miércoles, 26 de marzo de 2014

Erik el Belga: "Curas y obispos vendían obras de arte como si fueran rosquillas"

Cuatro décadas después el incendio del santuario de Meritxell y la (presunta) desaparición de la talla románica constituyen todavía -para los descreídos y aficionados a las conspiraciones, claro- un enigma mayúsculo. Entre las hipótesis alternativas y más o menos fabulosas que se han propuesto para explicar el caso, una de las más conspicuas apunta hacia René vanden Berghe, alias Erik el Belga (Henripont, Flandes, 1940). Sí, hombre, aquel tipo que en los 70 y primeros 80 vació las iglesias de media España. La policía lo detuvo en 1982 en Barcelona, aunque él sostiene que se dejó cazar. Colaboró en la recuperación de tres millares de piezas que él mismo robó -o colocó- y tres años después salió de la Modelo sin ser tan siquiera juzgado. Como si nada. Hoy disfruta en Málaga de un plácido retiro, uno más de los millares de jubilados que apuran su tiempo en la Costa del Sol. La publicación de su intrigante autobiografía, un tocho de 700 páginas dudosamente titulado Por amor al arte: las memorias del ladrón más famoso del mundo (Planeta) es una ocasión que ni pintada para preguntárselo abiertamente: ¿fue usted?


René vanden Berghe, alias Erik el Belga, recuerda su carrera en Por amor al arte, que lleva por subtítulo El ladrón más famoso del mundo. Modestia aparte, claro. Fotografía: Archivo.


-Según la versión oficial, la talla se chamuscó la funesta noche del 8 de septiembre de 1972: ¿se la cree?
-No. Lo que creo es que la vendieron, ¿me entiendes? No es que lo sepa, pero lo cierto es que hubo muchos casos similares en que primero vendían la pieza y luego decían que la habían roobado, o se declaraba un oportuno incendio.

-A diferencia de la talla gótica del Roser, vecina de camarín, de la de Meritxell no quedó ni el tocón. Ni siquiera los clavos de hierro forjado que la sujetaban a la silla. Sospechoso ,¿no le parece?
-Por descontado: más que sospechoso.

-Pero, ¿no resulta muy aparatoso, además de arriesgado, quemar una iglesia para sustraer una talla, aunque sea la de Meritxell?
-Todo depende del precio.

-¿A quién le podía interesar, nuestra patrona? Hipotéticamente, claro...
-A cualquier coleccionista a quien le falte una pieza de una época o de una calidad determinada. El problema con el que me encontré con cierta frecuencia es que si un coleccionista que ya tenía cinco tallas me encargaba otra, le tenía que servir una de calidad muy superior .No quería más de lo mismo.

-¿La había visitado alguna vez, la de Meritxell?
-La conocía, sí.

-¿Y era en su opinión una pieza de caza mayor?
-Era extraodinaria; una talla excepcional.

-¿Por qué precio se podría haber colocado en el mercado?
-Por 35 o 40 millones de pesteas: una pequeña fortuna, en la época.

-Pues se lo voy a preguntar: ¿fue usted?
-No; no fui yo.

-Y si lo hubiera sido, no me lo diría a mí.
-Se equivoca: se lo contaría porque se trata de un delito ya prescrito. Por lo tanto, no me importaría explicarlo.

-Así que vino alguna vez por Andorra antes del incendio de Meritxell...
-Sí.

-¿Y se fijó -digamos que por deformación profesional- en otras piezas susceptibles de interesar a coleccionistas y ladrones de arte. Hipotéticamente, de nuevo.
-Sé que había obras muy interesantes, de gran calidad, sobre todo de estilo frances (?). Y todavía las hay.

-Pero nunca trabajó por aquí arriba...
-Jamás.

-¿No estuvo tentado de hacerlo?
-La tentación la tuve, pero resultaba muy difícil salir del país, una vez dado el golpe: carecía de transportistas que pudieran pasar las obras al otro lado. Las piezas robadas no pueden saltar volando por encima de una frontera; hacen falta cómplices, y en el caso de Andorra no fue posible encontrarlos.

-¿No recibió un encargo para trabajar por aquí, aunque fuese técnicamente imposible?
-Nunca.

-Un trabajo como el de Meritxell, ¿cómo lo habría planeado y ejectuado, usted?
-De otra manera. Jamás he destrozado o dañado una obra de arte. Esto lo sabía todo el mundo, comenzando por mis clientes. Tampoco recurríamos nunca a metodos violentos, como por ejemplo maltratar a un cura. Si ocurría un incidente así, te quedabas sin negocio porque el coleccionista no quería problemas y perdía automáticamente el interés por el encargo.

-Otro trabajo: el robo del retablo de Sant Esteve d'Abella de la Conca, hoy en el Museo Diocesano de Urgel? ¿Sabe algo, por casualidad?
-He oído hablar de él, pero no lo conozco, este caso.

