sábado, 8 de marzo de 2014

Con Langlois, de viaje

Descubrimos el Voyage pittoresque et militaire en Espagne del oficial napoleónico, una de las joyas de la monumental biblioteca de Casi Arajol.

Hacía años, quizás décadas -glups- que íbamos detrás del Voyage, la colección de grabados inspirados en su experiencia como oficial del ejército napoleónico destacado en la península que el pintor francés Jean-Charles Langlois (Beaumont en Auge, Calvados, 1789-París, 1870) publicó en la casa Engelmann en 1826. Extraño, dirán ustedes. Pues sí, pero es que cada uno elige sus obsesiones, y esta de Langlois en concreto por muchas y plausibles razones: entre otras, la estupenda perspectiva de la puerta y la palanca de Sant Julià de Lòria que tienen aquí abajo, con el camino de cabra que sube a Fontaneda y el Pui d'Olivesa al fondo.


Arajol, en el sancta santorum de su biblioteca, examinando su ejemplar del Voyage con las láminas en color; atención a la lupa. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Porte de St Julien d'Andorre. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vallé de la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pont du diable sur la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vue prise auprès d'Orgagna. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Vue de Bezalu. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Fácil, dirán los más avisados: la Biblioteca Nacional conserva una edición facsímil del volumen publicado en 1978 por General Gràfic, sello misterioso donde los haya, y Gallica, el estratosférico, oceánico, fascinante portal digital de la Bibliothéque Nationales -de Francia, claro- ha colgado generosamente las 40 láminas, que además uno se puede descargar gratis total, inmediatamente y a una resolución más que razonable. Pero es que nosostros, quisquillosos que somo, buscábamos exacamente el Voyage original, esta rarísima joyita de 1826. Y no se lo creerá el lector, pero la hemos encontrado. Y como quien dice al lado de casa. De hecho, podríamos haber caído mucho antes en la cuenta: si alguien podía poseer un ejemplar del Voyage -un libro así no se tiene: se posee- era Casimir Arajol. Y así es. Lo adquiiró pongamos que hace una década, así que Langlois forma parte del millar largo de libros de temática andorrana que pueblan la que es, sin duda, una de las colecciones privadas, casi un océano de papel, más completas y mejor surtidas de nuestro rinconcito de Pirineo. Y nos atreviríamos a decir que incluso de algo más allá, con el permiso de Enric Palmitjavila, bibliófilo titular de las Valles Neutras de Andorra.

Por decirlo brevemente, y por si no lo sabían: el chalet Arajol de Andorra la Vella -un monumento en sí mismo, sensacional ejemplar de la arquitectura del granito local- es el paraíso del bibliófilo. Y nosotros hemos tenido el raro privilegio de huronear en él con el Voyage conomo excusa y salvoconducto. Lo que nos hemos encontrado por ahí es la madre de todos los Langlois que pululan por el mundo: uno de los 300 ejemplares de la cortísima primera edición de la obra, impreso en papel india y a todo color, detalle este que lo distingue del facsímil de la Nacional y también de los grabados de la BNF. El resultado lo tienen aquí arriba, y además de la puerta y la palanca de Sant Julià el bueno de Jean-Charles tuvo el detalle de fijarse en el claustro de la catedral de la Seu, un siglo antes de la reforma perpetrada por Puig i Cadafalch, y de unos cuantos rincones más del camino "practicable sólo a lomos de mulas", según sus palabras, que seguía el camino del Segre hasta Orgañá.

Pero, ¿quién era, nuestro Langlois? Pues un oficial topógrafo veterano de la batala de Wagram que en 1811 es destinado a las tropas del mariscal Saint Cyr estacionadas en la península, como cualquier fan de Curro Jiménez sabe. Se quedó por aquí dos añitos en los que no sabemos si guerreó mucho pero en los que se consagró a levantar los planos de las principales vías de acceso a Cataluña, con especial atención a la qiue discurría -y discurre todavía hoy- entre la Seo, Orgañá, Pons y Lérida. De paso tomaba con un estilo y un ojo inequívocamente románticos apuntes de las l`´aminas que en 1826 reuniría en el Voyage, que inicialmente tenía que ser en Espagne, pero que al final se quedó en Catalogne: menos da una piedra. Abundan las batallas en las que hay que suponer que tomó parte como ayudante de campo de Saint Cyr -Gerona, Ripoll, Rosas, Palamós, Vic- pero también las escenas más o menos cotidianas y las vistas pintorescas. Y estos dos últimos temas son los nuestros. Además, acompaña los grabados que conservan un suculento sabor entre expedicionario y colonial. ¡Lástima que los nativos seamos nosotros!

Comencemos como es natural por la puerta de Sant Julià de Lòria, que le permite dar rienda suelta a la retahíla de prejuicios que el hombre ha traído en la mochila, empezando por el mito del buen salvaje que cree descubrir en nuestros tatarabuelos. Unos prejuicios que los posteriores viajeros románticos -Vuillier, Règnault y compañía- no se cansarán de repetir: "No es sin alguna sorpresa que en el rincón más elevado de los Pirineos uno se da de bruces con esta peque población que gasta el título de 'república'. Reconoce la jurisdicción del obispo de Urgel, con la condición de que respete las costumbres de la tierra y de que nunca atente contra sus libertades. Cada nuevo obispo presta juramento en la frontera antes de cruzarla por vez primera; un juramento que puede ser peligros quebrantar si atendemos al carácter y a los hábitos de independencia de los lugareños, en cuyas casas no han penetrado las discordias civiles que sacudieron a España hace unos años". Quizá se refiera Langlois a la amable visita de cortesía que las tropas napoelónicas giraron entre 1807 y 1814. En fin.

