lunes, 24 de marzo de 2014

El vodevil de Borís, rey de Andorra

Julio de 1934: Borís Skossyreff se autoproclama rey de Andorra, redacta una Constitución -la primera en la historia del país- y declara la guerra al obispo de Urgel. Detenido por la Guardia Civil, juzgado por vago y maleante y expulsado a Portugal, su reinado duró exactamente nueve días.

Borís, supuesto conde de Orange y presunto barón de Skossyreff, se levantó el 11 de julio de 1934 presa de una frenética hiperactividad legislativa: fue el día más productivo de su quimérico y efímero reinado, ya que destituyó al Consejo General -el protoparlamento andorrano- se autoproclamó Príncipe Soberano y Supremo de Andorra y Defensor de la Fe -y todo, con mayúsculas- declaró la guerra al obispo de Urgel, Justí Guitart -no es que tuviera nada personal contra él: pero es que el obispo de Urgel es el copríncipe de Andorra, ya ven- y todavía tuvo tiempo de proclamar la Constitución de lo que él denominó el "Estado Libre de Andorra".

La primera, por cierto, de la historia del país. Y todo lo hizo desde el exilio: es decir, desde el hotel Mundial de la Seo, residencia oficial del monarca y sede de la corte de pacotilla desde que el 22 de mayo los representantes de los Copríncipes lo habían expulsado de Andorra. Inmune al desaliento, Borís anunció para el 18 de julio -fecha como se ve propicia para las asonadas- la toma efectiva del poder con los 600 hombres que tenía a su disposición. Según él, claro. Pero llegó el día y después de tanto cacarear va y se hace el despistado. Uno de los muchos corresponsales catalanes enviados a cubrir el acontecimiento lo resumió así: "Esta mañana Borís ha parlamentado con algunas de las personas que se supone implicadas en el complot, ha recibido visitas y ha salido del hotel a pasear. En Andorra, la tranquilidad es absoluta". Vaya, algo así como que requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Borís Skossyreff, en su esplendor: nacido en Vilna en 1896, sirvió durante la I Guerra Mundial en la marina zarista y después de la Revolución de Octubre, en la Royal Navy, y trabajó para el Foriegn Office británico en Japón, Sibera y los EEUU... Esto, según el currículum sensacional con que se presentaba en los años 30. También se reclamaba barón de Orange, se casó con la francesa Marie Louise Parat y la pareja se instaló en Saint Cannat, en la Provenza. En 1932, poco antes de su aventura andorrana, lo encontramos en Palma de Mallorca, donde malvive del trapicheo -estafas, tráfico de estupefacientes- y conoce a la noteamericana Florence Marmon, que la acompañará en periplo pirenaico. El historiador alemán Gerhard Lang ha separado el grano de la paja en la fraudulenta biografia de Borís: damos cuenta de ella en la entrada Borís: de la Cruz de Hierro al gulag. Fotografía: Archivo.


Porque esto fue todo. Hasta que dos días más tarde, los peores augurios -para el pretendiente, claro- se hicieron realidad: a instancias del Copríncipe Guitart, a quien Borís pretendía dejar sin trabajo, cuatro números de la Guardia Civil lo detuvieron después de comer en su hotel de la Seo e inmediatamente lo trasladaron a Barcelona. Imbuido por el papel real que interpretaba, y antes de ser empaquetado hacia Madrid -donde le esperaba la ley de vagos y maleantes- todavía tuvo tiempo de redactar un comunicado dirigido a las autoridades en que se erigía en defensor de los intereses españoles en Andorra, insistía en sus presuntos derechos a la corona como lugarteniente (sic) del duque de Guisa -el pretendiente al trono francés, éste sí digamos que auténtico- y hasta se permitía amenazar con una demostración de fuerza naval en el Mediterráneo por parte de "dos potencias europeas" y el refuerzo de los EEUU en el caso de que Francia osara intervenir en los asuntos andorranos. Fabuloso hasta el final, Borís terminaba su alegato exigiendo ser repatriado (a Andorra) en una avioneta que lo esperaba en el aeródromo de Barcelona. Y dejaba una puerta abierta a que las cosas no salieran tal y como él las había previsto: en caso de que sus amenazas no impresionaran a las autoridades españolas, solicitaba como mal menor ser expulsado a Portugal.

El vodevil andorrano se acercaba al desenlace: el 23 de julio llega a Madrid, en un vagón de tercera y custodiado por dos agentes -las crónicas han conservado sus nombres: Reguengo y Ureta- y pasaba a disposición del juez Bellón. El 19 de septiembre lo condena a un año de prisión por haber desobedecido una orden anterior de expulsión que pesaba sobre él, probablemente por la mala vida -estafa y tráfico de estupefacientes- que había llevado en Mallorca antes de asaltar el trono andorrano. No llegó a cumplir la pena porque, efectivamente, fu expulsado a Portugal. Se instaló en Estoril, claro, pero los portugueses tampoco tardaron en sacárselo de encima y no le queda más remedio que volver a Saint Cannat, en la Costa Azul francesa, donde la esperaba su legítima y -hay que suponer- resignada esposa. Por el camino se quedaron las dos amantes, dos, que lo habían acompañado en su periplo pirenaico: la inglesa Polly y la norteamericana Florence.

