domingo, 6 de abril de 2014

Boquica: el escupitajo del infierno

Historia de un bandolero: la literatura romántica convirtió Josep Pujol en el prototipo de bandolero sanguinario de la Guerra del Francés. Pero, ¿fue realmente Boquica el bandido, violador, asesino y -encima- traidor afrancesado que cuenta la crónica negra decimonónica?

Robaba, secuestraba, violaba, torturaba a sus víctimas con suplicios refinadísimos y las asesinaba a sangre fría: al payés que se resistía a entregarle su peculio, lo ataba a la cama y le prendía fuego; si una mujer se resistía a sus intentos de seducción, no tenía escrúpulos en cortarle los pechos, ni de aplicar hierro candente a la espalda del humilde y temerario mosén que se atrevía a recriminarle su fulgurante carrera. No le tembló el pulso ni a la hora de quemar el pueblo donde nació, Besalú (Gerona), en represalia por la muerte de su hijo, envenenado con sal (!?) en la pila baptismal de la iglesia parroquial. Y todas estas fechorías, auténticas o apócrifas, las perpetró entre 1810 y 1814, cuando sirvió a las órdenes de los ejércitos franceses que ocupaban Cataluña y como comandante de un batallón de miqueletes que aterrorizaban no sólo las comarcas fronterizas del norte del Principado sino incluso el llano de Barcelona, hasta donde tuvo de ensayar una escapada para arrasar el convento de los Trinitarios. Con los frailes dentro, siguiendo en este punto una tradición muy barcelonesa aunque él fuera de tierra adentro.


Portada de José Pujol (a) Boquica, gefe de bandidos, versión en castellano de la novela del escritor rosellonés Jacques Arago (París, 1840) que dio carta de naturaleza al mito Boquica.
Boquica, según un grabado de la novela de Arago, con su vestuario de combate. Grabado: José Pujol (a) Boquica.
Partida de bautismo de Josep Pujol, nacido el 26 de septiembre de 1778 en Besalú, hijo de Pau Pujol, "traginer" -y de quien heredó el alias- y de Francisca Pujol y Barraca, y bautizado al día siguiente en la iglesia de San Vicente. Fue el cuarto de ocho hermano. Fotografia: Máximus.
En primer término, el número 19 de la calle Vilarrobau de Besalú, casa familiar de la familia Pujol. Fotografía: Máximus.
Combate entre tropas francesas y guerrilleros locales en las afueras de Besalú, según un grabado de Jean-Charles Langlois, oficial destinado en 1811 a la Península, donde sirvió a las órdenes del mariscal Saint Cyr; ¿coincidieron en alguna ocasión, los caminos de Langlois i de Boquica? Grabado: Voyage pittoresque et militaire en Espagne (París, 1826).
Acta de matrimonio de Josep Pujol y Maria Cruzet, celebrado el 25 de mayo de 1800; Maria era hija de Josep Cruzet, carretero como los Pujol, y de Narcisa Cortada. Fotografía: Máximus.
Vista idealizada de Besalú a mediados del siglo XIX.
Boquica, con el uniforme de miquelete al servicio del ejército francés. Grabado: José Pujol (a) Boquica.
Can Maholà, caserío de la localidad de Beuda, Gerona, donde el 5 de abril de 1814 el Barceloní, uno de los miembros de la partida de Boquica, asesinó a Ramon Maolà, el heredero de la casa, por negarse a satisfacer los 50 doblones que le exigían. Es la única fechoría de la que ha quedado prueba documental, y como se ve tampoco se le puede atribuir a él personalmente. Fotografía: Máximus.
Boquica se exilió a Perpiñán tras la derrota napoleónica, pero fue entregado en 1815 por las nuevas autoridades francesas. Juzgado y condenado a muerte, fue ejecutado en los fosos del castillo de San Fernando, en Figueras, el 23 de agosto de 1815; al día siguiente fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Pedro, en Besalú, su localidad natal. Grabado: José Pujol (a) Boquica.


