jueves, 24 de julio de 2014

El ángel era él

Identificamos al Niño del Paraguas, el angelito retratado por Catalá-Roca en el Pesebre Viviente de Engordany de 1954, una de las obras maestras del fotógrafo que integran la antológica que le consagra la Pedrera hasta el 25 de septiembre.

Hace una semana planteábamos en las páginas de El Periòdic d'Andorra un enigma histórico-fotográfico: ¿quién era el Niño del Paraguas, el angelito del Pesebre Viviente de Engordany que Català-Roca retrató en 1954 y que hoy forma parte de la antológica del fotógrafo tarraconense que, bajo el lema -poco imaginativo, la verdad- de Català-Roca y hasta el 25 de septiembre Catalunya Caixa le consagra en la Pedrera? Pues enigma resuelto: el Niño del Paraguas es el hombre de aquí abajo, Antoni Sánchez (1951), hijo y vecino del mismo Engordany, a quien El Periòdic ha localizado gracias a la colaboración de los lectores. Recupera así el nombre el protagonista de una de las fotografías emblemáticas de Català-Roca, una imagen que desde mayo de 2010, y antes de recalar en Barcelona, se ha expuesto en Vigo y Valladolid junto a otras 200 fotografías del padre del fotoperiodismo español. Atención, porque estamos hablando de una selección que incluye auténticos iconos de la fotografía española del segundo tercio del siglo XX (y más allá), desde El piropo y las putillas del Barrio Chino barcelonés hasta la serie sobre los gitanos de Montjuic, el guardia urbano que posa orgulloso a lomos de su montura y frente a un pirulí con publicidad de papillas y La esquina, la estampa de un padre y un hijo en una Barcelona neblinosa y desolada que ilustra la portada de La sombra del viento, el superventas de Ruiz Zafón.

Fotografía original de la que salió la portada de la Revista de Actualidades, con Antoni Sánchez con su traje de angelito alado y armado con un paraguas de pastor. Cuenta Antoni que no recuerda que nadie le sacara este retrato, pero sí que identifica el escenario: los prados de Casa Sucarana de Engordany, hoy engullidos por edificios. Ignoró la existencia de la fotografía hasta 1987, cuando el Angelito -así la tituló el mismo Català-Roca- fue seleccionada para una retrospectiva que le dedicó el Spanish Institute de Nueva York. Hoy preside el salón familiar. Fotografía: Fondo Francesc Català-Roca / Colegio de Arquitectos de Cataluña.
Antoni, en la puerta del comercio familiar que regenta en Engordany, sostiene la fotografía de Català-Roca. El Archivo Nacional de Andorra conserva un ejemplar de la Revista de Actualidades de enero de 1955 con el reportaje del Pesebre Viviente, cuyo texto firma el periodista José María Carrascosa. Fotografía: Àlex Lara.

Foto de familia del Pesebre Viviente: Antoni es el pastorcillo con bastón, faja y barretina, de pie en la fila de abajo. La imagen no forma parte del legado de Català-Roca, pero también está fechada en 1954 -un día que a Antoni le tocó hacer de pastorcillo, y no de angelito. La tomó el desaparecido Jaume Puig, otro personaje hoy injustamente semiolviado. Los Sánchez tienen en ella un protagonismo destacadísimo; aparte de Antoni también aparecen los abuelos, Elvira, que ejercía de hilandera, y Joan, de mulero; de hecho, hasta la mula del Pesebre era de Casa Becaina. Falta Carles, uno de los hermanos de Antoni, que también formó parte de la cuadrilla de angelitos alados. En la fotografia también aparecen, entre otros, Elena Altimir, como Virgen María -la quinta de la fila de atrás- y el Panxut, que ejercía de pastor -el hombre con americana del fondo, en fila aparte. Fotografía: Casa Becaina. 

