viernes, 11 de julio de 2014

Trafalgar: y Britannia gobernó las olas

El 21 de octubre de 1805 la flota de Nelson destrozaba ante las costas de Cádiz a la escuadra francoespañola comandada por Villeneuve; la victoria inglesa dio paso a un siglo largo de supremacía inglesa en el mar. Britannia gobernaba sin oposición a las olas.

Para Inglaterra fue la victoria decisiva, por no decir definitiva, que conjuraba de una vez por todas la amenaza de una invasión napoleónica, inauguraba un siglo de supremacía marítima y de paso -déjenme que lo diga: last, but not least- consagraba a Nelson como héroe popular.  Francia, que tan sólo seis semanas después aplastaba a los austrorusos en Austerlitz, lo digirió como un traspiés circunstancial en la lucha por el dominio del continente: "Una tempestad ha hundido unos cuantos navíos tras una batalla imprudentemente entablada", sentenció lacónicamente Napoleón. Pero para España significó la destrucción de su (sobre el papel) poderosa escuadra -el único activo que le confería cierto peso militar en la escena mundial-, el aislamiento de las colonias americanas y la expulsión definitiva del club de las grandes potencias, donde ejercía desde por lo menos un siglo antes como convidado de piedra. Un trago amargo que hubo que digerir convirtiendo Trafalgar en el paradigma de la derrota gloriosa que parece haber sido el sino fatal de las armadas hispánicas, desde la Invencible hasta Cavite.


El "toque Nelson" y su demoledor resultado: el almirante inglés dividió su escuadra en dos columnas y cargó perpendicularmente contra la el centro y la retaguardia aliada, dejando a la vanguardia francespañola literalmente fuera de juego. Una maniobra arriesgada porque durante la aproximación los navíos ingleses qudaban expuestos al fuego enemigo sin posbilidad de réplica, que ya contaba en los manuales de la época. Nelson se atrevió porque era consciente de la inferior capacidad marinera y sobre todo artillera de las tripulaciones francesas y españolas. A la escuadra inglesa la jugada le salió redonda, pero Nelson murió en la cubierta del Victory de un disparo procedente del Redoutable. Fotografías. Museo naval.
La batalla de Trafalgar comenzó a las 12.08 del 22 de octubre de 1805, cuando el Santa Ana, navío español de 112 cañones, abrió fuego sobre el Royal Sovereign (100). Son el segundo y el primer buque, a la izquiera del óleo de Clarkson Stanfield. En primer plano, el Victory de Nelson (100), resiste el ataque del Redoutable francés (74), que consciente de su inferioridad artillera, pretendía abordarlo. No lo consiguió porque el apoyo del Temeraire (98) permitió someter al buque francés. Pero fue precisamente del Redoutable del donde procedió el disparo que a las 13.30 hirió mortalmente a Nelson: son las tres naves del centro de la escena. A continuación del Victory, el Bucentaure francés (80), nave capitana de Villeneuve que fue capturada y posteriormente se hundió. A las 16.30, Gravina, a bordo del Príncipe de Asturias, ordena la retirada de lo que queda de la Combinada: lo siguieron tan solo once de los 33 navíos que horas antes formaban la flota francoespañola.

El balance de Trafalgar -"Una tempestad ha hunido unos cuantos navíos tras una batalla imprudentemente entablada", según Napoleón"- arroja las sigiuentes cifras: 4.400 muertos y 2.550 heridos por parte aliada, frente a los 450 y 1.250 del lado ingles. Por lo que respecta a las flotas, el resultado es todavía más abrumador:la escuadra española perdió diez navíos, incluido el Santísima Trinidad; la francesa, ocho, incluido el Bucentaure, la nave capitana de la flota combinada; la flota inglesa, por su parte, regresó íntegra a puerto. La mayor parte de los buques, a trancas y barrancas; pero no se perdió ni uno. Fotografía: Museo Naval.


