sábado, 5 de julio de 2014

Vindicación del obispo Simeón

El historiador catalán Jordi Buyreu reconstruye el decisivo papel del prelado de Urgel en el mantenimiento de las instituciones, la neutralidad y los privilegios andorranos tras la Guerra de Sucesión, en que el Consell de la Terra reconoció al perdedor, el archiduque Carlos.

Imagínese el lector al Muy Ilustre Síndico dirigiendo una recua de mulas cargando los 600 quesos, 600, que el Consell de la Terra le envía en plan obsequio al rey Felipe V, que ha puesto corte en Zaragoza. Sólo el viaje ya debió de ser una aventura, por no decir una proeza, entre dramática y algo cómica. Dramática porque la comitiva atravesaba un país sumido en la Guerra de Sucesión; y cómica porque uno se imagina el diálogo de besugos del buen Síndico ante las inquisitivas preguntas de las tropas con que se iba cruzando: "¿Qué llevan estas bestias? Pues quesos para nuestro señor el Rey". El caso es que los andorranos de la época intentaban congraciarse con el nieto de Luis XIV, el Borbón que aspiraba a la corona hispánica -de hecho, ya era rey- y en cuyo favor se estaba decantando la guerra. Estamos en 1711 y resulta que llevados de un exceso de celo, por las circunstancias o -más probablemente- por una fatal colusión de todos estos factores, el Consell de la terra tenía que hacerse perdonar la precipitada toma de partido por el rival de Felipe, el archiduque Carlos de Anjou, desde 1705 rey de los catalanes. Lo cuenta con pelos y señales el historiador catalán Jordi Buyreu, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona, en La Guerra de Sucesión en los Valles de Andorra (1700-1720), suculento artículo recientemente publicado en la revista de Historia Moderna de la Universidad de Valencia.

"Plan de Castel Siutat et de la Ville d'Urgell" conservado en la Biblioteca Nacional de Francia. Fotografia: Gallica.


"Planta de fortificación de Castellciutat con lo que esté hecho, lo que se va fabricando y lo que se ha de hacer", fechado en 1692 y conservado en el Archivo General de Simancas junto a un discurso del ingeniero mayor Ambrosio Borsano sobre la ciudadela, uno de los escenarios de la Guerra de Sucesión en el Alt Urgell. Fotografía: Ministerio de Cultura / Archivo General de Simancas.

