jueves, 13 de febrero de 2014

Las tres muertes del anarquista Eroles

Roland Eroles investiga el papel de su primo, Dionisio, en la represión en la retaguardia catalana durante la Guerra Civil; militante de la CNT y faista, fue jefe de las patrullas de control y orden público de la Generalitat entre octubre de 1936 y mayo de 1937.

Hubo un tiempo en que el apellido Eroles imponía en Barcelona respeto, temor e incluso terror. Normal, si tenemos en cuenta que Dionisio Eroles (Barcelona, 1900-¿Andorra, 1941?) fue entre octubre de 1936 y mayo de 1937 -justo en los inicios de la Guerra Civil- el jefe del servicio de orden público de la Generalitat. De la poli, vamos. Y que entre las responsabilidades de este histórico militante libertario, miembro de la FAI -la vanguardia política del sindicato y núcleo duro del anarquismo catalán, al lado de hombres como Aurelio Fernández, Manuel Escorza y José Asens- figuraba la de dirigir las célebres patrullas de control (!), que durante los primeros meses de la contienda impusieron su revolucionaria ley a sangre y fuego en la retaguardia catalana. Una represión en muchos casos extrajudicial que se saldó con cifras terroríficas: 8.360 vítimas mortales, según las cuentas del historiador catalán Jordi Albertí en El silencio de las campanas. El reinado de Eroles terminó abruptamente cuando en mayo de 1937 los anarquistas fueron desalojados de la posición de fuerza que desde los inicios de la guerra habían ocupado con el beneplácito del presidente de la Generalitat, Lluís Companys. Son los Fets de Maig. Desde entonces, Eroles se dedicó a sobrevivir, esquivando las represalias de los antiguos compañeros de lucha antifascista y evitando hábilmente acabar en el frente. Con relativa buena fortuna, porque fue unos de los miles de catalanes que con la derrota republicana emprendieron el camino del exilio. Otros no llegaron vivos a la debacle.

Foto sin fechar de nuestro hombre. Fotografía: Archivo.

Dionisio Eroles en noviembre de 1936, cuando era jefe de orden público de la Generalitat: sentado, en el centro y rodeado de Els Nanos d'Eroles, su guardia pretoriana, en la época en que su nombre imponía respeto, temor y terror en las calles de Barcelona. Fotografía: Mi revista.
 
Era febrero de 1939, y si hablamos de Eroles aquí y hoy es en parte por este motivo: su trayectoria bélica, que ya durante el último tramo de la contienda es difícil de reconstruir, entra a partir del exilio en el campo de la pura y fascinante leyenda. Lo cierto es que en un momento indeterminado de 1940 se le pierde definitvamente la pista. Dos hipótesis explicaban hasta ahora la desaparición de Eroles: la primera, sustentada en una carta del aragonés Antonio Ortiz Ramírez -como él mismo, antiguo militante libertario- fechada en 1977, sostiene que nuestro hombre fue capturado entre la primavera y el verano de 1940 en el campo de concentración de Vernet por un comando del grupo Ponzán -la célebre red de pasadores en que militó Joan Català, recientemente fallecido- que iba tras un supuesto botín cuyo paradero se supone que Eroles conocía.

Para sorpresa de Ortiz, consiguió escapar con vida de sus captores. La alegría no le duró mucho: al cabo de unas semanas volvieron a pillarle y esta vez no hubo contemplaciones. Lo liquidaron. Según esta versión, sus antiguos conmilitones, que como se ve no se endaban con tonterías, lo enterraron "dans un coin des Pyrénées". La segunda versión es todavía más inquietante: Eroles habría conseguido refugiarse en Montalban, en el departamento del Tarn, hasta que fue localizado por las autoridades francesas, detenido y entregado a la polícia franquista, que en lugar de trasladarlo a España para juzgarlo optó por la expeditiva solución de ejecutarlo... ¡en territorio andorrano! De confirmarse esta segunda hipótesis, uno de los hombres a los que tradicionalmente se ha atribuido la responsabilidad del terror rojo yace, glups, entre nosotros.

En busca de la verdad (en la medida de lo posible)
Pelín rebuscado, la verdad, pero en cualquier caso una nueva y prometedora página en el libro de la Guerra Civil que nos toca -o que nos podría tocar- de bien cerca: ¿fue un hecho puntual, o era práctica habitual, que la policía franquista ejecutara a sus huéspedes incómodos en tierra andorrana? ¿Tuvieron alguna noticia de ello, las autoridades locales? Y si es así: ¿prefirieon mirar hacia otro lado? Hay veces en que lo mejor es no saber... Para determinar cuánto hay de verdad, cuánto, de acusación malintencionada, y cuánto, de pura fabulación en esta figura escurridiza, Roland Eroles (Andorra la Vella, 1967) emprendió un decenio atrás una maratoniana investigación con la que pretende "restablecer la verdad, saber quién fue y qué fue de Dionisio, para lo bueno y para lo malo".

