lunes, 19 de mayo de 2014

Dos aviadores y un destino

Adonis Moulène se convirtió el 6 de agosto de 1956 en el primer piloto que aterrizaba en Andorra. Con la mala fortuna que al día siguiente se estrellaba durante la maniobra del despegue. Cuatro días después, y en memoria de su colega francés, el cántabro Laureano Ruiz completaba con éxito una gesta -despegue inlcuido- que no se ha vuelto a repetir en medio siglo.

De arriba abajo: 6 de agosto de 1956, Moulène, con gafas oscuras, posa ante la flamante Broussard con que se ha convertido en el primer piloto en aterrizar en Andorra; era un vuelo de exhibición para Max Holste, con la finalidad de convencer al Consell General de la viabilidad de instalar un aeródromo en Santa Coloma. Fotografía: Fondo Peig / Archivo Nacional de Andorra. 




Los 450 CV del motor no consiguieron que el aparato ganara suficiente altura, y fue a tropezar contra una línea de chopos que se levantaba al final de la improvisada pista. La hipótesis más plausible indica que la humedad empapó el suelo de tal modo que frenó el avance de la Broussard; en lugar de hacer un caballete, Moulène optó por elevarse: dio con los árboles y la avioneta cayó. Fue el único herido del accidente; trasladado inmediatamente a Francia, murió el 18 de septiembre. Fotografías: Fondo Peig / Archivo Nacional de Andorra. 



Laureano Ruiz, en la cabina de la avioneta Jodel D112 -aparato biplaza de patente francesa- con que consiguió la proeza de aterrizar en Andorra... y de despegar después para contarlo: fue en un prado de Santa Coloma, el 11 de agosto de 1956. La Jodel era una avioneta casi artesanal, que había ensamblado el mismo aviador en su taller de Santander. Equipada con un motor Continental de 65 CV, pesaba 500 kilos y podía alcanzar los 160 kilómetros/hora. Sus características alas en forma de diedro le conferían una silueta muy particular. En el momento de despegar y -sobre estas líneas- en pleno vuelo: a la Jodel le costó ganar altura, y sólo lo consiguió con el empujoncito de la brisa que sopló aquella tarde. Fotografías:Fondo Fèlix Peig / Archivo Nacional de Andorra.



El piloto cántabro, en una visita al lugar de los hechos que efectuó en 2005, mostrando una fotografía de Peig, y caminando por la pista -de hecho, el prado de un antiguo cámping de Santa Coloma, al lado del Valira. Fotografía: El Periòdic d'Andorra

Por la noche había llovido, y el prado del cámping de Santa Coloma que el día anterior había servido de improvisada pista de aterrizaje estaba empapado. Por eso sorprende que un piloto tan experimentado como Adonis Mouléne (Montet et Bouxal, Midi Pyrénées, 1917-1956) -piloto de combate en la II Guerra Mundial y piloto de pruebas en los primeros reactores que volaron en Francia- insistiese en despegar en quellas condiciones. Tenía tanta confianza en su pericia y en el aparato que pilotaba -una avioneta Broussard MH1521 de 450 CV de potencia concebida para operar en condiciones extremas- que incluso rehusó el premonitorio ofrecimiento de las autoridades locales de talar la línea de chopos que se levantaban al final de la pista. Dijo que no y esta negativa selló el trágico destino que les esperaba la mañana del 6 de agosto de 1956.

La gesta que había protagonizado el día anterior al convertirse en el primer piloto que aterrizaba en Andorra -en un vuelo de exhibición para convencer al Consell General de la viabilidad de instalar un aeródromo en Santa Coloma- se transformó también en el primer desastre de la historia aeronáutica del país. Fue una combinación fatal de exceso de confianza y de mala fortuna: la avioneta despegó tras recorrer los 300 metros de pista, pero en el último instante la rueda izquierda tropezó con uno de los árboles y el aparato cayó unos metros más allá. Los pasajeros que acompañaban a Mouléne -el representante del copríncipe francés de la época, Yves Michel, y el conseller general Julià Reig- salieron milagrosamente ilesos. Pero el piloto tenía la negra: a consecuencia del topetazo el tren de aterrizae se dobló, penetrando en la cabina y rompiéndole la espina dorsal. Fue repatriado inmediatamente, pero no se recuperó de las gravísimas heridas y falleció el 18 de septiembre. El fotógrafo Félix Peig, autor del reportaje gráfico que ilustra estas líneas, recueda a Moulène como un hombre "muy confiado" y asegura que el estado de la pista "presagiaba el desastre". Otro testimonio presencial evoca el ambiente de euforia que se respiraba aquella mañana y que, insinúa, "quizás influyó en el piloto francés a la hora de tomar la fatal decisión de despegar cuando la prudencia aconsejaba exactamente lo contrario".

