martes, 24 de marzo de 2015

Muertos que recuperan su identidad (75 años después)

El Archivo Nacional de Andorra pone nombre y apellidos a los cadáveres de los tres refugiados de la Guerra Civil aparecidos en el fondo fotográfico de Narcís Casal i Vall, adquirido en diciembre y formado por 144 placas de vidrio: Pere Isern, Emili Font i Josep Forradelles. Los tres eran catalanes y murieron entre 1937 y 1938 cuando intentaban huir de la zona republicana a través de Andorra.

"Pronunciadas por el nunci las palabras mort qui t'ha mort y mort es qui no parla, el Sr. facultativo ha practicado el reconocimiento del cadáver y ha determinado que la defunción se produjo a consecuencia de un ataque de asistolia a causa del frío y del agotamiento". Es el 31 de octubre de 1938 y el difunto en cuestión es Pere Isern, "vaquero, natural de Lavansa (Lérida), de veinticinco años de edad y de estado soltero". Así consta en el acta de la visura practicada ese mismo día por el batlle episcopal, Antón Tomàs Gabriel, en la borda del Tosal, y si hablamos de este asunto hoy y aquí es porque Isern es el protagonista de la impactante fotografía que tienen aquí abajo: la publicó el Archivo Nacional de Andorra a principios de diciembre, formaba parte de un lote de 144 placas de vidrio de autor anónimo que acababa de ingresar en el mismo Archivo, y mostraba a un nutrido grupo de hombres -con importante presencia de gendarmes franceses, dando a la escena un raro empaquen institucional- que exhibía el cuerpo exánime de un hombre no identificado. El conservador de los fondos fotográficos del Archivo, Isidre Escorihuela, se preguntaba entonces por la identidad de aquel pobre diablo, por los motivos de la enorme expectación que generó el funeral del difunto -que tuvo lugar en la parroquial de Escaldes y que nuestro anónimo fotógrafo tampoco se perdió- y por los misteriosos individuos ataviados con cazadoras de cuero, polainas y aspecto paramilitar que acompañan el cortejo fúnebre -¿milicianos, o quizás requetés? Y por supuesto, por el autor de la serie.





El cadáver de Pere Isern Arnau, recuperado el 31 de octubre de 1938 al pie del monte Claror. Según el médico que asistió al levantamiento del cadáver, practicado en la Borda del Tosal aunque el cuerpo se localizó algo más arriba, fue "un ataque de asistolia a consecuencia del frío y del agotamiento". Sus compañeros de huida rescataron sus restos al día siguiente del fallecimiento. El hecho de que su hermano, Joan, residiera ya en Andorra, explica la rara expectación que generó el funeral de Isern, que fue enterrado en el cementerio de Escaldes. Fotografías: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

 Emili Font Alex, de quien solo conocemos el nombre, apareció muerto en la montaña de Perafita el 9 de abril de 1937. De nuevo, el reconocimiento médico practicado in situ por el doctor Nequi establece que falleció "a causa del frío y por inanición, a consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de la capital. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Josep Forradelles, nacido en Noves de Segre, "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", según el acta de la visura, formaba parte de una expedición que había partido de la localidad de Tost el 26 de agosto de 1938. Tuvo la mala suerte de golpearse la cabeza en una caída, y aunque pareció recuperarse, cuatro días después, y cuando el grupo ya llegaba a Andorra, falleció de repente, tras sentirse muy cansado, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre. Sus compañeros y las autoridades andorranas rescataron el cadáver al día siguiente, luego de trasladarlo hasta territorio andorrano. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Pues tres meses después, enigma resuelto. El fotográfo es el futuro editor Narcís Casal i Vall (Barcelona, 1911-1987), y resulta que entre el lote de 144 placas adquirido por el Archivo hay dos más de temática mortuoria: las tienen también aquí arriba y muestran los cuerpos de dos individuos encontrados también muertos en nuestras montañas, que Escorihuela presumía hace tres meses y con buen tino fugitivos de la España republicana. Un documento extraordinario porque jamás hasta la fecha, dice, se había documentado el fatal destino de un buen número de refugiados que durante la Guerra Civil cruzaban la frontera con la esperanza de dejar atrás la zona roja.