Impresionante hoja de servicios la que presenta Josep Pujol, alias Boquica, carretero de oficio que ha pasado a la crónica negra del siglo XIX catalán como el prototipo del bandolero sanguinario que prosperó en el caos de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y a la sombra de las tropas napoleónicas desplazadas a la península. Tanta maldad no podía acabar en otro lugar que en el patíbulo, y para que la historia tenga un final convenientemente ejemplarizante, Boquica terminó sus días ahorcado en los fosos del castillo de San Fernando de Figueras (Gerona). Fue el 23 de agosto de 1815, en uno de los escasos episodios fehacientemente documentados en la atribulada biografía de nuestro hombre.

Con estos antecedentes, no es extraño que el historiador olotense Ramon Llongarriu lo bautizara con el sonoro apelativo de "renec de l'infern" -el insulto del infierno- ni que su nombre quedara grabado en la memoria colectiva como la encarnación del mal, especialmente en las comarcas que fueron escenario de sus gestas: a comienzos de siglo XX, "ets més dolent que en Boquica" -"Eres peor que Boquica"- era un reproche habitual en la zona del Ampurdán, según el historiador Carlos Rahola. Y la Gran Enciclopèdia Catalana lo reconsagra de forma inapelable como uno de los grandes campeones de nuestra crónica negra.
Esta es la etiqueta que le han colgado la mayoría de los historiadores que se han interesado en su carrera.

Una etiqueta que tiene padre y también madre. Josep Riu, paisano de Boquica y que prepara una biografía sobre el personaje- les pone nombre y apellidos: uno es Jacques Arago, escritor rosellonés autor de Jose Pujol, chef de miquelets (1840), la novela fundacional del mito Boquica; el otro, el historiador barcelonés Víctor Balaguer y su Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón. "La conversión de Boquica en un bandido, en un criminal sádico, responde a las tendencias historiográficas de mediados del siglo XIX, cuando lo que se pretendía era construir una historia nacional [española] e reinterpretar el pasado en términos de héroes y traidores y sin matices". Un deporte, en fin, muy familiar en la Cataluña del siglo XXI. Entre los canonizados se encuentran Álvarez de Castro, defensor de la inmortal Gerona, o el barón de Eroles, comandante de las fuerzas patriotas en el Ampurdán, aparte de absolutista recalcitrante: "A Boquica le tocó en el reparto el papel de villano, y parece que a todo el mundo le ha parecido bien", concluye.

Boquica volverá
Riu se ha pateado los archivos comarcales de la Garrotxa, el Alto Ampurdán, el Ripollès y el Pla de l'Estany para reconstruir la biografía del Pujol miquelet y encontrar las pruebas de sus supuestos crímenes. El resultado de sus pesquisas es sorprendente: ni asaltos, ni secuestros, ni asesinatos, ni violaciones: "¿Cómo es posible que un tipo que ha pasado a la historia como uno de los más grandes bandidos que han visto los tiempos no ha dejado rastro documental en ningún lado?, se pregunta.

Pero antes de enfrentarnos al Boquica histórico, acabemos con su leyenda, según la cual el carretero Pujol ejercía esporádicamente el contrabando -como tantos de sus paisano: la Garrotxa linda con Francia- hasta que en  los comienzos de la Guerra de la Independencia se alista en el bando patriota. Todo transcurre dentro de cierta normalidad hasta que la Junta de Figueras lo acusa de espía y lo encierra en la plaza de Tarragona, capital insurrecta. Se escapa de su cautiverio -un lance que siempre da lustre a una vida aventurera- y el general Mathieu, gobernador de Barcelona, lo recluta para la causa francesa. Estamos ya en 1810, y Boquica ha ascendido hasta el rango de capitán de miqueletes, la milicia local que ejercía funciones de policía y recaudaba los tributos. En adelante aparecerá siempre en primera línea en todas las acciones bélicas de importancia: la ocupación de Olot y de Ripoll, las batallas de la Garriga, Puiggraciós i la Salud, el saqueo de Arbúcies, Vic y Camprodón, hasta la derrota final en Bañolas, el 13 de junio de 1813, a manos de las tropas del barón de Eroles. Hay también noticia de masías asaltadas en Besalú, Lligordà, Beuda, Lliurona, Sant Llorenç de la Muga, Sadernes, Entreperes y Guitarriu. ¡Uf! Ah, sí, y un rocambolesco episodio de doble juego cuando en junio de 1811 finge la entrega del castillo de San Fernando de Figueras -donde finalmente lo colgarán- y en el último instante delata al agente del barón de Eroles, un tal Narcís Massanas, hijo de Sant Feliu de Guíxols.

