miércoles, 25 de junio de 2014

Joan B. Culla, historiador: "El sionismo e Israel son hijos de Europa"

Lunes, 1 de noviembre, 2004. Amer Abdel Rahim hace estallar en un concurrido mercado de Tel Aviv el cinturón bomba que lleva adherido al cuerpo. Tres personas resultan muertas y otras treinta, heridas de diversa gravedad. El Telenotícies Vespre de TV3 abre la edición con imágenes del dolor de la familia del fedayin autoinmolado. Y las víctimas -por descontado- israelíes, nuevamente ninguneadas, relegadas al cuerpo de la noticia. Esta particular, perversa inercia informativa, que se nutre a partes iguales de los lugares más comunes de la corrección política progresista, de los tópicos más gastados del antisionismo tradicional y de un desconocimiento enciclopédico de los entresijos del conflicto araboisraelí, es el que el historiador catalán Joan B. Culla ha intentado remover con Israel, el sueño y la tragedia. Un tocho de 600 páginas destinadas a levantar polvareda porque -cosa insólita entre nosotros- se atreve a hurgar en el avispero palestino desde la asepsia del historiador, sin los apriorismos habituales que distinguen sin tapujos (y sin vergüenza) entre los buenos -los arabopalestinos, por descontado- y los malos -ustedes ya saben quién- con la voluntad expresa de "explicar, no de juzgar". Léanlo y juzgue el lector si Culla lo ha logrado.

-Pocos temas mobilizan tanto y tan apasionadamente a la opinión pública como éste. ¿Por qué?
-La pregunta debería ser: ¿por qué cuando en 1993 estalló la crisis de los Grandes Lagos, que dejó más de un millón de muertos en Burundi y Ruanda, no oímos las tomas de posición categóricas que están a la orden del día en la cuestión palestina? ¿Por qué tertulianos e intelectuales no pontifican ni peroran alegremente y ex cathedra sobre buenos y malos en el caso de un conflicto como el del Congo, que ha provocado más de dos millones de víctimas mortales desde 1998? ¿O en la reciente crisis de Sudán?

-Dígamelo usted: ¿por qué?
-He asistido a decenas de debates, tertulias y conferencias sobre el Próximo Oriente, y sé perfectamente la ignorancia sobre las cuestiones más elementales de este conflicto es oceánica. Pero lo peor de todo es que aun así cualquiera tiene sobre este asunto una opinión definitiva, inapelable. ¡Y la exhibe públicamente! No deja de ser una paradoja.

-Tampoco es razonable pensar que todo el mundo tenga que haber hecho un doctorado para lanzarse a opinar sobre un tema en concreto.
-Precisamente. Pero es que en Cataluña este escoramiento de la opinión pública es incluso más descarado que en el resto de Europa. En la prensa occidental más izquierdosa, desde Libération hasta La Repubblica, puedes encontrar con toda naturalidad artículos que defienden a Israel al lado de la obligada dosis propalestina. Esto, aquí, es impensable. ¿Por qué? Ante todo, por una cuestión puramente demográfica: en Francia viven aproximadamente unos 700.000 judíos y su presencia pública es notabilísima, desde Laurent Fabius hasta Simone Weil i Jean Daniel.

-Nosotros tenemos a Lluís Bassat...
-No hay punto de comparación. La comunidad judía no supera en España las 25.000 personas, y no se remonta más atrás de los años 40. Lo que pretendo decir es que en Francia los conceptos básicos sobre la identidad judía forman parte de la cultural general. Aquí, en cambio, los cursos de doctorado sobre sionismo que imparto en la Autónoma de Barcelona me veo obligado  empezarlos cada curso explicando que un rabino no es exactamente el equivalente a un sacerdote católico; ni una sinagoga, la iglesia de los judíos.

