La guerra aèria a Catalunya, de David Gesalí y David Íñiguez, recupera episodios inéditos de la Guerra Civil en la Cerdaña, el Alto Urgel y Andorra.
5 de junio de 1938. A los vecinos de Ax-les-Thermes -en el Ariège, justo en la raya entre Andorra, Francia y España- los saca de la cama el petardeo de un rosario de bombas caídas del cielo y muy cerca de la llocalidad. Los testimnios del ataque hablan de "nueve aviones grises o plateados" que la prensa y la opinión pública francesa en seguida identificarán con aparatos de la aviación franquista. El paso siguiente es la santa indignacion por la temeraria violación de los facciosos: de acuerdo, el bombardeo no causa víctimas, ni tan siquiera heridos, y la única baja registrada es un poste de teléfonos que dejará a la región incomunicada durante unas horas. Pero es que los nacionales, según esta apresurada versión, se acaban de pasar por el forro el acuerdo según el cual se comprometían a respetar una zona de exclusión aérea de 50 kilómetros de profundidad a lo largo de la frontera hispanofrancesa, habían violado el espacio aéreo galo y, para colmo, habían bombardeado territorio de la República. Por si todo esto no constiyera poca ofensa, al día siguiente las baterías antiaéreas abren fuego contra otra formación de aviones (supuestamente) franquistas que, añadiendo mofa a la provocación, osa sobrevolar Osséja y Palau de Cerdaña, en la Cerdaña francesa. No tocaron ninguno, pero el revuelo que se armó fue tan monumental que el mismísimo presidente francés, Édourad Daladier, se ve obligado a visitar Ax para tranquilizar los ánimos de una población que ha visto cómo la guerra les entraba en el huerto de casa.
Hasta aquí, los hechos tal como habían quedado fijados en la prensa de la época y en la memoria popular. Han tenido que pasar 75 años para localizar a los auténticos responsables de aquellos dos raids sobre territorio francés, un incidente sin duda menor en el maremágnum de la Guerra Civil española, pero que nos toca sorprendentemente de cerca. Se trata de uno de los muchos, fascinantes y en ocasiones casi desconocidos episodios que los historiadores catalanes David Gesalí y David Íñiguez han reconstruido y documentado en La guerra aéria a Catalunya (editorial Rafael Dalmau), mamotreto de 600 páginas, profusamente ilustrado y una auténtica mina de información por la que sobrevuelan máquinas legendarias como los Katiuskas, los Chatos y los Moscas republicanos, por no hablar de los Junkers 51, los Messerschmitt Me-109 y, glups, los temibles Stuka, los bombarderos en pipcado de la Luftwaffe que en los inicios de la II Guerra Mundial se conviertireon en el terror de los ca mpos de batalla europeos (y también de la población civil que huía de primera línea). Pues su bautizo de fuego fue en España.
Hasta aquí, los hechos tal como habían quedado fijados en la prensa de la época y en la memoria popular. Han tenido que pasar 75 años para localizar a los auténticos responsables de aquellos dos raids sobre territorio francés, un incidente sin duda menor en el maremágnum de la Guerra Civil española, pero que nos toca sorprendentemente de cerca. Se trata de uno de los muchos, fascinantes y en ocasiones casi desconocidos episodios que los historiadores catalanes David Gesalí y David Íñiguez han reconstruido y documentado en La guerra aéria a Catalunya (editorial Rafael Dalmau), mamotreto de 600 páginas, profusamente ilustrado y una auténtica mina de información por la que sobrevuelan máquinas legendarias como los Katiuskas, los Chatos y los Moscas republicanos, por no hablar de los Junkers 51, los Messerschmitt Me-109 y, glups, los temibles Stuka, los bombarderos en pipcado de la Luftwaffe que en los inicios de la II Guerra Mundial se conviertireon en el terror de los ca mpos de batalla europeos (y también de la población civil que huía de primera línea). Pues su bautizo de fuego fue en España.
Pero volvamos al bombardeo de Ax y al raid sobre Osséja, porque resulta -dicen los autores- que no fue obra de la aviación nacional sino de la republicana. Incluso han localizado a uno de los escasos pilotos supervivientes de aquella incursión: el barcelonés Dionisi Calvarons, en la época enrolado en la 3a escuadrilla de Katiuskas con base en Bañolas (Gerona). Y recuerda Calvarons que la mañana de aquel 5 de junio la escuadrilla despegó con el objetivo de atacar a las tropas nacionales destacadas en Llavorsí, en la vecina comarca del Pallars Sobirà, hasta donde había llegado el frente; las nubes les impidieron localizar el objectivo pero -continúa el piloto- tenían que deshacerse de la carga de bombas para evitar el riesgo de explosion en el aterrizaje, así que, a una señal del jefe de escuadrilla, "las lanzamos todas a la vez: al día siguiente nos dimos cuenta de que habíamos bombardeado territorio francés y de que la prensa francesa lo achacaba a Franco. Pero todo dios calló..."
