Reconstruimos la peripecia de una expedición de 380 fugitivos de la España republicana que fue interceptada y tiroteada en el trayecto de la Seo de Urgel a Andorra por un pelotón de carabineros a partir del relato de uno de los evadidos conservado en el Archivo Nacional; dos centenares de los fugitivos de este enorme grupo fueron capturados, incluidas "dos señoritas", como él mismo dice.
Lo decía el historiador Ferran Sánchez Agustí días atrás a cuenta de su último tocho, La Guerra Civil al Montsec, donde repasa la evasión desde Cataluña y a través de rutas andorranas de elementos desafectos a la República, simpatizantes del bando nacional, políticos conservadores, religiosos, profesionales, desertores: los grupos que circulaban por la frontera entre 1936 y 1939 podían ser muy numerosos. Hasta de un centenar de fugitivos. Pero las expediciones mucho más modestas -uno, dos, quizás media docena de evadidos- que iba a ser lo habitual en este rincón de Pirineo durante la II Guerra Mundial hacían que la afirmación de Agustí pareciera francamente audaz: imagine el lector un centenar de fugitivos, una pequeña multitud, intentando esquivar la vigilancia de los carabineros.
Pues resulta que Agustí de quedaba corto. Cortísimo, porque el Archivo Nacional conserva un sensacional y hasta ahora inédito documento procedente de los fondos del Ministerio de Asuntos Exteriores español con el relato de la que sin duda fue la gran evasión de la Guerra Civil: 380 personas, según el testimonio literal de uno de los que lo lograron, que la madrugada del 11 de octubre de 1937 intentaban entrar en Andorra viniendo de la Seo, entre Arcavell i Juberri: ¡380! Estaba cantado que los carabineros -que por otra parte conocían muy probablemente el itinerario de la expedición- los iban a pillar. Y así fue. El resultado fue demoledor: tan solo entre 115 y 130 de los fugitivos consiguieron el objetivo de entrar en Andorra, incluidos dos heridos de bala que fueron trasladados al hospital de Pamies, en Francia. El resto fueron detenidos. También "dos señoritas" que formaban parte del grupo.
Cuenta nuestro hombre, en un documento de la Oficina de Información de la Secretaría General de Franco fechado el 12 de noviembre de 1937, que nada más entrar en territorio andorrano "fueron sorprendidos por numerosos disparos, hechos de frente y dentro de dicho territorio". Algunos lo volvieron a intentar unos centenares de metros más allá, cruzando el río Runer. Pero los resultados fueron igualmente pésimos: "Los carabineros situados junto al cauce de este pequeño riachuelo hostilizaban a todos los que no quedaban bien ocultos detrás de las piedras o matas, al tiempo que otros [carabineros] pasaban la línea divisoria deteniendo a los que más cerca del cauce se encontraban". La perfidia de los carabineros no concluye aquí porque -aquí nuestro superviviente habla de oídas, según lo que le ha contado otro fugitivo- un numerosísimo grupo de evadidos, dice que cerca de dos centenares, que había regresado a la carretera se encontró con el rótulo indicador de la frontera cambiado de sentido, de manera que "como los carabineros salían de la zona indicada Andorra [los fugitivos] retrocedieron, y perseguidos a tiros fueron detenidos casi todos ellos"
Baulard, ay, bajo sospecha
Él fue más hábil, o simplemente tuvo más suerte, y cruzó la frontera sin novedad. Primero, Juberri, y de aquí, inmediatamente a Sant Julià para ir a comisaría e informar a los gendarmes que desde agosto de 1936 se encargaban de mantener el orden público (y de paso, la neutralidad: ¿o era al revés?). Pero se llevó una sorpresa mayúscula: para mobilizarse, los gendarmes debían esperar al coronel Baulard, en funciones d comisario especial, pero el hombre se lo debió tomar con calma porque no compareció hasta al cabo de "algunas horas", y despachó inicialmente el incidente con una frase lapidaria: "Me contestó que no tenía por qué arriesgar la vida de un solo gendarme, causando esta frase comentarios muy poco favorables entre los numerosos vecinos, que no se recataban en censurar la actitud poco en consonancia con el fin que tenía la gendarmería en dicho territorio".