Por su parte, Laureano Ruiz -el piloto español que completó la gesta, sin pegársela- también esgrime su teoría: "En condiciones normales la Broussard de Mouléne hubiese tenido suficiente pista para despegar. Pero la humedad del terreno debió de frenarla, impidiendo que ganara suficiente velocidad: al final tuvo que hacer frente al mismo dilema que yo: hacer un caballete, es decir, describir una curva para alargar la trayectoria y ganar velocidad, o estirar a fondo la palanca en la confianza de que ya iba a suficiente velocidad para despegar. Moulène optó por esto último."

El error del piloto francés revaloriza todavía más la proeza de Ruiz, entonces un joven y ambicioso aviador que improvisó la avetura andorrana al enterarse al enterarse del accidente de Moulène: "Con uno de los socios de Aeroplan, la fábrica de avionetas que habíamos fundado en Santander, decidimos retomar el desafío de Moulène, que conocíamos por nuestros contactos con el ingeniero Max Holste -el fabricante de la Broussard, hoy Reims Aviation- como un homenaje a nuestro colega y a la vez como una forma de hacernos publicidad: ser los primeros en despegar de suelo andorrano auguraba una promoción formidable. El 9 de agosto leímos la noticia en el diario y ese mismo día nos pusimos manos a la obra: pintamos uno de los aeroplanos que acababan de salir de la cadena de montaje, y sin solicitar ninguna autorización salimos a la mañana siguiente del aeródromo de La Albericia, con destino a Lérida."

El aparato era una Jodel D112, un modelo sencillo, casi artesanal, pero fiable y muy apreciado por los aficionados a la aviación de la época, equipado con un motor Continental de 65 CV y con unas alas en forma de diedro que le conferían una característica silueta -¡similar a la del Stuka! Pesaba unos 500 kilos y podía alcanzar los 16 kilómetros/hora. Un peso pluma comparado con la Broussad. La última etapa, entre Lérida y Andorra, comenzó a las 7 de la mañana del 11 de agosto: "Llegamos a Andorra tras una hora de vuelo. Como no habíamos estado jamás, no sabíamos dónde aterrizar. Afortunadamente, la visibilidad era excelente, y los restos de la avioneta de Moulène nos sirvieron de referencia. Realizamos unas pasadas sobre el cámping, hasta que los campistas se dieron cuenta de nuestras intenciones, plegaron las tiendas y aclararon la pista. Sólo aterrizar ya constituyó una pequeña gesta: a nivel del mar la Jodel sólo necesita 200 metros de pista, pero a 1.000 metros de altura la cosa se complica algo más. Aún así, lo conseguimos."

Casi clandestinamente, Ruiz se había convertido en el segundo aviador que en cuestión de días tomaba tierra en Andorra. La escala fue brevísima: después de comer -probablemente en el desaparecido hotel Mirador de Andorra la Vella. despegaron dos veces sin carga para reconocer la pista. Como Moulène días atrás -y en un temerario ejercicio de terquedad- también el español se negó a que le talaran los fatídicos chopos. Y a las 4 de la tarde emprendió el reto definitivo: "Apoyamos la cola de la avioneta en un muro, con un hombre en cada ala,  para tener el aparato en línea de vuelo y ahorrarnos unos metros que podían resultar decisivos. Di toda la potencia y la avioneta comenzó a rodar. Esperé hasta el último momento para darle a la palanca, y sí, de repente nos vimos sobrevolando la arboleda donde Moulène había tropezado. Pero todavía no podíamos cantar victoria: volábamos encajonados entre montañas y no ganábamos altura. Tras un cuarto de hora, y cuando ya empezábamos a preocuparnos por la gasolina que habíamos consumido, la suave brisa que sopla a media tarde en aquellos valles nos echó un golpe de suerte: ¡lo habíamos conseguido! En una hora aterrizamos en Lérida".

