lunes, 28 de abril de 2014

Al Más Allá, en buena compañía (o así)

El Centre d'Art d'Escaldes expone un centenar de piezas procedentes del ajuar funerario de las culturas precolombinas y conservadas en el Museo Egipcio de Barcelona.

"...metiéndose en la garganta hasta el epiglotis, o digamos la campanilla, la paleta que cada uno lleva siempre a mano en estos días, evacuaban el estómago hasta no dejar nada..." Así describe el cronista Pedro Mártir de Anglería (1457-1526) la extraña, pintoresca y francamente desagradable costumbre que practicaban los indios de La Española -la isla que actualmente se reparten Haití y la República Dominicana- para vaciar los intestinos antes del ritual que los tenía que poner en contacto con los dioses. Un ritual algo aparatoso y donde, todo sea dicho, los hongos alucinógenos jugaban un papel decisivo. Enseguida volveremos sobre ello. De momento, quedémonos con la imagen de un indio -taíno, que da más miedo: eran antropófagos, glups- que se introduce una especie de palo hasta la epiglotis, por decirlo como el bueno de Pedro Mártir, y se pone a (ejem) potar. En el Centre d'Art d'Escaldes (CAEE) no tenemos al taíno, pero si el artefacto en cuestión: por motivos obvios, se le llama espátula vómica, para que sólo con el nombre vengan arcadas. Ésta es de madera, pero las había también de concha de caracol, que no está nada mal, e incluso de costilla de manatí, que vete tú a saber que clase de bicho era. Está fechada entre el año 1000 y el 1500, en todo caso, antes de la llegada de Colón -¡qué banquetes humanos se debió pegar su feliz poseedor!- y forma parte del centenar de piezas de la colección de arte precolombino del Museo Egipcio de Barcelona -ya saben, el chiringuito del hotelero Jordi Clos- que bajo el título de La pasión de Tórtola Valencia se exponen en el CAEE hasta el 27 de septiembre.



De arriba abajo: diosa azteca de entre el 1300 y el 1500; guerrero con macama de la cultura de Veracruz (siglos II-IX), y chamán nayarit del siglo III. Footgrafías: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Aztecas, sí; mayas, no
Tiempo de sobra para visitar -y revisitar, ya lo verán- una colección sin parangón en la península y que muy probablemente no volverá a salir de casa: el Museo Egipcio está a punto de culminar una nueva ampliación de las instalaciones y los guerreros, sacerdotes, dioses, máscaras, exvotos y otros objetos procedentes del ajuar funerario de incas, aztecas y -atención- un puñado de culturas más o menos remotas que -además de los bien conocidos Jalisco, Nazca, Teotihuacán y los mismos Taíno- responden a nombres poco habituales cuando nos referimos a la América precolonial -Nayarit, Colima, Veracruz, Tlamalaneque, Tumaco, Bahía y Chamcay- se quedarán definitivamente en Barcelona. Se trata de un centenar largo de piezas fundamentalmente de cerámica procedentes -ya se ha dicho- de estas culturas precolombinas. Bueno, mejor amerindias, que es como por lo que se ve se les ha de llamar ahora para que nadie se sienta ofendido. Y si precolombinas no vale, imagínese el lector prehispánicas...

En fin, que la espátula vómica está bien, no lo negarán, pero la estrella de la exposición es el chamán nayarit de aquí arriba. Está fechado entre el 200 y el 300 de nuestra era -contemporáneo del emperador Diocleciano, para que se hagan una idea, cuando a los cristianos todavía se los zampaban los leones en el Coliseo- y si se fijan bien, verán que de la cabezota le salen unas extrañas protuberancias que le confieren un familiar e inquietante aspecto de alienígena de serie B: ricitos, opinan los bienintencionados; setas alucinógenas, sostienen los (probablemente) mejor informados. Concretamente, psiolacybe mexicana, que consumía el chamán de turno mientras tocaba el tambor que sostiene entre los muslos. Entre unas cosas y otras, le quedaba la cabeza como un bombo. Ideal para hablar con los antepasados, por lo visto.

Hay más, muchas más piezas singulares. Miren si no el Carita Sonriente [sic] de la cultura de Veracruz, que floreció en el actual México entre el 300 y el 900. Un nombre, este de Carita Sonriente, que describe un tipo de figura antropomórfica con la cabeza deformada y que retrata a un individuo en tránsito -colocado, vamos, que estos amerindios se lo pasaban en grande; por lo menos, los chamanes, listos ellos- que es lo que se llevaba en los ritos en honor de Tlazolteaotl, diosa de -ohhh- la carnalidad. También pueden fijarse en el perro pelón de la cultura Colima, allá por los siglos II, III y IV en la región de Panamá: se ve que sus propietarios los cebaban para que sirviesen de manjar en los ritos funerarios. Los allegados del difunto se zampaban al pobre animal, y el finado se llevaba una réplica en cerámica del bicho para que lo acompañara en su tránsito al Más Allá. Atención también al yugo y al hacha de piedra de -otra vez- la cultura de Veracruz: son réplicas de los elementos que se utilizaban en el juego de pelota que -parece- se practicaba de forma generalizada en las culturas amerindias. Un juego, por cierto, en el que mejor no verse involucrado, porque terminaba fatal: o bien los vencedores o bien los perdedores eran sacrificados. Menuda incertidumbre. Hay, en fin, hasta una minúscula jarra antropomórfica de los nazcas, la cultura de los petroglifos y las célebres líneas, una estupenda diosa azteca -con la mirara un poco estrábica y que da algo de miedo- y cuatro cositas incas. Pero no busquen nada ni de los olmecas ni de los mayas. Esto, no. Es que no se puede tener todo.

[Este artículo se publicó el 9 de junio de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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