El 6 de junio se repite la historia, pero ahora con una escuadrilla de nueve bombarderos Natacha procedentes de la Garriga (Barcelona) que, después de bombardear, ellos sí, Llavorsí, sobrevuelan de regreso a la base Andorra y, por error, Osséja y Palau, donde los recibe el comité de bienvenida de la defensa antiaérea gala. Especula Gesalí que esta flagrante violación del espacio aéreo andorrano (!?) debía ser práctica habitual en la época: el plan de vuelo establecía una aproximación al campo de batalla que permitiera a los aparatos escapar en dirección a las líneas propias por si eran tocados o perseguidos por los cazas enemigos. Es decir: describir una gran vuelta por el norte para luego bajar hasta Llavorsí, descargar las bombas y salir volando (!) en dirección a la zona republicana, pasando si hacía falta sobre Andorra, cuya fuerza militar se limitaba en esos momentos a seis policías, seis, desplegados por todo el país, y donde no se arriesgaban por lo tanto a un recibimiento como los que brindaban los siempre hospitalarios franceses.
El 6 de junio se repite la historia, pero ahora con una escuadrilla de nueve bombarderos Natacha procedentes de la Garriga (Barcelona) que, después de bombardear, ellos sí, Llavorsí, sobrevuelan de regreso a la base Andorra y, por error, Osséja y Palau, donde los recibe el comité de bienvenida de la defensa antiaérea gala. Especula Gesalí que esta flagrante violación del espacio aéreo andorrano (!?) debía ser práctica habitual en la época: el plan de vuelo establecía una aproximación al campo de batalla que permitiera a los aparatos escapar en dirección a las líneas propias por si eran tocados o perseguidos por los cazas enemigos. Es decir: describir una gran vuelta por el norte para luego bajar hasta Llavorsí, descargar las bombas y salir volando (!) en dirección a la zona republicana, pasando si hacía falta sobre Andorra, cuya fuerza militar se limitaba en esos momentos a seis policías, seis, desplegados por todo el país, y donde no se arriesgaban por lo tanto a un recibimiento como los que brindaban los siempre hospitalarios franceses.
Puigcerdá bajo las bombas
Ya que estamos, digamos antes de acabar con este episodio que así como el Katiuska era el bombardero estrella de la aviación republicana -un bimotor de fabricación soviética capaz de transportar hasta 700 kilos de bombas- el Natahca, que también era un bimotor, era desesperantemente lento que había quedado obsoleto y que en caso de contacto con el enemigo no tenía ninguna posibilidad. Todo lo contrario de los flamantes Savoya S-79 de la Aviazione Legionaria italiana, orgullo de Mussolini, que en sendas incursiones sobre Puigcerdá -el 23 de enero y el 21 de abril de 1938- causaron 34 víctimas mortales. La primera la perpetraon tres escuadrillas de S-79 -nueve aviones- pilotados por tripulaciones españolas, con el magro consuelo de que unos de los savoya fue tocado y se vio obligado a un aterrizaje de emergencia, quedando fuera de combate; la incursión del 21 de abril, por las escuadrillas 4G-28 y 5G-28, cinco o seis aparatos que hacen blanco en la estación de tren de la localidad, como prueba la espectacular fotografía de aquí arriba.
Esta condición de nudo ferroviario confería a Puigcerdá la desventurada condición de objetivo estratégico. Un caso similar al de Adrall: el bombardeo de la central térmica de este pueblo del Alto Urgel, en la primavera de 1938, formaba parte de la ofensiva nacional contra la infraestructura eléctrica que abastecía de fluido a la industria de guerra catalana. La operación corrió también de cuenta de una escuadrilla de S-79, trimotor de gran capacidad -hasta 1.200 kilos de bombas, superior incluso a los Katiuskas- y tan rápido que quedaba fuera del alcance de los cazas republicanos: no abatieron ni uno en toda la guerra. Pero a veces la guerra depara unas migajas de jsuticia digamos poética: dice Gesalí que las victorias de sus Savoya en España dieron a Mussolini una falsa sensación de superioridad que pagó cara, carísima, cuando la Aviazione hubo de enfrentarse a los Spitfire y Hurricane británicos, rivales mucho más temibles que los entrañables y obsoletos Chatos republicanos.