No fue hasta dos días después que Baulard -siempre según nuestro hombre, que lo rebautiza como Baulary- decide al fin visitar el campo de batalla. Un poco más y le pasa como a Cómodo en Germania, a quien su padre, cuando llega por fin su lado y se le lamenta de no haber llegado a tiempo de luchar en la batalla, le suelta como un latigazo: "No te has perdido la batalla; te has perdido la guerra". En fin, que Baulard se hace acompañar por dos de sus gendarmes "con su uniforme y armamento"; por el veguer episcopal, Jaume Sansa, por el juez, por el notario y por el alcalde de Juberri. En el lugar de los hechos, un centenar de metros dentro del territorio andorrano, "se recogieron paquetes de ropa, mantas y objetos diversos ante los cuales era innegable haber existido bastantes personas en aquellos lugares". Al regresar a Sant Julià, "unos disparos hechos por los carabineros rojos nos obligaron a colocarnos detrás de las rocas, mientras los dos gendarmes asomaban sus kepis sobre el final de sus fusiles y gritaban: '¡Franceses, franceses!'" Actitud, la verdad, no muy gallarda. De todo lo acontecido levantó acta el notario, que para eso le habían enrolado en la excursión, así que debe quedar rastro en los fondos notariales que se conservan en el Archivo. Al día siguiente le autorizan a abandonar el país y seguir su periplo, se supone, hasta la España nacional, y el relato concluye con unas comprometedoras apreciaciones sobre las autoridades locales.
Baulard es con diferencia el que sale peor parado, y nótese el retintín con el que lo describe: "Impecable en su uniforme, ceremonioso y muy correcto, o es marxista o al menos un cumplidor intachable del Frente Popular; de haber atendido mi reclamación se hubieran podido salvar más de 300 individuos" -aunque si dice que eran 380 y que unos 130 lograron llegar a Andorra, las cuentas no acaban de cuadrar. No es mucho mejor la opinión que le merece el veguer Sansa, de quien dice que "si ejerció presión sobre el coronel, fue demasiado tarde", le acusa de "olvidar en parte al menos sus deberes de español" al anteponer su función como representante del Copríncipe a la ayuda sus paisanos huidos, y aunque no cree que sea "simpatizante marxista", zanja la cuestión con rotundidad: "En momentos de dificultad le viene grande su cargo". Todo lo contrario del resto de las autoridades, que se portaron "estupendamente", empezando por el notario de Sant Julià, verdadero adicto al Movimiento, sin complicaciones ni trabas", y terminando por los vecinos del pueblo, "muy adepto a la España nacional".
Pues resulta que Agustí de quedaba corto. Cortísimo, porque el Archivo Nacional conserva un sensacional y hasta ahora inédito documento procedente de los fondos del Ministerio de Asuntos Exteriores español con el relato de la que sin duda fue la gran evasión de la Guerra Civil: 380 personas, según el testimonio literal de uno de los que lo lograron, que la madrugada del 11 de octubre de 1937 intentaban entrar en Andorra viniendo de la Seo, entre Arcavell i Juberri: ¡380! Estaba cantado que los carabineros -que por otra parte conocían muy probablemente el itinerario de la expedición- los iban a pillar. Y así fue. El resultado fue demoledor: tan solo entre 115 y 130 de los fugitivos consiguieron el objetivo de entrar en Andorra, incluidos dos heridos de bala que fueron trasladados al hospital de Pamies, en Francia. El resto fueron detenidos. También "dos señoritas" que formaban parte del grupo.