-Es que muchos no hemos visto una sinagoga más que en televisión.
-Este es el problema. El desconocimiento es absoluto. Recuero un viaje oficial de Pujol a Israel. En el avión de ida tuve que improvisar una especie de seminario intensivo de cultura judía para los periodistas del séquito. Cuando nos acercábamos al Muro de las Lamentaciones les advertí que seríamos requeridos para que nos pusiéramos la preceptiva kipá... Lo tive que deletrear: k-i-p-a. A un periodista francés no hubiera habido que explicarle qué es y para qué sirve un artefacto como este. Pero la ignorancia más manifiesta y básica no es óbice para que cualquiera largue sus opiniones. 

-Una de las muchas sorpresas que depara en El sueño y la tragedia es la simpatía o, más bien, complicidad, que despertó en los años 60 el sionismo entre el protocatalanismo de la época.
-Seguramente fue una reacción contra la tradicional amistad hispanoárabe que por razones históricas y personales cultivó el régimen franquista. El pequeño pueblo que renace de las cenizas y que es capaz de resucitar un idioma que prácticamente no hablaba nadie genera una evidente empatía entre los nacionalistas de las catacumbas, que se puede rastrear desde Pujol hasta la actual cúpula de ERC.

-¿Cuándo y por qué empieza a cambiar este mar de fondo favorable a Israel?
-A partir de la guerra del Yom Kippur, en 1973, Israel deja de ser la reencarnación de David enfrentado al Goliat árabe y este papel -mediáticamente mucho más agradecido- lo ejerce en adelante el pueblo palestino. A partir de entonces la dicotomía ya no será entre el mundo árabe e Israel, sino entre los tanques, los aviones y los helicópteros del imbatible Tsahal y la cufia, los Kalachnikov y las piedras de los fedayin palestinos. Se han invertido los papeles, y la primera y la segunda intifada consolidarán definitivamente el cliché.

-¿Cree que la izquierda comprometida, desde Jose Saramago hasta Edward Said, se ha dejado deslumbrar por la causa palestina?
-El escritor Amos Oz lo ha resumido gráficamente al comparar a la intelectualidad europea con una institutriz victoriana, siempre con la regla en la mano y dispuesta a repartir mandobles a los malos de la clase. Una actirud que no ayuda a comprender el conflicto y todavía menos a resolverlo. A esta izquierda progre le parece que haciendo mohínes y mascullando contra las bestias negras de Sharon y Bush con cada baño de sangre en Gaza, Nablús, Jerusalén o Tel Aviv ya han ejercido de intelectuales comprometidos y que ya pueden ir a la cama con la conciencia tranquila. Y que conste que no estoy sugiriendo que no hay que criticar a Sharon...

-De hecho, en el libro lo exculpa tanto de cualquier responsabilidad en la intifada como -atención, polémica a la vista- de las matanzas de Shabra y Chatila.
-Que Sharon no desencadenó la intifada no es cosa mía. Lo sostiene el informe Mitchell. Pero es que resulta que este ogro, este nuevo Hitler, es el que se enfrenta a la extrema derecha israelí para defender la retirada de Gaza. Pero, ¿cómo se entiende esto, si dicen que era el mismo Sharon, la extrema derecha? Tampoco sugiero que Sharon sea de izquierdas, pero este conflicto y la realidad política israelí son extraordinariamente complejos, y las aproximaciones en términos de buenos y malos satisfacen si lo que pretendes es confirmar tus prejuicios, pero son inútiles si lo que intentas es entender que está ocurriendo.

-El principal reproche a la (digamos) causa palestina es la absoluta falta de pragmatismo de sus líderes. Pero reconocerá que tampoco es fácil ceder cuando tienes todas las de perder...
-Cierto. Como también lo es que este maximalismo empieza a manifestarse mucho antes de la existencia de Israel. Los árabes jugarán desde el primer momento la carta del Todo o nada. Y así es imposible llegar a un acuerdo. Un acuerdo, por definición, comporta concesiones.