Puede que cupiesen tres interpretaciones de sus consecuencias, pero batalla de Trafalgar sólo hubo una: la que el 21 de octubre de 1805 libraron ante el cabo de este nombre en la costa atlántica de Cádiz les escuadras inglesa -27 navíos de línea, comandados por el vicealmirante Nelson- y la francoespañola -con 33 navíos, al mando del también vicealmirante Pierre Charles de Villeneuve. Conocemos el desenlace, pero, ¿cómo se llegó a tamaño desastre? El historiador militar Hugo O'Donnell, autor de La campaña de Trafalgar, evoca los difíciles equilibrios de la diplomacia española para satisfacer las cláusulas de la peligrosísima alianza con la Francia Napoléonica, que exigía el pago de subsidios millonarios a cambio de no exigir la aplicación del Tratado de San Ildefonso, que estipulaba que en caso de guerra con Inglaterra, España debía entrar en liza al lado de Francia. Con la mala suerte de que el conflicto anglofrancés se había reactivadoen 1803 con la ruptura de la paz de Amiens: "Como enemigo, Francia era incluso más temible que Inglaterra, y el incumplimiento de las humillantes cláusulas de la alianza hubiera sido la coartada perfecta que Napoleón esperaba para invadir España. El mismo emperador lo había advertido abiertamente, así que en realidad a España no le quedaba alternativa".
La chispa que encendió la entrada en liza de España fue la captura en octubre de 1804 y por parte inglesa de unas fragatas procedentes de América, lo que suponía una flagrante violación de la precaria neutralidad española. Un agravio tal que ni el contemporizador Godoy pudo pasar por alto: en diciembre España declaraba la guerra a Inglaterra y ponía lo que quedaba de su escuadra en manos de Napoleón. La sentencia de muerte del imperio estaba dictada: "La jugada de Godoy era que al sacrificar la flota a los designios franceses, Napoleón se diera por satisfecho", especula O'Donnell. Lo cierto es que Napoleón necesitaba a la escuadra española para ejecutar la soñada invasión de la pérfida Albión. Una operación que antes de Trafalgar llegó a parecer factible: 150.000 hombres y 2.000 buques de transporte se concentraban en Bayona y cercanías preparados para cruzar el Canal. Pero para lanzar la invasión antes había que alejar de la Mancha a la flota inglesa del Canal -la Channel Fleet- y aprovechar ese intervalo precioso para transportar a la otra orilla a la fuerza expedicionaria. Descartado el enfrentamiento abierto, era la única opción francesa, y para conseguirlo Napoleón ingenió un audaz plan: reunir las dos flotas aliadas  -la Combinada- y proyectarlas al Caribe como señuelo para Nelson, y una vez expedito el camino, regresar rápidamente a aguas europeas para garantizar una momentánea superioridad francoespañola en el Canal. El plan se torció cuando, de regreso de las Antillas, Villenueve se dio de bruces con la escuadra de Calder, qué mala suerte: el combate, que tuvo lugar frente a Finisterre el 22 de julio de 1805, se saldó con tablas, pero obligado por la escasez de vitualla y de pertrechos, el comandante francés ordenó poner proa a Cádiz en lugar de dirigirse hacia la base de Brest, tal como estaba estipulado. Por este motivo O'Donnell considera que fue Finisterre, y no Trafalgar, la batalla decisiva que obligó a Napoleón a renunciar a su sueño inglés.
El 20 de agosto, la flota Combinada se refugiaba pues en Cádiz y Nelson retomaba el bloqueo: "Esta inactividad aparentemente humillante era sin embargo la mejor opción para los intereses españoles, porque evitaba el combate y mantenía a la flota inglesa ocupada con el bloqueo, aliviando la presión sobre el comercio americano". Hasta Villeneuve comprendió la inoportunidad de obedecer a Napoléon, que ordenaba combatir a la mínima ocasión "para salvar el honor de las águilas francesas", y el 8 de octubre suspendió la orden de hacerse a la mar. Pero las circunstancias se confabularon contra los intereses aliados: el 18 de octubre llegaron informes de que seis navíos habían abandonado el bloqueo en dirección a Gibraltar, cosa que ponía a la flota de Nelson en clara desventaja numérica; paralelamente, se supo que el almirante Rosily había llegado a Madrid, camino de Cádiz, para substituir a Villeneuve, "quien se veía ahora postergado y encima por un personaje tan dudoso como Rosily, que hacía una década que no navegaba". Así que olvidando la prudencia con que se había manejado hasta entonces, el vicelamirante decidió jugárselo todo a una carta suicida y ordenó la salida de la flota para reivindicarse ante el emperador.
La última gran batalla de la historia de la navegación a vela se saldó con una escabechina: los españoles sufrieron un millar de muertos y más de 1.400 heridos; a los franceses todavía les fue peor (3.400 y 1.150); los ingleses, en cambio, salieron del encuentro relativamente bien parados (450 muertos y 1.250 heridos). Eso sí, entre sus bajas mortales hubieron de contar a Nelson. El balance todavía fue más demoledor por lo que respecta a las flotas: la escuadra española perdió diez navíos, entre hundidos y capturados -incluido el Santísima Trinidad, el mayor buque de guerra de la época; la francesa, ocho, incluido el Bucentaure, la nave capitana de Villeneuve, mientras que todos los navíos ingleses, absolutamente todos, regresaron a puerto. La mayoría, eso también, tan tocados que tardaron meses en volver al servicio o tuvieron que ser jubilados prematuramente, como fue el caso del Victory. En fin, que España desapareció ese 21 de octubre de 1805 del mapa de las potencias marítimas, papel que había ejercido durante los últimos tres siglos; y Londres bautizó con el nombre de Trafalgar su plaza más emblemática.

