domingo, 4 de mayo de 2014

Hernández Xulvi, autor de "La ciutat de les flors": "Fue de un pelo que Ifni no se convirtiera en un segundo Annual"

El 23 de noviembre de 1957 el autodenominado Ejército de Liberación -simples "bandas armadas" para la prensa franquista de la época- atacaba las posiciones españolas en el interior de la colonia de Ifni -minúsculo enclave en territorio marroquí- y lanzaba una operación para capturar la capital del territorio, Sidi Ifni. Comenzaba así una guerra nunca declarada por la que desfilaron miles de soldados de reemplazo, aparte de la Legión y dos banderas paracaidistas, y que terminó siete meses después con un alto el fuego oficioso: España conservaba la capital -una franja de apenas 20 kilometros cuadrados- pero renunciaba al resto del territorio, que antes del 23 de noviembre abarcaba una superficie de 2.000 kilómetros cuadrados. Una guerra que el régimen silenció, que se saldó con 300 bajas mortales, por parte española, y que tuvo un poco honorable epílogo en junio de 1969, con la cesión de Sidi Ifni a Marruecos, que desde 1958 ya ocupaba de hecho el resto de la colonia. Pues esta guerra secreta es el contexto de La ciutat de les flors (Pagès), novela con que el valenciano Albert Fernández Xulvi (Catarroja, 1943) se llevó el último premio Fiter i Rossell, que convoca el Cercle de les Arts i de les Lletres de les Valls d'Andorra, y donde sigue los pasos del legionario Badenes y sus amores con la esposa del cacique local.

El escritor valenciano Albert Hernández Xulvi, con el trofeo que lo acredita como ganador de la última edición del premio Fiter y Rossell de novela, que convoca el Cecle de les Arts i de les Lletres y que dota el ministerio de Cultura de Andorra con 15.000 euros. Las obras más conocidas de Xulvi son El tango del anarquista (Milenio, 2010) y la novela erótica No miréis por el ojo de la cerradura (Ediciones Libertarias, 1993). Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

-Sidi Ifni, en pleno desierto, ¿la ciudad de las flores? Tendrá que explicármelo...
-Se ve que en 1934, Capaz y los hombres que ocuparon el territorio con él la bautizaron así de lo exótico y exuberante que les pareció. Y le quedó el sobrenombre.

-Para hacernos una idea: ¿nos encontramos ante una novela de amor? ¿O de guerra?
-La ciutat de les flors tiene tres partes: en la primera sigo la adolescencia del protagonista, Carles Badenes, hasta el correccional, donde ingresa tras apuñalar al hombre que intentaba violar a su madre; luego se alista en la Legión, con la que vive en primera persona la guerra de Ifni, adonde lo destinan; y por último, un buen día decide largarse de allí y huye al sur de Francia, donde empieza una nueva vida. Así que tiene de todo: amor y también guerra.

-Para los que no estábamos, la guerra de Ifni suena a cosa remota: Carmen Sevilla, Gila y poco más.
-Ella acababa de estrenar La venganza, con Ralf Valones, con la que pretendían lanzarla como actriz; era la mujer del momento, y por lo visto a alguien del régimen se le ocurrió emular a los norteamericanos, que tres años antes habían enviado a MarilyMonroe y a Bob Hope a animar a sus tropas a Corea.

-Badenes, ¿se inspira en algún personaje real?
-Hice una intensa labor de campo con dos legionarios valencianos veteranos de la guerra. Como Franco impuso una censura estricta -una guerra con todas las de la ley, que costó 300 muertos y medio millar de heridos, quedó reducida a unos meros "incidentes"- en la Península no se sabía prácticamente nada de lo que ocurría en el África Occidental Española. Sólo veíamos llegar ataúdes: en cierta ocasión, cuarenta de una tacada. Eran las bajas de Edchera, donde los moros hicieron una auténtica escabechina. Badenes, en fin, vive algunos de los episodios que me contaron mis veteranos.

-¿Incluido el affaire con la esposa del mandamás de turno?
-Esto ya es de mi cosecha.Se llama Agnés; su marido, Enrique Cañada, se había enriquecido exportando a la Península capellans [capellanes] que criaba en una piscifactoría que había montado en Río de Oro. Vaya, que el tío estaba forrado.

-¿Capellans, dice?
-Sí: pescado desecado que se tomaba como aperitivo... En fin, que un día que a Badenes le toca guardia, se disfraza de moro, con chilaba y todo, y despluma a Cañada cuando sale del casino. Sospecha que ha sido un soldado, pero como se veían venir la guerra, prefiere no importunar a los militares. Y no explico más, que no me gusta nada destripar la novela. Léela.

-Algo sí que nos debería avanzar, digo yo, ya que estamos aquí...
-Llega un momento en que Badenes se da cuenta de que los han enviado a una guerra absurda y sin sentido: cierto día que le toca salir de patrulla, se queda dormido por la grifa en la haima donde ha estado yaciendo con una bailarina que le hace tilín, y cuando despierta se da cuenta de que sus compañeros ya han salido. Los va a buscar y os encuentra en otra haima: los moros los han liquidado a todos después de torturarlos salvajemente, amputándoles los testículos y colgándoselos de las orejas como si fueran pendientes. Aquella macabra escena es demasiado para Badenes, que en ese mismo instante toma la decisión de desertar.