Escorihuela ha identificado también a estos dos infortunados: Emili Font Aleix, de quien no sabemos más que el nombre y los apellidos -ignoramos su procedencia y las circunstancias concretas de su defunción- y cuyo cuerpo fue localizado y rescatado el 10 de abril de 1937 en la montaña de Perafita; y Josep Forradelles, que formaba parte de una expedición que había salido el 26 de agosto de 1938 de la localidad de Tost (Lérida) y que dos días después sufrió a la altura de Vinyoles de Segre una caída que acabaría resultando fatal para él: Foradelles murió el 30 de agost a consecuencia de este golpe en la cabeza cuando se encontraba, en un negro giro del destino, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre, como relataron sus compañeros de escapada al batlle Tomàs.

El caso es que después de tocar sin mucha suerte las teclas más variopintas -el Memorial Democrático de Barcelona, el madrileño Archivo Nacional de la Memoria, el Museo Militar de Montjuïch, e incluso la asociación de veteranos de los tercios de Nuestra Señora de Montserrat- resulta que la respuesta estaba mucho más cerca: el historiador alemán Gerrhard Lang -sí, hombre, el biógrafo de Skossyreff- dio la pista aportando copia de una carta que el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs, envió en mayo de 1937 al gobierno franquista de Burgos con la fotografía de Font con la vaga esperanza de confirmar su identidad, porque lo cierto es que sus señas proceden de una papel que los policías que fueron a recuperar el cuerpo a Perafita encontraron a unos metros del cadáver, papel "que parecía ser una autorización a nombre de Emili Font Aleix con fecha del 28 de noviembre de 1936". Y esto es todo. En fin, a partir de aquí, y por una rara confluencia astral, la archivera que precisamente estas semanas ha inventariado el monumental fondo documental de la Batllia episcopal, cayó en la cuenta de la existencia de una impresionante serie de fotografías de levantamientos de cadáveres que coincidían temporalmente con las fechas probables de las imágenes de Narcís Casal. Y todo encajó cuando adjuntas a las fotografías mortuorias (o al revés) aparecieron las actas de las visures practicadas por el batlle Tomàs, que han permitido poner nombre y apellidos a estos tres cadáveres hasta hoy anónimos. 

Morir en el Port Negre
Una apasionante labor detectivesca, ya lo ven, que no se termina aquí porque las visures contienen información valiosísima para comprender las condiciones en ocasiones letales a que tenían que hacer frente los fugitivos en un trayecto relativamente corto como era el que seguían para pasar a Andorra, habitualmente por la antigua ruta de contrabandistas que parte de la Cerdaña y que penetra en Andorra por el Port Negre. Emili Font, "que había aparecido en la montaña de Perafita todavía nevada" -la visura la practica el batlle en Entremesaigües, hasta donde han trasladad el cadáver, el 10 de abril de 1937- murió según el "facultativo" que asiste al levantamiento -el doctor Nequi, por cierto, hoy con calle a su nombre en la capital- "a causa el frío, por inanición como consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de Andorra la Vella.

En el caso de Pere Isern, el cadáver lo identifica in situ un hermano suyo, Joan, vecino en la época de la capital. Sus compañeros de periplo tuvieron que abandonarlo, ya muerto, en la zona de Claror -asistolia, o parada cardíaca, ¿recuerdan?- "a un kilómetro aproximadamente de la frontera española", y al día siguiente vuelven al lugar del fatal desenlace para trasladarlo hasta la Borda del Tosal para las preceptivas diligencias. El acta del batlle concluye con una declaración casi sorprendente del hermano superviviente, Joan, "que tiene el convencimiento de que la defunción ocurrió a consecuencia del agotamiento y del frío, sin que tuviera la menor sospecha de que existiesen móviles que pudiera haber inducido al crimen a los compañeros con los que viajaba". Signo inequívoco de que en casos similares se habían registrado, sin duda, circunstancias comportamientos sospechosos. La leyenda negra, pero en la Guerra Civil. Como hemos visto, en fin, Pere Isern fue enterrado el 31 de octubre de 1938 en el cementerio de Escaldes, en una multitudinaria ceremonia a la que no debía ser ajeno la presencia en Andorra de su hermano.

