domingo, 23 de marzo de 2014

La última pena capital, en 8 milímetros

Se cumplen 70 años de la última sentencia a muerte que dictaron los tribunales andorranos; Bartomeu Rebés filmó desde el balcón de su casa la lectura pública de la pena, el 28 de octubre de 1943; el Archivo Nacional conserva una copia de la filmación, una película (muda) de dos minutos escasos.

De acuerdo: 70 años no es una cifra tan redonda como los 25, los 50 y no digamos los 100. Pero no siempre tendremos la suerte que tuvimos con la carretera [la General 1, desde la frontera a Andorra la Vella, que se inauguró el 24 de agosto de 1913], y digámoslo claro, la prudencia más elemental nos dice que el 18 de octubre del 2033 algunos de nosotros ya no estaremos en condiciones de recordarlo como merece. Así que aprovechemos la oportunidad que nos brinda el calendario y evoquemos hoy la lectura y ejecución de la última sentencia capital que se dictó en nuestro rincón de Pirineo. Lo haremos, además, no con la celebérrima fotografía de Valentí Claverol -estupenda, sí, pero mil veces vista- sino con los fotogramas de los dramáticos dos minutos filmados por Bartomeu Rebés desde el balcón de su casa, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella. De hecho, si tienen a mano la fotografía de Claverol y observan bien, verán a Rebés en acción: es el hombre situado a la derecha del todo del balcón, con la cámara al hombro y grabando la escena.













Capturas de la película de dos minutos de duración que Bartomeu Rebés, cineasta aficionado, filmó el 18 de octubre de 1943 desde el balcón de su casa -Casa Rebés- en la plaza Benlloch de Andorra la Vella; bajo él, los batlles proceden a la lectura pública de la sentencia que condena a muerte a Pere Areny Aleix, autor del disparo que la madrugada del 31 de julio mató a su hermanastro, Anton Areny Baró; el fratricida fue fusilado el mismo 18 de octubre en el cementerio de la capital. Película: Bartomeu Rebés / Archivo Nacional de Andorra.


Hemos retrocedido hasta el 18 de octubre de 1943: una pequeña multitud se concentra en la plaza, en el mismo lugar -y no es casualidad- donde hoy crece un frondoso... ¿un almez? para oír al honorable señor batlle -el juez, vamos. Es lunes, pero el ambiente es de gran solemnidad, comenzando con los consejeros generales con el vestuario ceremonial: tricornio y gambeto. No es para menos, porque estamos a punto de asistir a un acontecimiento auténticamente insólito: no se guarda memoria de la anterior pena de muerte dictada en el país -Manel Bacó de Engordany, en una escena muy similar a la captada por Claverol y reproducida en su momento por L'Illustration, fue condenado en 1896 a trabajos forzados por haber liquidado a su madre- y de hecho, Pere Areny Aleix, nuestro protagonista de hoy, tendrá el dudoso honor de ser el último ejecutado en Andorra. No discutiremos aquí ni la dureza ni la oportunidad de la pena -esto lo haremos más adelante, y con los parientes vivos más cercanos del reo- pero el caso es que el Tribunal de Corts lo tuvo clarísimo y la sentencia -que se puede consultar en el Archivo Nacional, y que encontrarán aquí arriba- declaró a Gastó de Canillo, como también se conocía al fratricida, "autor del delito de asesinato de su hermano, Anton Areny Baró, con las agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados, condenándolo a sufrir la pena capital".

Una pena capital que según la costumbre local -conservada en el Manual Digest, el mamotreto de Fiter i Rossell- la debería haber ejecutado un verdugo traído expresamente de España o de Francia pero que los mismos batlles especificaron que "dadas las circunstancias" -el contexto bélico, con la II Guerra Mundial en marcha y poniéndoles las cosas difíciles a los verdugos profesionales, ya es paradoja- el reo fuese "pasado por las armas". Fusilado, en fin, una misión que se encomendó a los seis miembros del servicio de orden de la época, que en la película de Rebés forman marcialmente con el mosquetón al hombro y dibujando el círculo fatídico en que transcurre la acción.

Estos agentes y el somatén, que también forma en un segundo plano con las armas listas, le confieren a la escena un aire de trágica inminencia. La sentencia la había dictado el Tribunal de Corts el 15 de octubre, y se ejecutó el mismo día 18, inmediatamente después de la lectura pública, en el cementerio de Andorra la Vella, hasta donde el reo es conducido por una fúnebre comitiva. Una crónica de la agencia Cifra publicada en La Vanguardia el 9 de octubre de 1943 nos ofrece los detalles algo morbosos del episodio: "En el exterior del cementerio el reo fue atado a un mástil empotrado en el suelo y fusilado por miembros de la Policía. Para evitarle sufrimientos en sus últimos instantes, le fueron vendados los ojos y el jefe del pelotón dio la señal de fuego con signos". Lo que no recoge la crónica de La Vanguardia es la... ¿leyenda? de que uno de los agentes no tuvo estómago suficiente estómago para disparar y presentó la dimisión antes del fatídico día.