Hasta aquí, la leyenda. Lo cierto es que, tal como consta en el archivo parroquial de Besalú, Josep Pujol nació el 26 de septiembre de 1778, muy probablemente en el actual número 19 de la calle Vilarrobau. Fue el cuarto de ocho hermanos, su padre era carretero y de él heredó el sobrenombre: Boquica -de significado incierto y quizás relacionado con "boquer" y "boqueria", según Corominas "carnicero" y "carnicería" en catalán medieval. Su madre era hija de Can Barraca, casa fortificada en las afueras de la localidad. La siguiente noticia documental es la de su matrimonio con Maria Cruzet, el 25 de mayo de 1800, del que nacieron cuatro hijos entre 1801 y 1809. El 28 de agosto de 1801 toma el hábito de la venerable congregación de la Mare de Déu dels Dolors, porque Boquica -como el Joan Serra de Llach- podía (o no) ser un asesino, pero era ante todo hombre piadoso. Saltamos ahora hasta el 15 de septiembre de 1813, cuando una entrada del libro de bautismos de la iglesia de San Vicente, parroquial de Besalú, exhumada por el historiador Josep Maria Parés, deja constancia del nacimiento de un tal Pere Ambrós, "hijo de Francisco Ambrós, cazador del Ampurdán de las Compañías del comandante Don José Pujol". Parés ha tirado del hilo, y al final de todo aparece la viuda de nuestro Ambrós, que en fecha tan tardía como 1840 solicita (y obtiene) una rectificación para limpiar la memoria del marido difunto. Resulta que no quiere que conste como "parrot", uno de los apelativos -junto a "caragirats" y "brivalla", todos ellos infamantes- con que se conocía a los catalanes que sirvieron del lado francés. Dos testigos que reconocen haber formado parte de los miqueletes de Pujol niegan haber conocido a Ambrós. Según se desprende de la declaración, el hombre -un comerciante de Pineda- fue secuestrado por los bandoleros, que exigieron un rescate que la esposa no llegó a tiempo de satisfacer porque Ambrós murió en poder de Boquica.

En fin, que quizás no era el "insulto del infierno" con que lo bautizó Llongarriu, pero tampoco fue un santo. Queda claro en el libro de óbitos de la parroquia de Sant Pere de Lligordà, que documenta la muerte a manos de nuestro Boquica de Ramon Maolà, heredero de un importante caserón de Beuda. Pero es la única que se le puede imputar documentalmente. Aun así, tampoco a él en persona, porque el documento en cuestión, exhumado esta vez por el mismo Llongarriu, dice así: "Los parrots o mossos de Josep Pujol comandante de tropas francesas lo mataron de una estocada y fue uno a quien llamaban Barceloní (...) Le dio una puñalada de sable en el costado y cayó muerto repentinamente". Ocurrió el 5 de abril de 1814 ante la puerta principal de la casa. El delito, que Maolà se había negado a satisacer la cantidad de 50 doblones exigida por Boquica. De ahí el pareado (con cierta mala idea) que todavía circula por esos parajes, vecinos por cierto de la localidad natal de Boquica: "Tremola, Maolà, que en Boquica tornarà" ("Tiembla, Maolà, que Boquica volverá").