A diferencia de la mayoría de sus compañeras y de sus personajes hoy caídos en el anonimato, el Niño del Paraguas tiene nombre y apellidos. Y no es extraño que sean los de Antoni Sanchez, el menor de los cuatro hermanos de Casa Becaina de Engordany (Andorra), porque los Sánchez se enrolaron casi en pleno y desde el primer momento en el Pesebre Viviente, aventura escénica en que el polífgrafo Esteve Albert embarcó a todo el pueblo y que se convirtió, junto a la sintonía de Radio Andorra y la hoy denostada economía del bazar en uno de los símbolos de la Andorra de finales de los 50 y principios de los 60. Otro hermano, Carles, formaba también parte de la escuadrilla de angelitos alados de Albert, y un tercero, Albert, ejercia como contrabandista (de ficción, por supuesto). Todavía hay más: los mayores de Casa Becaina, los abuelos Joan y Elvira, ejercían de mulero y de hilandera, y la nuera, Pepita Prat, cuidaba del hogar y preparaba el vino hervido para calentar los ánimos de unos inviernos que todo el mundo recuerda durísimos.
Antoni tenía tres años cuando Català-Roca realizó su primer safari andorrano: eran las Navidades de 1954, la primera edición del Pesebre, y publicó un reportaje tituado Las cien figuras vivientes de Engordany, con texto del periodista José María Carrascosa, en el número de enero de 1955 de la Revista de Actualidades. Antoni mereció los honores de portada. Lo curioso es que el momento se le ha borrad del todo de la memoria: "No recuerdo que nadie me sacara ninguna fotografía. Si que identifico el lugar, justo en los prados de Casa Sucarana, hoy engullidos por los edificios, y me imagino que debió de ser después de la función, mientras esperábamos que nos recogieran". Eran, en su memoria infantil, sesiones maratonianas, que empezaban a media tarde y que se podían alargar hasta bien entrada la medianoche. Dos funciones semanales, los viernes y losa sábados, que se convirtieron en un atractivo turístico: subían hasta Engordany convoyes de autocares con cargamentos de turistas que eran alojados en unas gradas primero improvisadas pero que con los años acabaron incorporando incluso calefacción, aprovechando las aguas termales de la localidad. Participaban en el Pesebre un centenar de vecinos bajo las órdenes de Albert, "buen hombre pero a la hora de actuar, severo". Hay que decir en su honor que el de Engordany fue el primero de todos los Pesebres Vivientes que después fueron proliferando por la geografía catalana. Así que suyo es el mérito del pionero.

Niño suplente
El disfraz de angelito, recuerda Antoni, se lo habían cosido en casa -la cuñada era modista- con lo que quedaba de un vestido de comunión de los hermanos mayores. Las alas las fabricaban -y parece lógico, no dirán que no- las monjas de la Sagrada Familia, "ya había que devolverlas" (!). Y el paraguas con el que en la fotografía se protege de la lluvia es un paraguas de pastor, "porque en el Pesebre también había un rebaño de corderos que vigilaba el Panxut, todo un personaje en aquella época". Lo cierto es que Antoni ignoró la existencia de esta fotografía hasta 1987, cuando el Angelito -así es como la tituló el mismo Català-Roca- fue seleccionada para una magna exposición sobre su obra que le dedicó el Spanish Institute de Nueva York. Desde entonces preside el comedor familiar al lado de otras imágenes del Pesebre Viviente como la de aquí arriba: "Los niños que hacíamos de ángel éramos siete u ocho. Nos vestíamos y nos soltaban, si ensayar ni nada. A veces te tocaba acompañar a San José y a la Virgen; otras, a los Reyes Mahos... Y hay que añadir que es casualidad que me pillara vestido de ángel porque en el Pesebre hice de todo, desde pastorcillo hasta Niño Jesús. Como era tan pequeño, era el Niño suplente cuando no había disponible un bebé de verdad". Digamos también que en el reportaje de la Revista de Actualidades, y según Carrascosa, el papel estelar de Niño Jesús le tocó a Nico -no dice el apellido- "rubio como el trigo castellano, de dos años y medios y unos ojos tan grandes como he visto muy pocos".
Pero, ¿qué tiene el Niño del Paraguas para figurar entre las obras maestras de un maestro de la fotografía? Según el comisario de Català-Roca, Chema Conesa, la obra resume el ideario artístico del fotógrafo y encarna el toque Català, la captura del instante decisivo teorizado por Cartier Bresson que el tarraconense practicaba de manera intuitiva: "No hay en esta fotografía nada de artificioso; la naturalidad, la espontaneidad y por tanto la verdad es absoluta. Se limita a ser un testimonio mudo, sin participar ni intervenir en la escena. Así es como eleva un momento anodino a la categoría de obra de arte". El Niño del Paraguas encarna también otra de las virtudes que convierten a Català-Roca en un humanista con cámara: la empatía que transmite su objetivo, que se advierte en la mirada cándida y en la inocencia que emanan de Antoni, con su paraguas, sus alitas, su vestidito y sus zapatones. Una empatía que tenía truco, porque el fotógrafo disparaba con la cámara a la altura del estómago, lo que le confería a la escena un punto de vista que elevaba al personaje. Con estos antecedentes, en fin, quizás no sea del todo utópico pensar que esta estupenda exposición que es Català-Roca recale un día en Andorra. Y ya puestos, ¿y completarla con la treintena de imágenes de Català-Roca que constituyen la serie completa que dedicó al Pesebre Viviente? ¿Y con el resultado, parcialmente publicado por El Periòdic d'Andorra, de las dos otras visitas que Català-Roca giró por nuestro rincón de Pirineos, cámara en ristre, y que hoy se conservan en el Colegio de Arquitectos de Cataluña?

[Este artículo de publicó el 2 de agosto de 2011 en El Periòdic d'Andorra]  

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