-Pues hay quien lo ha vinculado con el robo del retablo: ¿no tuvo usted nada que ver?
-Nada de nada.

-Hagamos balance: su trayectoria profesional la podemos resumir en...
-...robé unas 6.000 obras en poco más de 600 golpes. Más o menos, claro.

¿Se acuerda de todas sus víctimas?
-De casi todas.

-Ya lo veremos. Sospecho que arte español, sobre todo...
-En absoluto: en España di unos cuarenta golpes como máximo; el resto, en otros países europeos.

-Cuál fue entonces su principal campo de acción?
-Francia, Alemania, Italia... pero también Hungría y Checoslovaquia cuando todavía eran satélites de la URSS.

-¿Y simpre arte medieval?
. Siempre: románico y gótico; nada más. Ni tan siquiera barroco.

¿Por algún motivo en especial?
-Porque era lo que mis clientes demandaban.

-¿Siempre trabajaba por encargo?
-Casi siempre. Si no tienes comprador asegurado no merece la pena arrriesgarse: no te pasearás por media Europa con una talla en el maletero sin saber si podrás convertirla en dinero.

-¿Cuál fue su golpe más... complicado?
-El retablo de San Miguel de Aralar, en Navarra, en octubre de 1979. Una preciosa pieza de esmalte de Limoges del siglo XII. El santuario se encuentra en lo alto de la montaña, adonde se llega por una carretera de 13 kilómetros. Si surge algún problema, es muy difícil escapar. Déjeme añadir que 20 años después el retablo volvió a Aralar.

-¿Y el más peligroso?
-En cierta ocasión robamos una virgen gótica de una iglesdias perdida en el sur de Alemania. Nos detuvo la polícia, uno de mis compañeros se puso nervioso y disparó, los polis respondieron y una bala se me incrustó en el cuello. Faltó poco para que no lo contara.

-Insiste en el llibro que muchos presuntos robos de arte sacro son en realidad ventas encubiertas que después se encubren con el expediente del robo.
Así nera, y así quedó probado en cantidad de sumarios. Curas y obispos vendían las obras de arte como si fueran rosquillas.

-Pero al final lo pillan y decide colaborar con la policía española.
-Así es: gracias a mi intervención se recuperaron más de un millar de piezas. Y aunque pasé tres años en prisión, nunca fui condenado.

-Dice también que gracias a su... intervención se salvaron muchas obras... Pelín cínico, ¿no le parece?
-Es la pura verdad. La mayoría de aquellas piezas se encontraban dejadas de la mano de Dios, medio podridas; se desintegraban. Daban auténtica pena.

-Permítame una cuestión personal: ¿que robó en la parroquial de Castrojeriz, Burgos, la tierra de mis abuelos castellanos?
-Media docena de tapices flamencos. Terminaron desperdigados por media Europa, pero déjeme que le diga -y así se queda tranquilo- que hace años que se recuperaron y hoy vuelvena lucir todos en Castrojeriz.

-¿El más rentable de los golpes que dio?
-El de Castrojeriz... si los tapices hubiesen sido de Rubens. Incalculable. Pero resultó que no lo eran y el cliente ya no los quiso de ninguna manera. El de Aralar tampoco estuvo mal: el retablo, que siempre se ha dicho que era del siglo XII, resultó que es muy anterior. Del siglo VIII, probablemente.

-¿Por cuánto lo colocaron?
-Sobre unos 75 millones, creo recordar.

-¿Se procuró algunas piezas para su museo particular?
-No. Como mucho llegué a cambiar piezas robadas por otras  legales; eran éstas últimas con las que me quedaba.

-Reconózcalo: ha escrito sus memorias por mala conciencia.
-En absoluto.

-Así que no se arrepiente.
-No. He aprovechado el tiempo, he robado obras que me gustaban mucho y por lo tanto mi oficio me permitió combinar mi pasión por la belleza con la satisfacción de mis clientes. Con la mayor parte de los cuales, por cierto, he mantenido hasta hoy una excelente relación.

-Imaginése que tiene la oportunidad de cerrar un pacto con el diablo, que le propone: "Erik, puedes llevarte al cielo -o al infierno- cualquiera de las 6.000 obras que has robado..." ¿Cuál escoge?
-[Ríe] Me consideraría bien pagado si puedo ir al cielo. Pero sopecho que el cielo está aquí, en la Tierra.

-Un último chismorreo: en abril de 1981 se trabajó el monasterio de Yuste, en Cáceres, donde murió Carlos V. Y cuenta que se permitió el capricho de, ejem, retozar con su novia de entonces en el mismísimo lecho del emperador. ¿Qué tal, la experiencia imperial?
-Rápida: como comprenderá, no nos entretuvimos.

[Esta entrevista se publicó el 17 de enero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]




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