-La desaparición de Arafat, ¿dejará sin argumentos a los que sostienen que el rais ya no era un interlocutor válido?
-Tras Camp David II [otoño de 2000] Israel concluyó que con Arafat jamás podría llegar a un acuerdo. Esta actitud es comprensible desde la perspectiva israelí porque el acuerdo era entonces posible y fue Arafat quien no tuvo arrestos para presentarse ante su pueblo con una paz que comportaba la devolución de sólo el 95% de los territorios ocupados. Claro, como no era el 100%... El todo o nada que decía antes.

-Arafat es la única ficha de este tablero que no ha cambiado en las últimas tres décadas. Desde este punto de vista, ¿cree que era parte del problema antes que de la solución?
-Él encarnó desde los años 60 lo mejor y lo peor de la causa palestina. Desaparecido Arafat se abre la posibilidad de que surja un líder de una nueva generación. Personalmente, creo que podría ser Mohamed Dahlan, jefe de uno de los cuerpos policiales de Gaza y que tiene reputación de hombre pragmático. Pongamos un ejemplo: si Sharon anuncia que se va de Gaza, a enemigo que huye, puente de plata. Sólo son 360 kilómetros cuadrados, pero son suficientes para abrir un aeropuerto y después ya se verá... En cambio, Hamas responde con una lluvia de cohetes para provocar la represalia israelí y regresar a la lógica -tan siniestra como inútil- de cuanto peor, mejor.

-En 1860 vivían en Palestina 13.000 judíos. Hoy son más de 6 millones. Un pecado original difícil de purgar.
-Cada vez que oigo refunfuñar a las institutrices victorianas estoy tentado de recordarles que Israel es hija de Europa. Que si Europa no hubiera actuado durante 70 años como lo hizo -amenazándolos, hostigándolos, discriminándolos, persiguiéndolos y finalmente asesinándolos en masa- el sionismo no hubiera pasado de ser una de las ideas políticas más descabelladas de los tiempos modernos. Los miles de judíos emigrados a Tierra Santa son solo una pequeña parte de los millones de europeos que entre finales del siglo XIX y los años 20 del siguiente emigraron a América, África y Oceanía, sin que ninguno de ellos se planteara la legitimidad del movimiento migratorio o la suerte de los nativos. No lo justifico, que conste, pero sí que lo pongo en su contexto histórico: ¿no resulta ingenuo exigir precisamente a los judíos que se plantearan unos interrogantes que ninguno de sus contemporáneos -franceses en Argelia, anglosajones en África del Sur, Nueva Zelanda y Australia- tuvo la necesidad de resolver?

Asimétricas, pero condenadas a conllevarse
El diagnóstico de Culla sobre los 70 años de conflicto araboisraelí se mueve entre el escepticismo y el pesimismo. La profunda asimetría entre la sociedad palestina y la israelí es la causa de la aparente incompatibilidad entre dos pueblos condenados a entenderse. O por lo menos, a conllevarse. Culla procede por analogía y trae a colación el ejemplo francoalemán: "Después de tres muertes devastadoras y millones de muertos por cada lado, Francia y Alemania fueron capaces de dejar atrás a partir de 1945 la rivalidad histórica porque eran dos sociedades económicamente, socialmente y culturalmente simétricas. La israelí es desde orígenes una sociedad europea incrustada en el Próximo Oriente. Cuando llega el momento decisivo, en los años 40, Israel lo afronta con unas instituciones protoestatales de corte europeo, un protoprimer ministro (Ben Gurion), un protogobierno y un protoparlamento. La palestina, por su parte, es una sociedad árabe -y no precisamente de las más desarrolladas- liderada por una jerarquía religiosa de tipo caciquil y no representativa". Otra vez el relativismo metodológico matiza el diagnóstico: "Si los pueblos árabes normales, con instituciones estatales, han sido históricamente incapaces de generar un sistema democrático, ¿no era mucho pedir que fueran precisamente los palestinos los primeros a dotarse de instituciones democráticas?

[Esta entrevista de publicó el 12 de noviembre de 2004 en el semanario Presència]

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