Una aventura excepcional porque nuestros abuelitos del XVIII llevaron hasta la perfección el noble arte de hacerse el andorrano. Ya saben, mirar hacia otro lado, hacer como si no y preguntarse en voz alta: ¿Yo? ¡Ni idea! Buyreu trata de explicar(se) en una veintena de suculentas páginas cómo se li hizo aquella buena gente para mantener no solo las exenciones fiscales y los pirivilegios comerciales que España y Francia les reconocían desde tiempos casi inmemoriales sino también y sobre todo el peculiarísmo statu quo jurisdiccional e institucional: el Coprincipado, la (proto)independencia y la semilla de la soberanía actual. En resumen: ¿cómo es posible que Felipe V respetara la singularidad andorrana después de que el Consell de la Terra apostara por Carlos de Anjou, cuando en la vecina Cataluña se aplicó a consciencia para anular sus instituciones seculares Decreto de Nueva Planta mediante? ¿Por qué perdonó a Andorra pero no a Cataluña? Y mira que tenía muchos y buenos motivos para el castigo. No solo el reconocimiento del rey Carlos III, detalle que según cómo podría interpretarse como un crimen de lesa majestad. Es que en 1709 el Consell de la Terra satisfizo la qüestia reglamentària al obispo Julián Cano, como era de ley aunque el mitrado estuviera huido, y también al de Anjou, por si acaso se le ocurría cortar el grifo y retirar los privilegios comerciales, como había amagado que haría. Hay que añadir que Andorra no lo tenía fácil, y que se la jugaba tomara la decisión que tomara e independientemente del aspirante al que apoyara: el obispo, decíamos, estaba huido porque -como recuerda Buyreu- era partidario de Felip, mientras que el capítulo catedralicio de la Seo se había alineado con el archiduque. Una situació "anómala" -según el historiador; quizás le sentaría mejor "pintoresca"- en que a los andorranos no les quedaba otra que hacer equilibrismos -la puta i la Ramoneta, vaya- para evitar males mayores. Tan pronto hubo reconocido al de Anjou como Carlos III, éste les confirmó los privilegios para importar mulas desde Francia. Pero es que además, cualquiera le tosía entonces a Carlos, con los ejércitos austracistas instalados en Cataluña y llevando la voz cantante en la guerra.
Pero estas veleidades imperiales no les iban a salir gratis, y los Borbones se lo iban a cobrar antes que después: ya en 1709, el duque de Noailles propone una primera represalia -los dichosos mulos que los andorranos podían importar libres de impuestos para después revenderlos en España. El mismo año, dice Buyreu, el Consell de la Terra ha de abonar una multa de 1.000 libras francesas, oficialmente por haber dejado pasar por su territorio a una partida de badoleros, pero la cosa huele también a represalia. En 1711, otra multa, esta vez de 11.000 libras. Una relación tirante que ya había empezado mal: en 1701, en los prolegómenos de la Guerra de Sucesión, las Cortes catalanas acordaron un "donativo" de 1,5 millones de libras barcelonesas al rey Felipe, y la Diputación del General exigió a Andorra  una contribución de 450 libras, "como el resto de poblaciones catalanas". Una exigencia absolutamente inólita que provocó las lógicas renuencias y que solo la intervención in extremis del obispo Cano evitó.

El arte de hacerse el andorrano
Catorce años y dos cambios de bando después, los consejeros no lo veían tan claro. Con razón: "¿Por qué los vencedores no abolieron las instituciones andorranas? ¿Por qué ni la monarquía española ni tampoco la francesa aprovecharo la coyuntura para acordar el traspaso del territorio a la jurisdicción de la una o de la otra?", se pregunta con legítima sorpresa Buyreu. Seguramente no fue gracias a los 600 quesos de 1711. Más bien apunta a las dotes diplomáticas (!?) de los síndicos del momento -esta rara habilidad para jugar a dos barajas sin terminar nunca de pillarse los dedos- pero sobre todo a la figura proteica del sucesor de Cano, Simeón de Guinda, al frente del Obispado desde 1714 hasta su muerte, en 1737, y a quien el historiador presenta como "un personaje capital para entender el mantenimiento de la neutralidad andorrana en aquellos difíciles años".
¿Cómo se lo hizo el navarro Guinda para convencer a Felipe y conservar pues los privilegios y el statu quo andorrano? Ante todo, siendo un hombre del régimen -del régimen borbónico, claro-, y porque por algún motivo que desconocemos tenía cierta influencia en la corte del monarca. Más que cierta: la suficiente para salirse con la suya y conseguir que en 1717, cuando se decretó la clausura de todos los colegios de la Compañía de Jesús  para favorecer a la leal ciudad de Cervera, la orden no afectara al de la Seo, el único de toda Cataluña que continuó abierto y como si nada. En fin, que el hombre "se tomó muy a pecho los derechos que le confería el Coprincipado y no estaba dispuesto a renunciar ni al poder ni a la jurisdicción sobre los Valles de Andorra, ni a ninguna otra de las prerrogativas y rentas que el título comportaba". Así que ordenó al Consell de la Terra que no satisficiera ningún tributo más que al rey de Francia o a él mismo, como estaba mandado, por mucho que lo mandara la borbónica administración de Su Católica Majestad.
El panorama se complicó de nuevo en 1719 con jua nueva guerra, esta vez entre Franca y España, y la consiguiente ocupación gabacha de los territorios fronterizos, incluida la Seo, donde los ocupantes restablecieron astutamente el régimen anterior a la Nueva Planta. El caso, dice Buyreu, es que "miembros destacados de la comunidad" -se refiere de nuevo a la Seo- mantuvieron "algunas reuniones conspirativas en Andorra para facilitar la entrada en la ciudad [de la Seo] de las tropas francesas". ¿Dónde? En casa del mismísimo Síndico, Joan Antoni Torres. Cuando las cosas se calmaron, tras la retirada francesa, de nuevo tenían los andorranos sobrados motivos para temer la ira del Borbón. Pero ni así. Concluye Buyrey que si salieron indemndes desués de jugar con fuego durante un par de décadas fue gracias a la doble señoría -el Copríncipe francés no tenía ninguna intención de dejarse arrebatar sus derechos de cosoberanía por estas latitudes- a la habilidad negociadora de Torres y compañía y sobre todo, sobre todo, a la influencia entre bambalinas que ejerció el obispo Guinda: "La paradoja es que la monarquía española aceptó las peticiones de Andorra por boca de Guinda -aun habiendo reconocido a Carlos III durante buena parte de la Guerra de Sucesión- mientras anulaba y perseguía las instituciones del Principado de Cataluña?" ¿Cabe mayor y mejor demostración práctica del noble arte de hacerse e landorrano? En fin, que agradecidos como sólo los andorranos sabemos ser, Simeón no tiene hoy ni una calle, ni una plaza, ni un triste rincón que salvaguade su memoria. Y esto, en un país en cuyo callejero clérigos, mosenes, obispos y demás són legión. Mi país y yo somos así, Señora.