Pero el caso más singular, enseguida lo verán, es el de Josep Forradelles, natural de Noves de Segre (Lérida), "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", dice el acta de la visura, con el reglamentario mort qui t'ha mort y mort és qui no parla. Singular porque murió, lo hemos visto, a consecuencia de un mal golpe que se pegó en la cabeza de camino hacia Andorra. Sus compañeros de viaje lo relatan como sigue: "El martes, de madrugada [30 de agosto de 1938] se encontró muy cansado diciendo que no podía seguir [...] Como nevaba y hacía muy mal tiempo, intentamos hacerle reaccionar practicándole unos masajes, y entre dos lo ayudamos a caminar hasta que estuvimos a medio kilómetro de la frontera [con Andorra]". Fue aquí, a la vista del Port Negre, donde cayó muerto. Al día siguiente, sus compañeros, que habían continuado el camino sin él, "convencidos de que no podían hacer nada por él y resultándoles imposible trasladarlo hasta territorio andorrano por lo agotados que se encontraban", regresaron al lugar del Cap dels Clots de la Tora, en Claror -este es el topónimo que consta en el acta-, donde habían abandonado el cadáver, para recoger el cuerpo. Necesitaron una comitiva de ocho hombres, a las órdenes de los policías Riberaygua y Benazet, reforzados por "dos guardias mandados por el Sr. Coronel Comisario Extraordinario" -¡Baulard!- para trasladarlo hasta las Feixes del Jaumetó, en Escaldes, "donde el tribunal nos estaba esperando".

El expediente de Forradelles se completa con la correspondencia en que su padre, Josep, reclama sus pertenencias y el dinero que llevaba encima al morir. No parece muy satisfecho con las cuentas del batlle andorrano, según el cual al difunto se le encontraron al morir "en total, 4.700 pesetas de serie, tres billetes de veinticinco pesetas serie nueva y un miliciano de 5 pesetas, y además 21,50 pesetas de plata". De esta cantidad, la familia recuperó exactamente 2.200 pesetas, "después de deducidos todos los gastos que dice [el batlle] que tuvo que liquidar en francos y haciendo un mal negocio". "Ruinoso", dirá el padre Forradelles con cierto humor negro, y sin conseguir sacarse la mosca de detrás de la oreja porque, dice, su hijo "llevaba más de 6.000 pesetas en serie y el guía cobróse 675". Pues lo cierto es que hechas así, las cuentas no salen. 

Casal i Vall, eslabón perdido de la fotografía andorrana de entreguerras
El primer enigma de esta estupenda historia de misterio era el nombre del autor de las 144 placas de vidrio adquiridas en otoño por el Archivo Nacional en una librería de lance de Barcelona, con escenas de la vida cotidiana de la Andorra de los años 30 -los pioneros del esquí y los primeros excursionistas, más bien exploradores; procesiones religiosas y fiestas mayores, faenas del campo y caramelles, gendarmes y naturalmente, fotografía digamos forense. Escorihuela intuía entonces y con buen ojo qe el autor tenía que ser un andorrano (o hijo de andorrano) establecido en Barcelona pero que pasaba largos períodos en el país. La pista que nos lleva hasta Narcís Casal -que en 1956 levantaría, junto a sus tres hermanos, la editorial Casal y Vall, sello fundamental en el mercado editorial catalán de los años 60- es el reverso de la fotografía de Emili Font enviada a Burgos por la policía andorrana para confirmar la identidad, y donde consta nítidamente la firma del autor: "Cliché N. CASAL". Un fotógrafo de quien hasta la fecha no teníamos noticia, pero que ayudará a reconstruir gráficamente uno de los períodos más convulsos y, por lo tanto, interesantes, del siglo XX andorrano. También obligará al Archivo a un esfuerzo suplementario para adquirir -si todavía está a tiempo- el resto de la colección de Narcís Casal, inicialmente descartada porque era de temática ajena a Andorra. 

[Este artículo se publicó el 24 de marzo del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

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