La peripecia se completó al día siguiente, con el vuelo de regreso a Santander. Un vuelo que Ruiz realizó de una sola tacada por temor de que las autoridades españolas le inmovilizaran el avión en una escala. Porque resulta que la gesta podía haber generado un conflicto diplomático porque una aeronave española había sobrevolado sin autorización territorio andorrano. La buena voluntad local lo evitó, pero Ruiz no se ahorró un juicio que se saldó con un castigo simbólico: la retirada temporal de la licencia de piloto. El aviador alegó que un súbito descenso de la presión le había obligado a aterrizar en territorio andorrano. Y la comprensión del juez hizo el resto. Por cierto, Ruiz se presentó en Reus, donde tuvo lugar el juicio- a los mandos de una de sus Jodel, que el aeroclub de Sabadell acababa de adquirir. La gesta andorrana comenzaba a dar sus réditos...

Un histórico de la aviación española
Iba para marino mercante, pero Laureano Ruiz Liaño (Santander, 1924) consagró su vida a la aviación desde que en 1944 se estrenó en el vuelo sin motor. Fundados del aeroclub de su ciudad natal (1952) y de la empresa Aeroplan (1954), de donde salieron más de medio centenar de aparatos, en 1963 se trasladó a Murcia, donde reside en la actualidad. Posteriormente se recicló como instructor de vuelo y fundó una empresa de fotografía aérea y de vigilancia contra incendios que todavía dirige. Otro momento histórico de Ruiz fue cuando Raoul Salam, el jefe de la temida OAS -recuerden Chacal- requirió sus servicios para que lo trasladara a la metrópoli en plena crisis argelina. Le dijo que ni hablar.

El héroe trágico
La gloria tenía que ser suya pero el destino le gastó una mala pasada. Y eso que la misión andorrana parecía pura rutina para este hombre de currículum impresionante: Adonis Moulène había combatido en Francia en los inicios de la II Guerra Mundial al mando de un monoplaza Morane-Saulnier 406 del grupo de caza III/7, donde -qué casualidades tiene la vida- coincidió con Jean Delemontez, el diseñador de la Jodel de Ruiz. Tras la derrota pasó a Inglaterra con De Gaulle, y en 1942 cayó prisionero de los alemanes en una operación sobre Dakar. En la postguerra se reconvirtió en piloto civil, como probador de Max Holste. Fue en el transcurso de uno de los vuelos de demostración que acostumbraba a realizar como se convirtió en el primer piloto que aterrizó en Andorra. Y en el primero en estrellarse en tierra andorrana.

El fotógrafo que siempre estaba allí
La historia contemporánea de Andorra sería difícil de explicar -y de imaginar- sin los miles de fotografías que Félix Peig (Sabadell, 1919) tomó con su Leika 111F como retratista, como reportero independiente, como fotógrafo oficioso del Consell General en los años 60, y como corresponsal de TVE y de los diarios franceses L'Indépendant i La Dépëche en los 70 y primeros 80. Su monumental fondo fotográfico se conserva hoy en el Archivo Nacional de Andorra. La oportuna serie sobre los aterrizajes históricos de Moulène y de Ruiz -otro pionero de la fotografía andorrana, Francesc Pantebre, dejó testimonio de la gesta del segundo- es una demostración de la mayor de las virtudes de Peig: siempre estaba donde ocurrían las cosas.

1 comentario:

  1. En 1956 en La Albericia -Santander- Regentava el CINE Aviación, construido justo al final de la pista del aerodromo y buenas pasadas daba Laureano sobre el cine. en 1957 Laureano me dio clases de vuelo en una Jodel, me case y me cortaron las alas. Vive en Murcia, nos vemos en verano y recordamos tantos momentos felices.- ELOY

    ResponderEliminar