El Boquica histórico
Riu pasa inmediatamente al contraataque, "no para defenderlo ni para limpiar la memoria del presunto bandolero, sino para situar los hechos en su contexto histórico". Su tesis es que Josep Pujol sirvió como chivo expiatorio de una historiografía romántica empeñada en glorificar las gestas nacionales y en presentar a un pueblo que había combatido unánimente al invasor francés... con las excepciones de personajes infaustos como Boquica. El capítulo que le dedica Crímenes célebres españoles (1859), volumen curiosísimo, dice que los hombres de Pujol eran "en su totalidad escapados de presidio o de la horca, siendo en suma la escoria del Principado y de las provincias limítrofes". Cosa que, convendrá el lector, no está nada mal. "Con frecuencia nos olvidamos -insiste Riu- de que la ocupación francesa en Cataluña, y especialmente en Gerona, fue un paseo militar, si exceptuamos el sitio de Gerona y unas pocas batallas puntuales. En la mayoría de los casos no hubo oposición digna de este nombre.

Es lo que ocurrió por ejemplo en Besalú, que a finales de 1809 ya estaba en manos francesas y que así siguió hasta el final de la guerra". Una de las primeras medidas de las fuerzass ocupantes consistía en confiscar las armas bajo amenaza de pena de muerte para los contumaces, así como de los carros y bestias de carga. Es decir, señala Riu, "los útiles de trabajo de un carretero como Boquica, que no tuvo más remedio que alistarse en el cuerpo de miqueletes creado en 1810 como fuerza auxiliar de las tropas napoleónicas". Media docena de vecinos de Besalú siguieron los pasos de Boquica, pero, "¿qué otra opción les quedaba, en un momento en que la posición francesa parecía inexpugnable? ¿Se le podía exigir a un padre de familia el gesto heroico de echarse al monte para unirse a la guerrilla?" Con el mismo sentido común interpreta Riu las depredaciones que se le imputan: "Cuando se dice que Boquica saqueó, ocupó o arrasó tal pueblo, no debemos olvidar nunca que los miqueletes eran una fuerza auxiliar, subordinada al mando francés. No iban por libre, sino que estaban bajo rigurosa disciplina militar. Si diéramos credibilidad a los relatos que nos han llegado, parecería que era Boquica y sus cuatro miqueletes los que entraban a sangre y fuego por todas partes".

Lo cierto es que el final de la guerra, y por si acaso, Pujol se exilia en Perpiñán, con su mujer e hijos. Por poco tiempo: el 1 de agosto de 1815 las nuevas autoridades francesas, que no reconocen a sus antiguos aliados -"Roma no paga a traidores"- lo entregan a las tropas del barón de Eroles, y el mismo 23 de agosto es ejecutado en la horca. Lástima que no se haya conservado el proceso. Ni la esposa ni sus hijos regresaron a Besalú, donde en cambio sí que continuaron viviendo sus padres. A mediados de siglo, un hermano de Boquica todavía ejercía de sastre, y en el padrón de 1871 una rama de la familia seguía residiendo en la casa familiar de la calle Vilarrobau: "¿Alguien cree que habrían dejado tan tranquilos a los parientes de un tipo al que se le atribuyen la lista de crímenes que supuestamente perpetró Boquica?" Riu concluye que tras la Guerra de la Independencia había que buscar chivos expiatorios, colaboracionistas que expiaran culpas colectivas -algo parecido a lo que ocurrió en la misma Francia tras la Liberación. Y Boquica no era ni un burgués, ni un notario, ni un aristócrata ni un ilustrísimo pintor negro, como otros miles de afrancesados que se reintegraron a la vida civil tras la contienda: "No digo que no fuera un aventurero o un oportunista, quién sabe, ni que su hoja de servicios esté limpia de episodios dudosos. Pero la serie de tropelías que se le atribuye hay que demostrarlas, no se las podemos adjudicar alegremente por inercia, sin otro aval que la imaginación de un oscuro novelista decimonónico y los prejuicios de una historiografía romántica más preocupada por la construcción nacional que de la realidad histórica".