-¿Y lo hace?
-Por supuesto: roba una Ossa y no para hasta que llega al norte de África. Esto es lo que simboliza la estupenda ilustración de la portada, con la motocicleta abandonada en la paya justo después de embarcar para Marsella para instalarse en Le Grass. Aquí será, por cierto, vecino de Picasso, que tiene un cierto papel en la novela. Para Badenes, Francia es el símbolo de la libertad; no tienen ninguna intención de regresar a Valencia.

-La forma como murieron los compañeros de Badenes, ¿se la contaron sus informantes? ¿Ha podido documentar casos de torturas y asesinatos de que fueran víctimas los soldados españoles que capturados por la bandas armadas -perdón, por el Ejército de Liberación?
-Por supuesto. Pero los moros no eran los únicos. También lo hacían los españoles, que cuando pilaban a un cabecilla rebelde y pretendían hacerle hablar abrían un cerdo en canal, le metían la cabeza dentro y el tipo vaya si cantaba: cantaba por bulerías. En siete meses de guerra de perpetraron auténticas barbaridades.

-Una curiosidad: en la novela juega un cierto papel el cartel de Arroz amargo, con Silvana Mangano, que por lo visto proyectan en el cine de Sidi Ifni. ¿Una anécdota histórica?
-Es un guiño generacional. Recuerdo perfectamente cuando estrenaron Arroz amargo en Valencia: cuando llegaba la escena del campo de arroz, pura carnalidad, el maquinista paraba el proyector paa volverla a pasar, porque es lo que los espectadores querían ver una y otra vez. El caso es que Badenes es hijo del Palmar, al lado mismo de la Albufera -Cañas y barro, ¿recuerdas?- y tierra de arroz. Y la película le hace evocar su pueblo.

-¿Ha estado alguna vez en Sidi Ini?
-Es un viaje que tengo pendiente. Cuando a Gila le preguntaron qué se había encontrado, en la colonia, ¿sabes qué respondió?

-Pues no.
-"Arena, piedras y lagartos"

-Con la información de primera mano que ha recogido, ¿qué visión tiene usted de aquella guerra?
-Que Franco tenía allí un ejército de cartón piedra, plagado de reliquias de la II Guerra Mundial. Piensa que para suplir la falta de artillería improvisaron unos bidones de gasolina que lanzaban desde los aviones -viejos Heinkel alemanes- y que tenían un efecto similar al napalm. Las bautizaron como bombas Frías, por el teniente que las inventó. Hay que tener en cuenta que en 1957 España todavía vivía en la pura y dura postguerra.

-En su opinión, ¿podría haberse repetido un desastre como el de Annual?
-Diría que sí. Si los moros hubieran tenido un ejército como Dios manda, nos hubieran echado de allí a patadas. Y lo cierto es que nos fue de un pelo: por lo visto, la cuñada de un policía nativo de chivó de que los moros planeaban liquidar a la guarnición de Sidi Ifni, y el policía tuvo la lealtad de informar a su capitán. Parece que fue gracias a este chivatazo que se salvó la plaza. Pero el territorio de Ifni, que antes de la guerra abarcaba 2.000 kilómetros cuadrados, quedó reducido al área de la capital: apenas 20 kilómetros cuadrados.

-Si ponemos La ciutat de les flors en el mismo saco que El tiempo entre costuras, ¿se me enfada?
-Enfadarme, no. No tengo nada contra esta novela, pero la mía la registré hace siete años -con el título La ciutat de les flors. Sidi Ifni. Quiero decir que no me ha influido en nada.

-Tampoco le iría mal, ponerse al rebufo de la ola de novela colonial que parece que viene.
-Pero es que no es una novela colonial. Sólo transcurre en Ifni la tercera parte de la historia.

-Suficiente, en cualquier caso, para dedicarle el título, que no es poco.
-Te contaré cuál es exactamente el detonante de la novela: un amigo mío, algo mayor que yo y que era una Barrabás, se alistó en la Legión y acabó luchando en la guerra. En una emboscada que los moros tendieron a su batallón, el teniente cae herido, mi amigo se lo carga a la espalda y lo saca del fregado. Como en una película. Pasa el tiempo, termina la guerra, deja la Legión -porque había expirado su contrato, no porque desertara- y en los años 70 se ve involucrado en un atraco en que resulta herido un sereno. En prisión se le ocurre dar el nombre del teniente, al que no había vuelto a ver, y éste se mobiliza para sacarlo del trullo: en lugar de los tres años que le  podían haber caído, sólo estuvo tres meses encerrado. Este legionario amigo mío es la base de la historia, aunque no tenga nada que ver con la de Badenes.

-¿Por qué cree que hasta ahora ha tenido tan poco éxito la novela -si me lo permite- colonial? ¿Por mala conciencia, quizás?
-Insisto: no he escrito una novela colonial. Cuando me embarco en una historia no lo hago porque el tema esté de moda. Y en cualquier caso, La ciutat de les flors es muy anterior a El tiempo entre costuras.

[Esta entrevista se publicó el 3 de mayo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]


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