El tono vodevilesco de la peripecia no debe ocultar la intensa y pionera obra legislativa de Borís, que además llevó a cabo de una sola tacada. Además de declarar la guerra al obispo de Urgel porque por lo visto, el purpurado no se había retractado de unas manifestaciones previas -por otro lado, absolutamente merecidas- publicadas en el diario leridano El Correo, Borís aprovecha el manifiesto del 11 de julio para convocar elecciones generales, nombrar un presidente del gobierno provisional -Pere Torres, un visionario- decreta la amnistía para los delitos "sociales" y dejaba sin efecto las expulsiones de extranjeros dictadas por los veguers, medida que debía tener algo que ver con su dudosa situación en la Seo. Paralelamente, el proyecto de Constitución -publicado en nombre de Su Muy Serena Alteza Borís I- le encomendaba la dirección del nuevo ejército nacional y la representación en el extranjero -especialmente ante la Sociedad de Naciones, auténtica obsesión de Borís- le confiere también la potestad de formar gobierno y ensaya una tímida división de poderes, al atribuir al Parlamente la facultad de aprobar leyes y de retirar a confianza en el gobierno. Claro que, por si acaso, Borís tenía la precaución de reservarse el derecho de veto.

Para redondear el invento, el primer y único decreto de la nueva era establecía la "absoluta" libertad política y religiosa y la libre importación y circulación de prensa diaria, y abolía de paso la censura. Todo lo cual le permitiría hacer realidad el programa político que había anunciado en el diario Ahora en una de las muchas entrevistas que concedió durante las semanas previas al golpe: "Protección al necesitado, educación para todo el mundo y deporte, mucho deporte; pero nada de juegos prohibidos". Tan buenas intenciones quedaron aparcadas en la terraza del hotel Mundial. Los focos de la actualidad ya no lo volverían a enfocar jamás.

Y esto es todo lo que puede saberse sobre Borís, Príncipe Soberano de Andorra.
[Apostilla: Antoni Morell afirma en su novela Borís I, rei d'Andorra, que se topó en cierta ocasión que visitaba el monasterio de Poblet con un individuo que afirmaba ser el auténtico Borís Skossyreff: era el hermano portero del monasterio.]

Un sainete contra la sequía informativa de aquel julio de 1934
Las mentes más enfervorizadas se dieron prisa en atribuir la asonada de Borís en una maniobra del duque de Guisa para convertir Andorra en base de operaciones de los legitimistas franceses. Pero a grandilocuencia inicial enseguida dio paso a un tono festivo o directamente sarcástico a la hora de enfoca los acontecimientos en Andorra. El número de julio de 1934 de la revista Andorra Agrícola apuntaba sagazmente como explicación del inusitado éxito mediático de Skossyreff a la sequía informativa de aquel verano... o a una hábil maniobra publicitaria para convertir Andorra en destino turístico. Lo cierto es que las primeras noticias del culebrón arrancan en abril de 1934, cuando el mismo Borís -a quien no se le puede negar un sentido del humor oceánico- desmiente en una carta al diario La Noche sus aspiraciones monárquicas. A partir de aquí se convierte en asiduo de la prensa, tanto barcelonesa como madrileña: La Vanguardia, Las Noticias, El Día Gráfico, La Publicitat, El Noticiero Universal, El Diluvio, La Rambla, L'Opinió, El Matí i Diari de Barcelona, así como revistas como El Bé Negre i Esplai. Todos ellos siguieron la peripecia de Borís con creciente paroxismo, cuyo clímax -ya se ha dicho- tuvo lugar el 18 de julio, cuando decenas de periodistas se congregaron en el hotel Mundial de la Seo. El príncipe atribuyó precisamente a la multitudinaria presencia de reporteros y a las expectativas generadas por la prensa su inactividad en aquel día suyo de gloria.

Los argumentos del candidato
Para fundamentar sus aspiraciones principescas, Borís se enreda en un ovillo dinástico solo apto para genealogistas sin mucho trabajo pero que no deja de aparentar cierta lógica: en primer lugar, lo cierto es que Borís no reclama para sí mismo el título de rey -equívoco quizás debido a la novela de Morell- sino que desde el primer momento se presenta como lugarteniente del duque de Guisa, el pretendiente a la corona francesa en quien recaen en aquellos momentos los derechos dinásticos de los Borbones depuestos con la Revolución Francesa. Entre estos supuestos derechos figura la soberanía sobre el Principado de Andorra, que desde los Pareatges de 1278 comparten de forma indivisible el obispo de Urgel y el conde de Foix -título que a partir de Enrique IV se incorpora al de rey de Francia. La República renunció al señorío, por el poco revolucionario regusto feudal que emanaba, y no fue hasta 1806, con Napoléon, que se volvió al statu quo anterior: es decir, al coprincipado. Borís aprovecha esta ruptura dinástica para avalar su quimérica pretensión, que se apoyaba además en el resurgimiento del legitimismo alrededor del duque de Guisa y de Action Française. Borís jugó está baraja, pero como era hombre humilde y prudente, jamás se pretendió rey; se conformó con el título de Príncipe.

