martes, 8 de abril de 2014

Sant Serni de Tavèrnoles: fue el terremoto

Josep Maria Nogués reconstruye los siete siglos de vida del monasterio de Sant Serni en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall; el autor avala la tesis de que la decadencia del cenobio se acentuó con el seísmo de 1428.

Cojamos los bártulos y retrocedamos unas líneas hasta el siglo XI. Es el 17 de enero de 1040, y Anserall bulle de una insólita actividad: una multitudinaria, pintoresca fauna humana que incluye dos obispos -Eribau de Urgell y Arnulfo de Ribagorça- la condesa Constanza y su hijo Ermengol III de Urgel y hasta ocho abades procedentes de monasterios de uno y otro lado de los Pirineos, incluido el anfitrión, se han concentrado en esta pequeña localidad vecina de la Seo de Urgel. No hay para menos: hoy se consagra la nueva iglesia de Sant Serni. Con el claustro del cenobio y las otras dependencias monacales constituye un conjunto monumental con escasos pares en la Cataluña vieja. Pues bien: de todo aquel esplendor, hoy tan solo sobreviven el transepto, el ábside y un pedacito del muro. Miren la última fotografía: migajas.

Ábside de la iglesia de Sant Serni de Tavèrnoles en 1931; atención a la torre cuadrangular, abatida en la cuestionada reconstrucción del templo, en los años 70. Fotografía: Walter Mur.


El baldaquino románico de Sant Serni de Tavèrnoles, hoy en el MNAC, fue arrancado el 15 de septiembre de 1906, y vendido por 2.000 pesetas. Fotografía: Archivo Nacional de Cataluña / Museo Nacional de Arte de Cataluña. 
Vista actual de los arcos que sostenían las bóvedas del templo; no resistieron al seísmo de 1428. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pero estamos en 1040 y todavía faltan unos cuantos siglos para la decadencia. En Sant Serni residen de forma permanente hasta una veintena de monjes y una docena de presbíteros que disponen de una nutrida biblioteca con medio centenar de volúmenes, entre los que se cuentan los Diálogos de san Gregorio Magno y las Sentencias de san Isidoro de Sevilla. Quizás no son los best sellers de hoy, pero para el siglo XI parece que no iban mal servidos. Avancemos ahora hasta 1560 para acompañar a Pere Frigola, abad de Sant Benet de Bages, en su reglamentaria visita canónica a Sant Serni. El panorama con el que se da de bruces no puede ser más desolador: "Hay dos monjes, uno de los cuales ejerce como prior y como sacristán; se excusan por no poder impedir la entrada de bandoleros en el monasterio; en la Iglesia faltan vestidos y ornamentos; los altares están tan indecorosamente conservados que parecen establos, y el claustro, el refectorio, el dormitorio y las otras estancias del cenobio son auténticas ruinas".

Nada que ver con la exhibición mundana del año 1040. Tavérnolas es cinco siglos después la pura sombra de lo que había sido. Y todavía lo será más cuando el papa Clemente VIII decrete en 1592 -y quien sabe si a la vista de los informes del abad Frigola- la supresión de la vida monacal y la conversión de lo que queda de la iglesia en la parroquial de Anserall. ¿Qué ha ocurrido, durante estos 500 años, para que el orgulloso cenobio del abad Guillem haya conocido tan adversa fortuna? Esto es lo que ha intentado averiguar Josep Maria Nogués, presidente del Centre d'Estudis de Sant Sadurní de Tavèrnoles, en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall. la monografía definitiva -de momento, claro- sobe este monasterio del Alto Urgel. Nogués se ha sumergido en los diplomatarios editados por Cebrià Baraut para reocnstruir los principales episodios de esta milenaria historia. Aquí van tres de ellos con algo de carnaza, para abrir boca: el nombramiento de Feliu -ya saben, el paladín del adopcionismo: le acabaría costando el cargo- como primer abad del cenobio, en 776; la ratzia de Abd al-Malik, que en 795 arrasa Castellciutat -¿aprovechó para desviarse hasta Andorra?- y el periplo de un tal Pere Rovira, jurista de Besalú, que en 1391 se personó en Tavèrnoles para recoger las reliquias de san Vicente y llevárselas a Gerona. Una premonición, si quiere el lector, de los episodios de rapiña artística -con coartada conservaconista, eso sí, y aval de la Diputación de Barcelona- de principios de siglo XX.

Seis siglos de decadencia
Avancemos las conclusiones de Nogué: los inicios de la decadencia hay que situarlos en 1347, cuanod la Peste Negra liquida expeditivamente al 40% de la población europea -incluida la guarnición del castillo andorrano de Sonplona, en la Roureda de la Margineda. De hecjo, especula el autor, "quizás el abad Roger fue una de las primera víctimas del monasterio", lo cual es -reconocerá el lector- mucho especular. Siguen unos decenios de recuperación más aparente que real.. Hasta que llega el golpe de gracia con la serie de terremotos de 1427 y 1428. Nogués se apunta a la hipótesis del historiador Carles Gascon y del geólogo Valentí Turull, que atribuyen la ruina del monasterio al seísmo del 2 de febrero de 1428. A partir de este momento, las sucesivas visitas canónicas dcoumentan la imparable decadencia de Sant Serni: en 1430 e labad gabriel advierte que si no se repara urgentemente la iglesia los monjes la tendrán que abandonar; en 1441 se han cumplido sus negros augurios porque el visitador de turno -el abad Francisco de Sant Pedro de Portella- se encuentra el monasterio "totalmente abandonado, sin un solo monje, y es recibido por el guardián, que vive en las dependencias con su mujer y dos hijos. [San Serni] ofrece un espectáculo lamentable, la iglesia sin gran parte del techo, el claustro y el capítulo arruinados, convertidos en depósitos de forraje y suciedad..."

Casi un siglo después, en 1534, Bernat Broçà dice que el abad del momento trabaja en la reconstrucción del techo del monasterio arruinado, sostiene, "a causa de los terremotos y bandidajes..." Pero sin mucha suerte: a Sant Serni sólo le quedaban seis décadas escasas de lenta agonía. Y lo que vendría despuñes, porque en los siglos siguientes la piedra del antaño orgulloso cenobio sirvió para levantar y apuntalar las casas del pueblo de Anserall, y el patrimonio artístico del monasterio fue sistemáticamente expoliado: Nogués sigue la pista del baladaquino, del frontal del altar y de los capiteles románicos del claustro, todos ellos hoy en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). El baldaquino fue vendido en 1906 por 2.000 pesetas; los capiteles, a tres duros la pieza... De aquel templo monumental consagrado en 1040 en presencia de Eribau, Arnulfo y Constanza sólo quedan el ábside, dos tramos de la nave principal y una dudosa reconstrucción perpetrada en los años 70 que el autor no se cansa de cuestionar. Pero esta es otra historia. Porque la culpa, en fin, fue del terremoto.

[Este artículo se publicó el 4 de octubre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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