Del "Nelson Touch" a la "Band of Brothers"
La táctica inglesa en Trafalgar consistió en atacar la reglamentaria línea de combate enemiga -los 33 navíos de la Combinada se extendían por un arco de siete kilómetros- dividiendo la escuadra propia en dos columnas que cortaron perpendicularmente el centro y la retaguardia aliada. La vanguardia quedó aislada y apartada del centro del combate y los ingleses obtuvieron una momentánea pero decisiva superioridad numérica donde se jugaba el destino de la batalla. Por no hablar de su superior y no menos decisiva eficacia artillera. Pero el Nelson Touch, como se bautizó a esta heterodoxa táctica, no era estricta novedad: "Constaba en todos los manuales de táctica", recuerda O'Donnell, "y era extremadamente arriesgada porque durante la aproximación a la línea enemiga, los navíos ingleses quedaban expuestos al fuego contrario sin posibilidad de réplica. Nelson se atrevió a llevarlo a la práctica no por una audacia temeraria, sino porque era conocedor de las pocas condiciones marineras de las tripulaciones aliadas, que dejaron en la línea de combate huecos enormes por donde se deslizaron los ingleses". Además del Toque Nelson, O'Donnell se refiere al espíritu de compañerismo que reinaba entre los capitanes ingleses, la Band of Brothers de las crónicas coetáneas, a los que dejaba toda la iniciativa una vez entablado en combate. La devoción por el comandante se transmitió a las tripulaciones, que vibraron -y no es extraño- con el último mensaje de Nelson antes de la batalla: "England expects that every man will do his duty". Sólo hace falta recordar la escena de Master & Commander en que Jack Aubrey rememora su participación en la batalla del Nilo, al lado del almirante, para entender la confianza ciega que despertaba entre sus hombres.

Dramatis Personae (y dos buques)

Nelson: el héroe inglés. Vencedor de San Vicente, Copenague, Aboukir y el Nilo, y comandante de la flota del Mediterráneo desde 1803, Horatio Nelson (Norfolk, 1758) había perdido en combate un brazo y un ojo, y ya era considerado un héroe nacional antes de morir en Trafalgar, a bordo del Victory. Y eso que su vida íntima -casado con Frances Nisbet y amante de Emma Hamilton, lady Hamilton, la esposa del embajador inglés en Nápoles- le costó la enemistad manifiesta del Almirantazgo.

Villeneuve: el villano francés. El malo de Trafalgar. O'Donnell lo culpa de la decisión de abandonar la seguridad que ofrecía el puerto de Cádiz y salir a combatir a la superior escuadra inglesa, pero considera que la formación en línea que planteó -pésimamente resuelta, eso sí- era la única viable. Pierre Charles Villeneuve (Valensoles, 1763) cayó prisionero para mayor humillación a bordo del Bucentaure, su nave capitana. Liberado en 1806, se suicidó en Rennes para no tener que rendir cuentas ante el emperador.

Gravina: el mártir español. Era, según O'Donnell, el más dotado de la brillante generación de marineros ilustrados españoles desaparecidos en Trafalgar, con Churruca, Alcalá Galiano, Valdés y Escaño. En Trafalgar ejerció como almirante de la flota española y como segundo al mando tras Villeneuve. Italiano de nacimiento (Palermo, 1756), Gravina murió en enero de 1806 a consecuencia de las heridas que sufrió a bordo del Príncipe de Asturias.

El rey del mar. El Santísima Trinidad, con cuatro puentes y 136 cañones, era el mayor buque de guerra de su época. En Trafalgar muerieron 205 de sus 1.071 tripulantes, fue capturado y al día siguiente de la batalla se hundió a consecuencia del temporal. Más suerte tuvo el Montañés, navío de 80 cañones conde embarcaron los 108 soldados del batallón de voluntarios de Cataluña: después de combatir al Bellerophon -¡pero que nombres estupendos tenían los buques ingleses!- quedó en un golpe de suerte a sotavento y por lo tanto al margen de la batalla. Sufrió tan solo 20 bajas y fue unos de los once navíos aliados que regresaron a Cádiz.

El Victory, museo flotante. Era la nave capitana de Nelson desde que en 1803 se había hecho cargo de la flota de Mediterráneo Construido en 1765, tenía tres puentes y 100 cañones. En Trafalgar embarcaba una tripulación de 734 hombres. Remolcado a Gibraltar tras la batalla -donde fallecieron 57 hombres de su dotación- pudo ser reparado y hasta 1812 sirvió en la flota del Báltico. Desde 1824 está anclado en Portsmouth, la histórica base naval británica, primero como nave capitana del puerto y desde 1922 como museo flotante. Estupenda web en www.hms-victory.com.

[Este artículo se publicó el 21 de octubre de 2005 en el semanario Presència]


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