Andorra: una cenicienta con muchos pretendientes
Borís Skossyreff es el más célebre, pero no el único aventurero que soñó convertir Andorra en su reino particular. Unos meses antes de su fulgurante aparición, el Consejo General ya había desmentido un despacho de la Agencia Fabra fechado en febrero de 1934 y según el cual "un rico catalán" ofrecía 80.000 pesetas anuales a cambio de ser reconocido como rey de Andorra. Las Noticias se hizo eco en su número del 2 de marzo del desmentido, pero la lió un poco más al afirmar que la oferta no la había formulado el "rico catalán" sino un ciudadano checoslovaco "que paseaba por las Escaldas luciendo un pintoresco monóculo y acompañado de una bella señora", y en nombre de un primo suyo residente en Chicago. ¿Un globo sonda del mismo Borís? Por lo fabuloso, lo parece. Más aún: durante su fugaz estancia en los calabozos madrileños, Borís llegó a retar a duelo a Fernando de la Quadra-Salcedo, marqués de Los Castillejos, a quien en fecha tan tardía como 1938 todavía acusaba -en una carta dirigida al presidente de le República, Manuel Azaña, que no debía tener nada mejor que hacer- de haberlo disputado la soberanía andorrana "en nombre de la casa de Aragón-Navarra" (!) El marqués tuvo cierta relevancia política durante la República, pero también algo menos de fortuna que Borís, ya que murió (o le murieron) en el barco prisión Altuna Mendi, compañero del Cabo Quilates y los dos anclados en la bahía de Bilba, en los primeros meses de la Guerra Civil.

Huelguistas, gendarmes y revolución
Andorra había sobrevivido históricamente en un sopor secular que se alargó hasta bien entrado el siglo XX: exactamente, hasta que en 1930 se constituyó Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra, Fhasa, promovida por el empresario catalán Damián Mateu, "en Mateu dels Ferros" -el de la Hispano Suiza y el castillo de Perelada, padre asimismo de Miguel Mateu, el primer alcalde de la Barcelona franquista- con el objecto de construir en régimen de concesión sendos saltos de agua en Escaldes, Arcavell y Sispony para el aprovechamiento hidroeléctrico del río Valira. Una irrupción con fórceps de la modernidad que también experimentaron otros valles vecinos. Siguiendo a la historiadora Amparo Soriano -que ha radiografiado la época en Andorra durant la Guerra Civil espanyola- la consecuencia inmediata fue la llegada de un contingente de entre 600 y 1.000 oobreros, principalmente catalanes y con una fuere presencia sindical, sobre todo de cenetistas y faistas, lo que supuso un auténtico shock para una sociedad tan tradicional como lo era la andorrana, hasta entonces dedicada casi en exclusiva a la agricultura y la ganadería de pura subsistencia, y con presencia casi testimonial de la industria téxtil y tabaquera. El excedente de una población que oscilaba alrededor de los 5.000 habitantes estaba condenado a la emigración, con Barcelona y Besiers como destinos tradicionales. Estos mismos emigrantes volvían después empapados de las nuevas ideas: especialmente, el sufragio universal.

Esta fue precisamente la reclamación esgrimida por el grupo de ciudadanos -unos ochenta, según las crónicas- que el 5 de abril de 133 -un año antes de la aventura de Borís- ocuparon el Consell General. Es lo que se conoce como la "revolución de 1933", que terminó con el reconocimiento del voto a los hamobres mayores de 25 años, la destitución del Consell General y la entrada, a petición de los Copríncipes, de un destacamento de medio centenar de gendarmes franceses al mano del coronel Baulard con la misión de restablecer el orden, obligar a los consellers díscolos a acatar la destitución y garantizar elecciones al nuevo Consell, previstas para el 31 de agosto. La presencia de los gabachos, muy mal recibida por los andorranos, se alargó hasta el 9 de octubre. Un intervencionismo que, por cierto, no fue sólo cosa de los franceses: hasta el presidente Macià hizo en cierto momento campaña para una eventual incorporación de Andorra en Cataluña, en un juego político en que la opinión de los andorranos raramente fue tenida en cuenta y en el que también intervino la República para intentar apartar al obispo de Urgel de la primera magistratura del país.

La "revolución" coincidió por otra parte con las tres huelgas que aquel verano conmovieron el país, y que secundaron tanto los trabajadores que construían la central de Fhasa como los que tendían la red de carreteras -una de las contrapartidas a que se había obligado Mateu a cambio de la concesión; la otra fue el sostenimiento del primer cuerpo de policía andorrano, creado en 1931 con... ¡seis agentes, uno por parroquia! La temporada de huelgas -las únicas, por otra parte, que han tenido lugar en Andorra- terminó el 21 de septiembre, y dos meses después, el nuevo Consell suprimía el derecho de reunión. Pero, como concluye Soriano, el caldo de cultivo para la aparición de aventureros como Borís estaba servido.

[Este artículo se publicó el 3 de febrero de 2006 en Presència]

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