El estudio antropológico que se presenta en el Congreso de Paleopatolgía que se clausura hoy en Andorra concluye que el bosquimano murió de forma natural entre los 22 y los 32 años.
Ya lo ven, esto va del Negro. Con mayúsculas. El bosquimano disecado del museo Darder de Bañolas. La historia es de todos conocida, pero no por ello menos truculenta. Y muchos creíamos que el caso estaba muerto y enterrado -perdone el lector: no lo hemos podido evitar- desde octubre del 2000, cuando tras una década de trifulcas diplomáticas -recuerden la amenaza de boicot de los países africanos a los Juegso de Barcelona- el hombre fue inhumado en un parque de Gaborone, la capital de Botswana. Con honores de héroe nacional, por cierto. Pero lo del Negro no se había terminado. El equipo del Instituto de medicina legal de Cataluña que antes de repatriar el cuerpo -o lo que quedaba de él- lo sometió a un exhaustivo examen antropológico ha reabierto el caso y tiene previsto publicar en breve el informe definitivo. Ayer avanzó las conclusiones en una de las ponencias estrella del Congreso nacional de Paleopatología que se clausura hoy en Andorra la Vella.
Se trataba, dice Narcís Bardalet, médico forense y director del equipo, de dar respuesta científica a las incógnitas que planteaba el Negro. La primera de todas: ¿murió de forma natural, o lo mataron para abastecer de género a los hermanos Verreaux, los naturalistas franceses que de lo llevaron a Europa? Por decirlo claramente: ¿es plausible, la historia que contaban los Verreaux, según los cuales sólo habían robado el cadáver del difunto al día siguiente de ser enterrado, pero que no habían tenido nada que ver con el fallecimiento? ¿O se trataba de una simple y burda coartada? Más: ¿cómo fue tratado el cuerpo para conservalo durante el largo trayecto a Europa? Conviene no olvidar que estamos en 1830, momento en que la esclavitud -imperio británico al margen- es una lacra casi universal. Primera conclusiíon: nuestro bosquimano falleció por casuas naturales. Bardalet y la odontólga forense Maria José Adserias -glups- descartan una muerte violenta. Lo más probable, a partir de las características uñas y dedos durvados que presentaba el cuerpo, es que muriera a consecuencia a una enfermedad cardiorespiratoria: puede que una fibrosis pulomnar, o quizás una tuberculosis mal tratada que el hombre podría haber sufrido de niño.
Anatómico y forense
Así que el examen forense confirma la coatrada de los Verreaux, que no era tal coartada sino la prosaica y estricta verdad: ¡con lo que hubiera cundido que al Negro se lo hubieran cepillado para convertirlo en pieza de museo unos racistas blancos! En fin, continuemos, pero los estómagos sensibles harían bien en dejar de leer a partir de aquí, porque los naturalistas franceses procesaron su cadáver como si de uno de los animales de su colección se tratara: lo evisceraron, le extrajeron la columna vertebral y lo que quedaba del Negro lo expidieron desde Ciudad del Cabo hacia la Rochelle enrollado "como una alfombra": exactamente, el mismo tratamiento que reservaban a elefantes, rinocerontes, leones y otras bestias con que abastecían el mercado europeo, ávido de animales exóticos. Una vez en el laboratorio de los Verreaux en París, la piel del Negro se untó en betún, que le confirió la tonalidad con que llegó hasta nosotros, mucho más oscura que la de los bosquimanos, que tiende al marrón antes que al negro -dice Bardalet. Eso sí: fémures, húmeros, tibias, cúbitos y radios son los originales.
Para devolverle la forma y la consistencia, los naturalistas sustituyeron la columna por una estructura de madera y hierro, y rellenaron el cuerpo con fibra vegetal. El examen concluye que el pelo y el bigote son humanos, aunque no si son suyos, que el Negro medía 1,55 metros, y que tenía al morir entre 22 y 32 años, edad por lo visto considerable para un bosquimano de principios del XIX. Le faltaba un pezón, glups, le zurcieron un ombligo más abajo de lo que correspondía, presentaba un orificio en la oreja izquierda -probablemete, con finalidad ornamental- y una gran, enorme cicatriz que le cruzaba la espalda desde la zona occipital hasta la anal. Y tenía, en fin, el ano suturado. Para terminar con este inquietante, truculento cuadro, le faltaban los cuatro incisivos inferiores, posiblemente -añaden los forenses- a causa de una extracción ritual practicada en vida. ¿Inhumano? Bardalet y Adserias opinan que no, que el Negro se exponía en el museo Darder preservando su dignidad y sin ánimo vejatorio: "Era una obra de arte antropológica". Y lanzan la pregunta clave: ¿qué diferencia existe entre el Negro y el ejército de momias y otros pingajos humanos que se exhiben en museos de medio mundo?
Lo cierto es que once años después de ser inhumado en Botswana, el Negro yace hoy en una tumba semiabandonada convertida en referencia del punto de córner de un campo de futbol vecinal. Tanto ruido, para esto.
Para devolverle la forma y la consistencia, los naturalistas sustituyeron la columna por una estructura de madera y hierro, y rellenaron el cuerpo con fibra vegetal. El examen concluye que el pelo y el bigote son humanos, aunque no si son suyos, que el Negro medía 1,55 metros, y que tenía al morir entre 22 y 32 años, edad por lo visto considerable para un bosquimano de principios del XIX. Le faltaba un pezón, glups, le zurcieron un ombligo más abajo de lo que correspondía, presentaba un orificio en la oreja izquierda -probablemete, con finalidad ornamental- y una gran, enorme cicatriz que le cruzaba la espalda desde la zona occipital hasta la anal. Y tenía, en fin, el ano suturado. Para terminar con este inquietante, truculento cuadro, le faltaban los cuatro incisivos inferiores, posiblemente -añaden los forenses- a causa de una extracción ritual practicada en vida. ¿Inhumano? Bardalet y Adserias opinan que no, que el Negro se exponía en el museo Darder preservando su dignidad y sin ánimo vejatorio: "Era una obra de arte antropológica". Y lanzan la pregunta clave: ¿qué diferencia existe entre el Negro y el ejército de momias y otros pingajos humanos que se exhiben en museos de medio mundo?
Lo cierto es que once años después de ser inhumado en Botswana, el Negro yace hoy en una tumba semiabandonada convertida en referencia del punto de córner de un campo de futbol vecinal. Tanto ruido, para esto.
[Este artículo se publicó el 17 de septiembre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]
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