscos y unos cuantos miles de ovejas. ¿O fue pr el petróleo?

En fin. Lo que sí conocemos es lo que opina Peter Smith (Cambridge, 1947). Y sabe de lo que habla porque en aquella época ejercía como controlador aéreo militar a bordo del HMS Illustrious, uno de los tres portaaviones que Su Graciosa Majestad despachó a la otra punta del mundo para poner firmes a la Argentina de Galtieri. Su campaña duró tres meses; su trabajo consistía en traer a casa -es decir, a la cubierta del Illustrious- a los Harrier que controlaban el espacio aéreo de las Malvinas y alrededores en los convulsos y confusos días de la, ejem, inmediata postguerra. De esta peripecia bélica dejó constancia en Falklands: voyage to war, y tres décadas después nuestro Smith todavía no lo tiene del todo claro: "El reto logístico de transportar hombres y pertrechos a 12.500 kilómetros era descomunal. Ten en cuenta que para que uno de nuestros bombarderos Vulcan de largo alcance lanzara dos bombas sobre la pista del aeropuerto de Port Stanley, la capital de las Malvinas, había que mobilizar una veintena de aviones cisterna que lo abastecían en vuelo. Lo conseguimos, pero lo cierto es que tuvimos suerte".

Suerte. Quizás sí, aunque lo sensato era (y sigue siendo) apostar por la Royal Navy aunque sus días de gloria sean ya más cosa del pasado que del futuro. En fin. La pregunta es: ¿valió la pena? El caso es que el gobierno Thatcher no podía consentir que le fuera arrebatado por la fuerza un pedazo de territorio británico: "Este era el planteamiento oficial, y se resolvió satisfactoriamente. Pero el precio que hubo que pagar por devolver las Malvinas a la soberanía británica fue altísimo: 650 muertos por parte argentina; 250, por la nuestra. Y eso, por no hablar de los costes económicos de la guerra."

Si volvemos hoy sobre este asunto no es sólo es porque no cada día tiene uno la oportunidad de compartir una copa de Jameson con un expiloto de helicópteros de la Royal Navy, sino también y sobre todo porque tras la muy anglosajona biografía de Smith -que en 1994, al año siguiente de licenciarse con el grado de lieutenant commander, qué envidia, se instaló en nuestro rinconcito de Pirineo: hoy vive en el Serrat- se esconde el que es sin duda el indiscutible best seller de la literatura concebida por aquí arriba. Y encima, en inglés.

Cifras astronómicas
Por si había dudas: desde que debutó, en 2004 y con lo que el denomina su primer "thriller global", Overkill, ha publicado dos decenas de novelas y una docena más de títulos de "no ficción": 250.000 ejemplares vendidos, libro arriba, libro abajo. En otras palabras: en los últimos diez años, este anglosajón alto, discreto y grafómano ha colocado una media de 70 ejemplares diarios. Uno a uno. Y en editoriales de primerísima fila internacional: Macmillan, Penguin, Simon & Schuster y por ahí. A ver quién es el guapo que le tose.

La mayor parte de su obra de ficción se reparte en dos series: la primera, protagonizada por Paul Richter, agente adscrito a un ficticio Foreign Operations Executive que firma con el seudónimo de James Barrington -atención a los títulos: Pandemic, Timebomb, Payback y Manhunt, además de Overkill, que no engañan a nadie sobre su vocación de best seller; la segunda, media docena más de novelas, estas con el nombre de letra de James Becker y con otro personaje con madera de héroe de blockbuster: Chris Bronson, detective de Scotland Yard y prota de un racimo de títulos que dan una idea -o muchas, vaya- del territorio literario que pisa: The First Apostle, The Moss Stone, The Messiah Secret, The Lost Testament, The Templar Heresy... No concluye aquí la cosa, y Smith también ha abrevado en las fuentes literarias de la II Guerra Mundial: de nuevo bajo seudónimo, Max Adams, y con un par de títulos en el tintero: To Do or Die, Right and Glory. Y para acabar de lustrar su bibliografía, incluso se ha atrevido con dos de los temas mayores de la literatura conspiranoica: The Titanic Secret, sobre lo que ustedes y un servidor se temen, y The Ripper Secret, nueva incursión sobre la carrera de Jack el Destripador. Búsquenlo aquí como Jack Steel. 

Las tramas, espcialmente cuando se pone en el pellejo de Richter, los saca de su experiencia en operaciones encubiertas de la Navy; porque parecerá mentira, pero nuestro hombre también anduvo liado en esas cosas. No puede hablar abiertamente de ello, porque su boca sigue atada por la ley de secretos oficiales, pero en los 80, dice, participó en ciertas infiltraciones en el Yemen, y en otras relacionadas con la extinta URSS, entonces todavía el archienemigo. Experiencia que dota a sus ficciones, intuye, de un aura de verosimilitud que combina con episodios históricos, como los maletines nucleares que la misma URSS se dice que extravió en los años 70 y que en Overkill van a parar a las manos de una célula de terroristas islamistas; o el caso del Richard Montgomery, liberty ship que en 1944 fue a embarrancar en el estuario del Támesis con su carga de proyectiles de artillería a bordo: allí continúa, esperando que un comando terrorista lo convierta en una formidable bomba con capacidad, advierte nuestro hombre, de arrasar Londres.: pues este es el punto de partida de Timebomb.

¿Les recuerda quizás a Forsyth, o a Clancy, o a Wilbur Smith? Mejor, porque este es precisamente su negociado. En fin, que Smith es un pozo sin fondo, porque todavía no hemos tocado su faceta como biógrafo -de John Browning, el tipo que inventó el BAR, el fusil automático más célebre de la II Guerra Mundial- ni de su  lado fantástico (Sanctuary), ni del polemista algo visionario capaz de levantar una teoría alternativa para la desaparición del vuelo MH370 de Malaysia Airlines, que es lo que hace en By Accident or Design. Y todo esto, un tipo llamado Smith. 

The Increment, con licencia para matar
Con la autoridad del veterano de misiones encubiertas de la Navy que es, Smith se hace eco de una de las leyendas que envuelven los servicios secretos británicos: The Increment, nombre con que se conoce a los exmilitares que -cuenta- las agencias gubernamentales contratan para una operación en la que no quieren verse involucrados, y en la que negarán haber tomado parte si la cosa se tuerce. The Increment, nombre con que por lo visto se conoce a este servicio, no es ni una agencia, ni un departamento ni tiene una sede física ni un director al que pedir cuentas. Oficialmente, no existe. Es un concepto. El concepto en que se inspira el Foreign Operations Executive para el que trabaja Richter y que como Bond, James Bond, tiene licencia para matar. Y lo hace.

[Este artículo se publicó el 24 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]


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