[Este artículo se publicó el 2 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]


Reivindicación del obispo Simeón

El quinto volumen del Diplomatari de la Vall d'Andorra, consagrado al siglo XVIII, repasa unos años decisivos en la configuración de Andorra como realidad política "diferente de España y de Francia", sostiene el coordinador de la obra, el historiador catalán Jordi Buyreu.

Una mina, oigan. De lectura quizás pelín reconcentrada, porque no se puede obviar su origen (y su destino) esencialmente académico; pero con algo de paciencia -no mucha, de verdad- una auténtica mina de episodios y de personajes insólitos y pintorescos. Esto es lo que ofrece la quinta y -de momento- última entrega del Diplomatari de la Vall d'Andorra, correspondiente al siglo XVIII, editada por Jordi Buyreu y que ayer se presentó en la Biblioteca Nacional. Noticia de las gordas porque el anterior volumen del Diplomatari -el del siglo XV, porque el orden es en esta aventura algo caprichoso- se remontaba al 2002 y el proyecto parecía aparcado sine die en el cajón de las buenas intenciones. Como tantos otros similares, ya que hablamos de ello. ¿Por ejemplo? La coleción L'Andorra dels viatgers que patrocinaba el ministerio de Exteriores en la época de las vacas gordas -la del ministro Minoves, por concretar- y que un día fuese y no hubo nada.