Como habrá intuido el lector, Roland parte de un interés muy personal, casi íntimo en el asunto: Dionisio era primo hermano de su padre, Francesc Eroles, exiliado también de primera hora y que -casualidades sinistras que depara la vida- se instaló en Andorra en 1948. Roland se ha sumergido en archivos españoles, franceses y holandeses -los de la CNT están depositados en Amsterdam- siguiendo el rastro de su pariente. Y a las dos hipótesis digamos que tradicionales sobre el mutis de Dionisio añade ahora una tercera pista: que cambiase de identidad y que embarcara rumbo a la América Latina para emprender una nueva vida. A favor de esta hipótesis juega, arguye Roland, el ejemplo de otros correligionarios como el mismo Escorza, que se instaló en la ciudad chilena de Valparaíso hasta su muerte, en 1968. Incluso podría darse el caso de que hubiera formado una nueva familia. Pero también hay algún contra: "Aunque en un contexto bélico y ante el temor de represalias nunca se sabe cómo va uno a reaccionar, parece que esto de desaparecer sin dejar rastro no se avenía con su talante".

Pero es un hilo y por lo tanto, una esperanza. Además, Roland tampoco acaba de ver claras las otras dos alternativas: de la solución franquista no le cuadra la falta de publicidad que hicieron las mismas autoridades españolas de la época, que utilizaban la captura de figuras como Eroles como munición para la batalla propagandística: "No he encontrado ni rastro en los archivos policiales". Que los culpables fueran los anarquistas de Ponzán tampoco lo ve claro: "El único testimonio que hay es el de un antiguo militante que habla de oídas y treinta años después de los hechos de un botín que Dionisio difícilmente se hubiera podido llevar consigo a Francia, porque a los exiliados las autoridades francesas les confiscaban absolutamente todas sus pertenencias al cruzar la frontera".

¿Cabeza de turco?
Así que el enigma Eroles continúa vigente. Pero retrocedamos unos años y regresemos a la Guerra Civil: ¿fue este hombre de aquí arriba -en una de las escasa fotografías que se conservan: ésta se publicó en el número de diciembre de 1936 del semanario barcelonés Mi revista: en el apogeo de su reinado- uno de los responsables del terror que imperó en la retaguardia catalana en los primeros meses de la contienda? Roland sospecha que Dionisio, como tantos otros anarquistas, sirvieron como cabeza de turco a quien endosar las culpas del llamado terror rojo. Un deporte, éste, al que se aplicaron con entusiasmo no sólo el bando franquista sino también los que hasta mayo de 1937 habían sido compañeros de armas de CNT y FAI: es decir, ERC, PSUC, POUM, Estat Català...: "Se  habla de Eroles y de los anarquistas como de elementos incontrolados, sanguinarios, siniestros y criminales. Pero lo cierto es que la violencia en la calle remite a partir de octubre de 1936, justo cuando él es nombrado jefe del servicio de orden".

Pero, ¿hasta qué punto estaba pringado Dionisio? ¿Qué parte alícuota de responsabilidad le corresponde entre las 8.360 muertos de la represión? "El Comité de milicias antifascistas lo integraban miembros de todos los partidos; fijémonos en su composición y en la proporción y sabremos qué parte de culpa le corresponde a cada cual", insiste. ¿Es Eroles, en fin, un hombre inocente a quien la historia -que escriben, ya saben, los vencedores- ha colocado injustamente del lado de los malos? Entre 1920 y 1935 estuvo constantemente entrando y saliendo de prisión acusado de atentados y sabotajes varios. Pero nunca, jamás se le pudo endosar ni un solo muerto, sostiene. Tampoco durante su mandato como jefe de la policía de la Generalitat -y de las patrullas de control- se le puede imputar, asegura, ningún delito de sangre.

Eso sí: su nombre aparece en el sumario por la extorsión y asesinato de 46 hermanos maristas que pretendían escapar a Francia. Según esta acusación, se podría haber apropiado de parte de los 200.000 francos que la orden había pagado en concepto de rescate. "Pero se trata de un solo testimonio que dice que le parece que quizás le habían entregado a él el dinero. Y tampoco llegó a demostrarse. Así que la acusación hay que tomarla con muchísimas reservas", recalca Roland. Llegados a este punto, convendrá el lector que se hace inevitable especular: ¿y si era este rescate el botín que perseguían los anarquistas de Ponzán? En un relato como este, construido a base de sombras, de suposiciones y de suplantaciones, no constituiría la hipótesis más estrambótica.

[Este artículo se publicó el 11 de diciembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

No hay comentarios:

Publicar un comentario