Cuenta nuestro hombre, en un documento de la Oficina de Información de la Secretaría General de Franco fechado el 12 de noviembre de 1937, que nada más entrar en territorio andorrano "fueron sorprendidos por numerosos disparos, hechos de frente y dentro de dicho territorio". Algunos lo volvieron a intentar unos centenares de metros más allá, cruzando el río Runer. Pero los resultados fueron igualmente pésimos: "Los carabineros situados junto al cauce de este pequeño riachuelo hostilizaban a todos los que no quedaban bien ocultos detrás de las piedras o matas, al tiempo que otros [carabineros] pasaban la línea divisoria deteniendo a los que más cerca del cauce se encontraban". La perfidia de los carabineros no concluye aquí porque -aquí nuestro superviviente habla de oídas, según lo que le ha contado otro fugitivo- un numerosísimo grupo de evadidos, dice que cerca de dos centenares, que había regresado a la carretera se encontró con el rótulo indicador de la frontera cambiado de sentido, de manera que "como los carabineros salían de la zona indicada Andorra [los fugitivos] retrocedieron, y perseguidos a tiros fueron detenidos casi todos ellos"
Baulard, ay, bajo sospecha
Él fue más hábil, o simplemente tuvo más suerte, y cruzó la frontera sin novedad. Primero, Juberri, y de aquí, inmediatamente a Sant Julià para ir a comisaría e informar a los gendarmes que desde agosto de 1936 se encargaban de mantener el orden público (y de paso, la neutralidad: ¿o era al revés?). Pero se llevó una sorpresa mayúscula: para mobilizarse, los gendarmes debían esperar al coronel Baulard, en funciones d comisario especial, pero el hombre se lo debió tomar con calma porque no compareció hasta al cabo de "algunas horas", y despachó inicialmente el incidente con una frase lapidaria: "Me contestó que no tenía por qué arriesgar la vida de un solo gendarme, causando esta frase comentarios muy poco favorables entre los numerosos vecinos, que no se recataban en censurar la actitud poco en consonancia con el fin que tenía la gendarmería en dicho territorio".
No fue hasta dos días después que Baulard -siempre según nuestro hombre, que lo rebautiza como Baulary- decide al fin visitar el campo de batalla. Un poco más y le pasa como a Cómodo en Germania, a quien su padre, cuando llega por fin su lado y se le lamenta de no haber llegado a tiempo de luchar en la batalla, le suelta como un latigazo: "No te has perdido la batalla; te has perdido la guerra". En fin, que Baulard se hace acompañar por dos de sus gendarmes "con su uniforme y armamento"; por el veguer episcopal, Jaume Sansa, por el juez, por el notario y por el alcalde de Juberri. En el lugar de los hechos, un centenar de metros dentro del territorio andorrano, "se recogieron paquetes de ropa, mantas y objetos diversos ante los cuales era innegable haber existido bastantes personas en aquellos lugares". Al regresar a Sant Julià, "unos disparos hechos por los carabineros rojos nos obligaron a colocarnos detrás de las rocas, mientras los dos gendarmes asomaban sus kepis sobre el final de sus fusiles y gritaban: '¡Franceses, franceses!'" Actitud, la verdad, no muy gallarda. De todo lo acontecido levantó acta el notario, que para eso le habían enrolado en la excursión, así que debe quedar rastro en los fondos notariales que se conservan en el Archivo. Al día siguiente le autorizan a abandonar el país y seguir su periplo, se supone, hasta la España nacional, y el relato concluye con unas comprometedoras apreciaciones sobre las autoridades locales.
Baulard es con diferencia el que sale peor parado, y nótese el retintín con el que lo describe: "Impecable en su uniforme, ceremonioso y muy correcto, o es marxista o al menos un cumplidor intachable del Frente Popular; de haber atendido mi reclamación se hubieran podido salvar más de 300 individuos" -aunque si dice que eran 380 y que unos 130 lograron llegar a Andorra, las cuentas no acaban de cuadrar. No es mucho mejor la opinión que le merece el veguer Sansa, de quien dice que "si ejerció presión sobre el coronel, fue demasiado tarde", le acusa de "olvidar en parte al menos sus deberes de español" al anteponer su función como representante del Copríncipe a la ayuda sus paisanos huidos, y aunque no cree que sea "simpatizante marxista", zanja la cuestión con rotundidad: "En momentos de dificultad le viene grande su cargo". Todo lo contrario del resto de las autoridades, que se portaron "estupendamente", empezando por el notario de Sant Julià, verdadero adicto al Movimiento, sin complicaciones ni trabas", y terminando por los vecinos del pueblo, "muy adepto a la España nacional".
[Este artículo se publicó el 24 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]
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