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De "boc" a "boquica": dos bocazas y un solo nombre
Sobre el alias de Josep Pujol tampoco hay acuerdo. Como afirma Josep Maria Parés, lo único indiscutible es que lo heredó de su padre, Pau Pujol, que ya firmaba Boquica en el recibo de un censal constituido en 1758 a favor de la congregación de la Mare de Déu dels Dolors, enormemente popular en Besalú y en la que el mismo Josep Pujol profesó el 9 de abril de 1802. El historiador Francesc Xavier Morales intenta explicar el origen del sobrenombre como una deformación de "boca", "boques" o "boquí", como un sinónimo de "bocamoll", "bocazas" o "lenguaraz", aunque también sugiere la posibilidad de que provenga de "boc", en el sentido de "hombre grosero, vicioso o cornudo". En cualquier caso, continúa Morales, no hay que confundir a los dos Boquicas que constan en la historia del bandolerismo catalán del XIX: nuestro Josep Pujol es cronológicamente el primero y el que ha tenido más fortuna digamos mediática, pero hubo otro Boquica, un tal Josep Puig, veterano de la primera carlistada y lugarteniente del brigadier de la partida de Joan Cavalleria en la Guerra des Matiners, en 1846, y activo sobre todo en la vecina comarca del Ripollès.

La novela romántica, a la construcción del "más bárbaro catalán"
El origen del mito de Boquica hay que buscarlo en Joseph Pujol, chef de miquelets, novela tirando a fabulosa publicada en París en 1840 por el rosellonés Jacques Arago, que pretendía haber conocido a nuestro bandido durante si breve exilio en Perpiñán. Rápidamente se tradujo al castellano, en versión íntegra -José Pujol (a) Boquica, gefe de bandidos, y Españoles contra España, o sea, el Caudillo de los incendiarios- o abreviada, como el capítulo que le dedica Angelon en Crímenes célebres españoles. En cualquier caso, una pura fábula que en algunos aspectos autores posteriores no dudarán en tomar por rigurosos hechos históricos. El incendio de Besalú en venganza por la muerte de su hijo, el saqueo del convento de los Trinitarios de Barcelona, la aparición en escena de una gitana que se hace pasar por hombre para enrolarse en la banda y seducir al Boquica o la presencia de un hermano suyo en la partida son algunos de los episodios estrictamente novelescos que han alimentado el mito Boquica. Como también las canciones y coplillas sobre el personaje que proliferaron en el siglo XIX, desde Boquica, lo gran lladre, hasta la Verdadera relación del más bárbaro catalán.

Cataluña, país de bandoleros (y a mucha honra)
Buena parte del éxito de Boquica en la literatura decimonónica se explica porque Pujol ejerce como aparente nexo de unión entre el bandolerismo del Barroco, con Serrallonga y Rocaguinarda como nombres de referencia, y los trabucaires del segundo tercio del XIX. Para Xavier Torres, catedrático de Historia moderna de la Universidad de Gerona, se trata sin embargo de dos fenómenos absolutamente diferentes, uno nacido en el marco de las relaciones señoriales todavía existentes en el siglo XVII, y el otro, fruto de la desmovilización de las tropas después de las carlistadas. Boquica se encuentra justo en medio. Lo curioso del caso es que con el se produjo el proceso inverso que con Serrallonga o Rocaguinarda: la reelaboración novelesca y también la historiográfica lo convirtió en el reverso negativo del bandolero barroco, sin ninguna de las virtudes que adornan en el imaginario popular a los dos bandoleros nacionales catalanes. Boquica no fue ni mucho menos el único parrot o caragirat al servicio de los franceses: colegas suyos sin tanta fortuna mediática son Josep Garriga, activo en el Ampurdán; Manel Matamala, en Riudoms, y Damià Bosch, en Vilafant, según las cuentas de Morales. Por cierto: Morales y Riu no son los únicos que se han fijado últimamente en nuestro Josep Pujol: Martí Gironell, autor de El puente de los judíos y paisano de Boquica, convertirá a su conciudadano en protagonista de su próxima novela, La venganza del bandolero.

[Este artículo se publicó el 5 de octubre de 2007 en el semanario Presència]




1 comentario:

  1. Si voleu saber més, l'any 2012 és va publicar JOSEP PUJOL, BOQUICA Editorial Rafel Dalmau.
    Que gaudir-ho l història d'un personatge.
    Un dels dos autors del llibre.
    Josep Riu Roura

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