Esta condición de nudo ferroviario confería a Puigcerdá la desventurada condición de objetivo estratégico. Un caso similar al de Adrall: el bombardeo de la central térmica de este pueblo del Alto Urgel, en la primavera de 1938, formaba parte de la ofensiva nacional contra la infraestructura eléctrica que abastecía de fluido a la industria de guerra catalana. La operación corrió también de cuenta de una escuadrilla de S-79, trimotor de gran capacidad -hasta 1.200 kilos de bombas, superior incluso a los Katiuskas- y tan rápido que quedaba fuera del alcance de los cazas republicanos: no abatieron ni uno en toda la guerra. Pero a veces la guerra depara unas migajas de jsuticia digamos poética: dice Gesalí que las victorias de sus Savoya en España dieron a Mussolini una falsa sensación de superioridad que pagó cara, carísima, cuando la Aviazione hubo de enfrentarse a los Spitfire y Hurricane británicos, rivales mucho más temibles que los entrañables y obsoletos Chatos republicanos.
Bombardeo de la central térmica de Adrall, Lérida, a cargo de una escuadrilla de S-79, en la primavera de 1938. Fotografía: La guerra aèria a Catalunya.
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La guerra aèria a Catalunya es, en fin, un pozo sin fondo: también asoma por aquí el sevillano Francisco Alférez, el único piloto republicano que abatió un Stuka aleman en combate: fue el 21 de enero de 1939, durante el despiadado ataque final contra el puerto de Barcelona -370 toneladas de bombas en cuatro días- y a los mandos, atención, de un humilde Chato. También recogen los autores el duelo involuntario que enfrentó a dos de los ases de la guerra civil: el republicano Francesc Vinyals y el nacional Carlos de Haya, que el 21 de febrero de 1938, en plena batalla de Teruel, le cayó literalmente encima de su Chato para entrar inmediatamente en barrena, momento que Vinyals aprovechó para ametrallarlo: no parece un dechado de fair play, pero es la guerra.
Iñiguez y Gesalí tienen además el raro detalle de no sermoenar al personal ni de caer en la penosa y fácil tiranía del lugar común: los dos bandos -los dos- perpetraron bombardeos de represalia sobre ciudades de la retaguardia enemiga: los nacionales, en la jornada de negra de San Felipe Neri, en Barcelona; los republicanos, en Zaragoza, Teruel y Salamanca. Aprovechan para desmontar tópicos (erróneos) como los bombardeos aparentemente gratuitos de Lérida, el 2 de febrero de 1937; el Masnou, el 29 de septiembre del mismo año, y Granollers, el 31 de mayo de 1938. Por citar sólo tres de ellos. Lo que les decíamos hace un momento: una mina. Y un consejo final: corran al bazar Valira a buscar la maqueta de un Savoya; ármenla mientras leen La guerra aéria a Catalunya... y miren de vez en cuando hacia arriba, por si acaso. Charney no se lo perdería, seguro.
Iñiguez y Gesalí tienen además el raro detalle de no sermoenar al personal ni de caer en la penosa y fácil tiranía del lugar común: los dos bandos -los dos- perpetraron bombardeos de represalia sobre ciudades de la retaguardia enemiga: los nacionales, en la jornada de negra de San Felipe Neri, en Barcelona; los republicanos, en Zaragoza, Teruel y Salamanca. Aprovechan para desmontar tópicos (erróneos) como los bombardeos aparentemente gratuitos de Lérida, el 2 de febrero de 1937; el Masnou, el 29 de septiembre del mismo año, y Granollers, el 31 de mayo de 1938. Por citar sólo tres de ellos. Lo que les decíamos hace un momento: una mina. Y un consejo final: corran al bazar Valira a buscar la maqueta de un Savoya; ármenla mientras leen La guerra aéria a Catalunya... y miren de vez en cuando hacia arriba, por si acaso. Charney no se lo perdería, seguro.
[Este artículo de publicó el 7 de febrero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]
Estimado Sr. Luengo, solamente manifestarle que la 3ª escuadrilla de katiuskas que presenta usted como autora del bombardeo en Junio del 38, es erronea. Fue la 4ª comandada por Maximo Ricote, Calvarons estuvo en la 3ª desde finales de Noviembre de 1937 hasta aproximadamente mediados de Mayo de 1938, momento en que fue destinado a esa nueva unidad. un saludo, Otelo Fuentes Gomez
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