jueves, 6 de marzo de 2014

El catalán que crucificó a Jesucristo

Xavier Maymó debuta en la novea con Servi de Semma; parte de una leyenda vigente en Tarragona y reconstruye el periplo del jefe de la guardia que Poncio Pilatos reclutó durante su (supuesto) servicio en la provincia hispana.

La literatura andorrana tiene desde ya un nuevo inquilino: Xavier Maymó (Barcelona, 1966) que aparca momentáneamente el traje y la corbata de ejecutivo y se calza el mono de novelista para su debut en la ficción: se titula Servi de Semma y nos encontramos, ya lo habrán intuido, ante una de romanos, territorio literario anteriormente cultivado por aquí arriba por Albert Salvadó y Natàlia Senmartí. Así que ¡Ave, Maymó! La novela reconstruye el periplo vital y profesional del Servi del título, un íbero de pies a cabeza, nacido pongamos que sobre el año 0 de nuestra era por la parte de Altafulla (Tarragona). Por lo tanto, cosetanio de pura cepa y procatalán del siglo I, a quien el mismísimo Poncio Pilatos, ya verán, reclutó para su guardia personal. Los tarraconenses, cuando se lo proponían, no se quedaban a medias. No se trata de un delirio histórico de Maymó, no. Verán: el autor parte de una leyenda local -local de la parte de Altafulla, se entiende- que sostiene que el amigo Poncio sirvió como gobernador en la Tarraconense -"En aquellos momentos, probablemente la provincia más rica del imperio", apunta el autor- justo antes del año 26, cuando es tranferido a Judea y donde, no muchos años después, aprovechará para lavarse las manos en una célebre jornada que le permitió escribir su nombre con letras de molde en el libro de oro del cristianismo.

Maymó, autor de Servi de Semma, novela con la que debuta en la ficción: ha apracado momentáneamente la corbata de ejecutivo por el mono de novelista. El Servio del título es un íbero de la tribu de los cosetanos nacido en la Tarraconense en los incios de nuestra era y que se enrola en la guardia personal de Poncio Pilatos, de quien cierta leyenda local sostiene que sirvió como gobernador de Tarraco justo antes de ser destinado a Judea y lavarse las manos en aquel feo asunto del Nazareno... Fotografía: Tony Lara.

Ésta de la guardia íbera de Poncio Pilatos es naturalmente el muy suculento punto de partida legendario -pero verosímil, insiste Mayó- de Servi de Semma: el emperador en el momento en que transcurren los hechos era Tiberio, hijo adoptivo de Augusto. Pero quien cortaba el bacalao era Elio Sejano -lo recordarán los seguidores de Yo, Claudio- que hacía y deshacía en Roma y a quien no le temblaba el pulso a la hora de cortar la cabeza de los caídos en desgracia. Así que durante su servicio en Tarraco y por si acaso la cosa se ponía fea, Poncio reclutó una guardia con efectivos locales, que por lo visto eran más leales que los legionarios romanos. Por lo menos, él así lo creía. Y acabó por llevárselos con él a Judea, donde Servio, atención, acabaría mandando el pelotón que asistió a la Crucifixión de Cristo. Con Longinos y demás, vaya. Al lado del cosetano, los otros protagonistas de la novela son los hermanos Menandro, Silvia i Licinio -este último, el narrador de la historia. Los tres son hijos del duumviro Valerio, figura prominente en la Tarraco del siglo I y personaje histórico que residió por lo que parece con su familia en Semma, la villa romana de Els Munts, cuyos restos fueron declarados por la Unesco patrimonio de la Humanidad y que constituyen hoy día uno de los atractivos arqueológicos de Altafulla.

Servio, amigo de la infancia de los tres hijos del duumviro, es el protagonista de la novela, como su título augura, pero la historia sigue el periplo vital de Menandro, Silvia y Licinio. A los tres su poderoso padre les ha trazado un destino que a la hora de la verdad serán incapaces de cumplir. A Silvia le arregla un matrimonio con un acaudalado patricio, claro; Menandro, destinado a hacer carrera política, sirve ante sy reglamentariamente en el ejército como tribuno en la IX Gemina -no la busquen, es una legión ficticia- y guerreará contra los bárbaros que empiezan a dar la tabarra en las Galias; y el mudo y contrahecho Licinio -primo hermano, como se ve, el Tolino de Salvadó- lo empaqueta hacia Massilia para que complete allí su formación como filósofo. Todo esto, claro, sobre el papel. La realidad los conducirá por caminos bien distintos y los tres acabaran confluyendo en Judea siguiendo los pasos de Servio. Y naturalmente, conocerán a Jesús, con quien Silvia mantendrá una relación especial -aunque no tanto como la que, según Scorsese, cultivó María Magdalena en La última tentación...

De romanos, sector Adriano
Servi de Semma es una novela de romanos, sí, porque por allí sacan pecho legionarios, centuriones, tribunos, legados y bárbaros. Pero no es una novela de hechos, dice Maymó -aunque la mayoría de los que en el relato sirven de contexto son rigurosamente ciertos, dice- sino de personajes. Para entendernos: más próxima al Adriano de Yourcenar que no a los tochos del optio Quinto que cada dos por tres nos coloca Scarrow. Y eso que Servi de Semma no se queda corto, con su medio millar de páginas: "Lo que me importa es su viaje interior, el crecimiento personal al que se ven abocados a través de los hechos, lugares, aventuras e individuos extraordinarios que irán conociendo a lo largo del periplo". De hecho, confronta el relato de la frustración paterna -Valerio asiste estupefacto al desmoronamiento de la vida que había diseñado a su progenie- y el de la epifanía de los hijos, que descubren paralelamente su auténtico destino: "Los que somos padres lo sabemos muy bien: puedes planificar hasta el último detalle del futuro de tus hijos, pero a la hora de la verdad ellos hacen lo que quieren o lo que pueden, y eso raramente coincide con lo que los padres habían soñado".

Entre las muchas figuras históricas con cameo en la novela, Jesús es obviamente la estrella más refulgente. En Servi de Semma aparece como secundario de lujo, pero tiene una importancia decisiva en la transformación de los protagonistas. Pero que nadie se llame a engaño, advierte el autor: no se trata ni muchísimo menos de una novela con trasfondo religioso. De hecho, el Jesús que pulula por la Judea de Maymó -y a quien Servio se encuentra hasta en tres ocasiones: la última, al pie de la Cruz- es mucho más humano que divino, uno más de los predicadores que proliferaban en la época en la región y que era visto por los ocupantes romanos antes como un agitador, un visionario potencialmente molesto que como un líder religioso: "Por eso le llamaban 'Cristos', que significa 'el ungido', título que usaban todos los reyes de la casa de David y que llevaba asociado connotaciones políticas", se explaya el autor, que interpreta la condena y crucifixión de Jesús como un acto de contrainsurgencia preventiva por parte de la potencia ocupante: "A los romanos les inquietaba la presencia de un individuo como Jesús, que cultiva el malestar de los judíos, pueblo naturalmente dado a la rebelión. Así que optan por liquidarlo, aprovechándose de los muchos enemigos que se había ido granjeando, especialmente entre las sectas de los fariseos y de los saduceos". Una hipótesis interesante que cuenta a su favor con el aval histórico de Servio, que lo vio todo con sus ojos de cosetano, y que desde ahora mismo habrá que poner al lado de otras fascinantes Pasiones de ficción, desde La vida de Brian hasta Caballo de Troya.

[Ese artículo se publicó el 6 de marzo de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

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