El texto de la sentencia sí que se extiende en los, digamos, antecedentes de hecho y reconstruye el crimen con detalle: el caso es que considera probado que la noche del 31 de julio de 1943 Pere Areny, natural y vecino de la Cosa de Canillo -de ahí el sobrenombre- "dormía como era habitual con su hermano consanguíneo, Anton Areny Baró". Sobre las 3 de la madrugada, "y después de asegurarse de que su hermano dormía profundamente, tomó una escopeta del calibre 12 que cargada con balines guardaba la misma habitación y disparó sobre su hermano". El disparo le produjo a Anton "una herida en la región derecha que interesaba masa encefálica, mortal de necesidad". La sentencia establece también, ya se ha dicho, que el fratricida actuó con premeditación y que el móvil del crimen era la herencia del hermano. Un clásico, vamos. Los batlles lo cuentan como sigue: "Dado que este último [Anton] tenía proyectado contraer matrimonio, el procesado dedujo que se le escapaba definitivamente la posibilidad de adquirir un día la herencia".

Reincidente
Además de la premeditación, Areny según sus jueces -y su pétrea prosa- con todos los agravantes del repertorio: "Había aprovechado el momento en que Anton dormía encontrándose en la imposibilidad de defensa (...), actuó de noche y utilizando un medio, el arma de fuego, que imposibilitaba cualquier reacción de la víctima", con un móvil "bajo" y sin que mediara provocación ni enemistad previa. En resumen: indefensión, nocturnidad, alevosía y fuerza desproporcionada. Hay que reconocer que el tribunal admite que Gastó había manifestado durante la instrucción del sumario "una mentalidad bastante simple" y que una hermana sufría de "debilidad mental". Pero ni uno ni otro lo considera motivo suficiente para declararlo irresponsable. Al contrario, establece la "plena responsabilidad" del reo. Su suerte está dictada, a pesar, concluye algo hipócritamente la sentencia, "del ánimo del tribunal habitualmente inclinado a la indulgencia". Pues no: pena capital.

Lo que no dicen los jueces, pero en cambio sí que recoge el breve de La Vanguardia, es que por lo visto Areny había confesado durante la instrucción haber liquidado a otra hermana suya diez años atrás, "delito este que había quedado en la más completa impunidad", dice el diario barcelonés. Otro clásico, este del reincidente confiado en su suerte que vuelve a actuar con manifiesta temeridad y, claro, lo terminan pillando.
Pero volvamos con Rebés: los dos minutos escasos de filmación que se conservan en el Archivo Nacional carecen de sonido y la copia es de pésima calidad, pero se intuye la habilidad del autor para el encuadre, confiriéndoles a la escena un marcado dramatismo: a diferencia de la fotografía de Claverol, tomada con el reo de espaldas y las autoridades de frente, la película arranca con Areny solo, en el centro de la plaza, la cabeza gacha y esposado con las manos por delante; el plano se va abriendo y poco a poco aparece el personal que que ha ido formando un círculo a su alrededor, el jefe de policía atento a las órdenes de las autoridades antes de llevarse escoltado a Areny, hay que suponer que directo al patíbulo. Un momento, éste último, especialmente tétrico porque justo entonces cruza por el fondo de la pantalla un inoportuno y famélico chucho. Areny no levanta la cabeza ni una sola vez. Y cuando la comitiva ha desaparecido por la avenida Benlloch camino del cementerio y la multitud rompe el círculo, surgen del lado de la iglesia de Sant Esteve un grupo de mujeres en procesión. Puro Solana.

La película de Rebés sólo se ha visto en dos ocasiones: en el especial Tele-Fira de 1988 y en el documental Pena capital, el documental sobre el caso Areny que el periodista Jorge Cebrián dirigió en 2008. Pero como en tantas otras ocasiones -y pensemos en Borís, nuestro monarca preferido, para no eternizar el asunto- el mérito del pionero hay que ponerlo en el zurrón de Antoni Morell, que fue quien en 1981 exhumó la última sentencia de muerte y la convirtió en material literario en Set lletanies de mort, su debut en la ficción y el título fundacional de la novela andorrana contemporánea. Que conste. Así que en adelante, tengamos cuando crucemos por la plaza Benlloch un piadoso recuerdo para todos los protagonistas de aquella infausta jornada. Por cierto, ¿andaría por allí el veguer Lasmartres?

[Este artículo de publicó el 18 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

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