Buyreu, en la presentación del Diplomatari de la Vall d'Andorra en la Biblioteca Nacional de Andorra, en diciembre de 2012. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues no. Y vayamos de una vez por todas al meollo del tocho de hoy. Buyreu ha transcrito 109 documentos depositados mayoritariamente en el Archivo Nacional -archivo de las Set Claus, Llibre de resolucions del Consell de la Vall- y en menor medida, en los archivos comunales, parroquiales y también familiares -Casa Bonavida, Casa Colat, Casa Blau... Un trabajo de hormiga -decir de chinos, con el caso Emperador sub iudice, parce inoportuno- que Buyreu ha aparcado con dos criterios entre ceja y ceja: por un lado, seguir documentalmente el "proceso de afirmación" de Andorra como realidad política, social y cultural "diferente del Reino de Francia y de la monarquía hispánica". Un "proceso" que tiene en la Guerra de Sucesión y en la figura del obispo Simeón de Guinda (1714-1737) el momento y el personaje decisivos. Volveremos en seguida a ellos. Por otra parte, rastrear la vida cotidiana de los andorranos del momento. Entre los documentos que el historiador catalán ha desenterrado figura una centencia criminal -con c ochocentista, sí- dictada por el Consell de la Terra el 12 de octubre de 1739 y que condena a Guillem Castellà, "treballador del lloch d'Arensal", a tres años de remo en galera. No sabemos ni el crimen del que se acusa al pobre Castellà, ni dónde cumplió la pena, ni si volvió para contarlo. Tampoco queda claro si el tribunal fue en esta ocasión más o menos benévolo que el que el 2 de septiembre de 1733 había condenado a un ciudadano de quien no sabemos ni el nombre a la pena de "relegació ha una isla, nomenadora per sa magestat cathòlica, per lo temps de deu anys". Tampoco en este caso nos ha llegado el pecado que el reo debía expiar en una "isla". Contrabando de tabaco, quizás, no de los deportes nacionales que ya practicábamos tres siglos atrás con contumacia y que fue objeto de prohibiciones tan repetidas como, por lo que se ve, ignoradas: "Que desta hora en avant ninguna persona de qualsevol estat, sexo o condició que sia se atrevesca a fer o plantar tavaco, fabricar-lo ni negociar ab ell, baix pena de cot de la terra [o multa] i desterro perpétu de estas Valls", insistía el Consell General el 1 de marzo de 1765... señal de que la prohibición no tenía mucho seguimiento.
Más color tiene todavía la intervención del veguer Pere Fiter i Rossell -hermano de Antoni, el del Manual Digest: ¡menuda familia!- fechada en julio de 1754 y por la que ordena la detención de Jaume Vila, Isidor Font y Andreu Vila, "fadrins de la vila de Sant Julià", por haberles reventado el baile de la noche de San Juan a los vecinos de la plaza mayor de la localidad. Los hechos son los siguientes: "Jaume Vila isqué ab una barra, y mos apagarent los llums, cridant als demes fadrins que tranquessent los instruments al músich, no sent content de aver apagat ls llums y fer quedar donselles y casaes y viudes sensa llum a la plasa". Igualmente curiosa es la institución, el 14 de noviembre de 1713, de una causa pía a favor de la "doncellas pobres" de la capital por el benefactor Antoni Bosquets. Debía de haber más mujeres "aptas y idòneas" que dineros contante y sonante. ¿Cómo se repartía el capital? Fácil: en primer lugar, a la más pobre, en una competición algo indigna; si dos candidatas se demostraban igual de pobres, entonces tenía preferencia la más "virtuosa"; y en el caso extremo de que dos aspirantes fuesen igual de pobres y a la vez igual de virtuosas -que ya sería- "se posarà lo nom de cada una en redolí y sgons la sort de cada qual se farà consigna".
Hasta aquí hemos ido viendo cómo se las arreglaban los andorranos del siglo XVIII para ir tirando. Pero es que Buyreu se interesa también (y sobre todo) por la idiosincrasia política de este rincón de Pirineo. Se trata de explicar cómo y por qué Andorra, que tuvo el poco ojo de seguir a los catalanes en el apoyo al candidato austracista consiguió salir indemne de la Guerra de Sucesión. Mérito mayúsculo porque -como nos recuerdan día sí, día también, Junqueras y compañía- los territorios de la Corona de Aragón salieron trasquilados de la contienda. Para Buyreu, el mérito hay que repartirlo a partes iguales entre Guinda -no lo busquen en el callejero andorrano, tan pródigo en copríncipes de aquí y de allá, porque no lo encontrarán por ningún lado- y a las habilidades diplomáticas de los astutos andorranos del Ochocientos, que consiguieron dársela a todo un Luis XIV. En fin, que esto es un no acabar. Ya lo saben: en el Diplomatari del XVIII. Y no se dejen asustar por el título.

[Este artículo se publicó el 7 de diciembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

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