Por el camino de Orgañá
Por el detallismo de sus grabados, es plausible que Langlois no trabaje de oído sino que él mismo llegara hasta Santa Sant Julià durante las operaciones del ejército de Saint Cyr, y captara esta idílica y colorista escena, con una camino real transitadísimo, un par de monjas a lomos de sendas mulas , las estupendas mozas lauredianas con el botijo sobre la cabeza y en primer plano lo que parece un mendigo, quizá uno de los gitanos que el archivero Ayala ha documentado en Andorra sobre el siglo XVIII: quién lo sabe. Lo que sí es seguro es que hoy la policía ya los hubiera puesto de patitas en la frontera del Runer. No son  menos provechosas las escasas cuatro líneas que dedica al claustro de la Seo, retrato de monje con señora (y botijo) y un compendio de los prejuicios anticlericales con que el buen ilustrado francés se armaba en cuanto ponía el pie en la península: "El convento del que forma parte es uno de los numerosos establecimientos religiosos diseminados por toda la península, que han sometido este bello rincón de Europa a la más terrible tiranía teocrática..."

Se quedó descansado, el hombre. Finalmente, en las notas que acompañan las vistas del camino del Segre emerge el militar que Jean-Charles llevaba dentro. Pero primero, la pulla: "Excepto la gran carretera que va de Valencia a Barcelona pasando por Tarragona, los catalanes no reparan ningún camino, e incluso algnos de los que nosotros hemos trazado, ellos los han destruido". Después, el diagnóstico de quien ve en el terreno un posible escenario de futuras operaciones militares: el camino de la Seo a Orgañá, dice, "cruza el río por unos puentes fáciles de destriur y que, una vez destruidos, no se podrían reconstruir durante un largo período de tiempo (...) Esta carretera podría ser convertida en impracticable fácilmenten e tiempos de guerra, y Cataluña sería abordable desde este lado". Caramba: parece que estemos oyendo hablar a Fiter i Rossell, y aquella edificante, sensacional, ilustrada sentencia del Manual Digest: "No siam [els camins de frontera] bons, ni estiguin en gran disposicio, ante be, que sian bruscos, Estrets y pedregosos..." (Que no sean buenos los caminos de frontera, no estén en buena disposición, antes bien, que sean bruscos, estrechos y pedregosos).

Hasta aquí, el Voyage pittoresque de Langlois, deriva pirenaica. Que, decíamos al principio, es sólo uno de los cerca de mil volumenes de la biblioteca andorrana de Arajol. Dice que está a punto de conseguir el pequeño milagro de reunir bajo el mismo techo todas las referencias recogidas con paciencia de hormiga y formidable erudición por Lídia Armengol en Materials per a una bibliografia d'Andorra. Que los persigue a través de su librero de confianza, Jordi Rossell, en subastas de medio mundo, y en la excursión anual a París, donde los tenderos del mercado del libro antiguo que cada fin de semana se citan en el parque Geroges Brassens le reservan de un año para el siguiente las novedades andorranas. O mejor, las antigüedades. Los hay que en cuanto lo ven ya se frotan las manos ante el negocio que se avecina.

En fin, que así es como ha reunido una colección que le podría hacer legítima competencia a la de la Nacional: el volumen más antiguo es una Histoire des comptes de Foix, Bearn et Navarre de 1629, escrito por Pierre Olhagaray, historiógrafo mayor de Enrique Iv de Francia -el de los hugonotes, París y la Misa-  y donde aparecen reseñados unos leales andorranos que en 1569 hicieron a pie el viaje hasta la Rochelle para llevarle los cuatro duros de la questia a madame Jeanne d'Albret. La última incorporación, Marca hispanica sive limes hispanicus, de Pierre de Marca, es un tocho de 1688 -y en latín: ¡cómo le gustaría a Antoni Morell!- en que el tal Marca se permite el lujo de afirmar que la leyenda de la argolla de Carlomagno és -oh, sacrilegio- una "opinión ridícula". Algún día tendremos que hablar de ella.

Pero nuestro preferido -Langlois aparte, naturalmente- es Mollusques de San-Julia de Loria (1863): M. J. R. Bourguignat, biólogo francés con muy pocas obligaciones, esto está claro, describe las diez especies de moluscos -dos de caracoles, ocho de caracolas- que fue recolectando en el tramo del Valira entre Sant Julià y Andorra la Vella. Diez no parecen  demasiadas, la verdad, admite humildemente, "pero tienen interés porque casi todas pertenecen a especies raras o poco conocidas, o constituyen formas o variedades absolutamente nuevas". Con todo su entusiasmo a cuestas, aun tuvo el humor de bautizar una de estas últimas con el nombre de Pupa andorrensis... ¿No es fascinante? ¡Gracias, Casi".

[Este artículo se publicó el 30 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]



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