viernes, 21 de marzo de 2014

Baldrich, héroe de novela

Hugues Lafontaine convierte al pasador en personaje de su debut en la ficción, La princesse de San Julia; el historiador francés afincado en Andorra retrata el país durante la II Guerra Mundial a través de los ojos de una joven refugiada española.

Cómo son a veces las cosas: el 1 de enero [de 2012] fallecía Joaquim Baldrich, el penúltimo de los pasadores de la cadena que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques durante la II Guerra Mundial, y esta misma semana Quimet, que ya había pasado por derecho propio a los libros de historia (Guies, fugitius i espies, Las montañas de la libertad, Andorrans als camps de concentració nazis) ingresaba en la nómina de héroes de ficción de nuestro rinconcito de Pirineo: el historiador francés Hugues Lafontaine (Avranches, 1954), afincado en Sant Julià de Lòria, lo ha convertido en uno de los muchos personajes que pululan por La princesse de San Julia, su debut en la ficción. El historiador normando retrata en la novela la Andorra que se vio obligada a convivir -en ocasiones, ay, muy a gusto- con los tumultuosos efectos colaterales de la Guerra Civil, de un lado, y de la subsiguiente guerra mundial, del otro: refugiados de todo pelaje, contrabandistas, pasadores, agentes de la Gestapo, resistentes, topos, superviventes vocacionales y, en fin, traidores de toda calaña.


Lafontaine, profesor de historia normando instalado en Sant Julià de Lòria desde 1998, descubrió el muy literario y poco explotado campo de los pasadores y la II Guerra Mundial a raíz del testimonio de Antoni Forné en aquella fundacional serie de artículos sobre la cadena del Palanques que publicó en 1977 en el semanario Andorra 7. Desde el punto de vista de la ficción, los dos títulos canónicos sobre los pasadores son La pau dins la guerra, de Norbert Orobitg -otro de nuestros olvidados- y claro, Entre el torb i la Gestapo, de Francesc Viadiu, que para cerrar el círculo es uno de los personajes de La princesse de San Julia. Fotográfia: El Periòdic d'Andorra.

Todo ello a través de los ojos de Marietta, la princesa del título y que a pesar de las dos tes del nombre es una niña nacida en la Seo -catalana, por lo tanto- que aterriza en Sant Julià huyendo de la violencia revolucionaria -como tantos otros de sus vecinos, y como acaba de documentar desde una perspectiva mucho más académica Francisco Javier Galindo en La Seu, 1936- y que entrará aquí en contacto con las redes de pasadores que operaban desde Andorra. Baldrich es uno de los personajes reales que aportan verosimilitud a la ficción de Lafontaine. Pero hay más: el mismo Forné, por supuesto, y también Eduard Molné, con el célebre episodio de su captura por la Gestapo, la aciaga noche del 29 de septiembre de 1943, y Francesc Viadiu, el cerebro de la otra gran cadena de pasadores -por lo menos, la que ha tenido mejor fortuna mediática, gracias a Entre el torb i la Gestapo- sin olvidarnos del síndico Cairat, el veguer francés -Émile Lesmartres, hombre de infausta memoria y, dice Lafontaine, uno de los malos que saca la cabeza en esta historia.

Vaya por delante que el autor se ha tomado la libertad de salpicar el relato con cameos de estos personaes reales, que aparecen siempre en episodios, momentos y lugares históricamente documentados: por ejemplo, el más que dudoso papel de Lesmartres en los años más oscuros de la contienda, lo desvelaron Roser Porta y Jorge Cebrián en Andorrans als camps de concentració nazis, donde lo describen -a partir del testimonio de su secretario, M. Larrieu- cmo un hombrede carácter violento y agresivo, despótico, avaro y odiado por el pueblo, a quien las autoridades locales evitaban, que no dudaba en extorsionar a los refugiados que caían en sus garras ni en entregar a los refractarios al destacamento alemán inquietantemente estacionado en el Pas de la Casa.

Romeo y Julieta a la andorrana
Hay que decir que la guerra y el contrabando, los nazis y los pasadores, los espías y los delatores funcionan sobre todo como telón de fondo del nudo argiumental de La princesse de San Julia, que no es otro que la historia de amor, ay, entre la protagonista, nuestra Marietta, y Roberto, originario también de la Seo que con el estallido de la Guerra Civil abraza la causa anarquista y que, cuando la Generalidad impone finalmente el orden republicano y desaloja del poder municipal a los comités revolucionarios -pasando por encima del cadáver del Cojo de Málaga, recuerden- se refugia a su vez en Sant Julià. Y ya los tenemos a los dos juntos otra vez. Aunque no todo será de color de rosa: Lafontaine define la trama como una especie de Romeo y Julieta pirenaico, un amor trágico y condenado al fracaso desde el momento en que Roberto es cómplice, ni que sea ideológico, de los anarqiustas que asesinaron al padre de Marietta. Pecado motrtal que el hermano de la heroína, Cheno (!), no olvidará jamás y que provocará un desenlace fatal.

Pero antes, Roberto tendrá la oportunidad de redimirse al ingresar en la red de pasadores de Forné y participar de la gesta épica -leyenda negra aparte- que constituyó el tráfico clandestino de fugitivos y que ha asegurado a héroes como Baldrich un lugar en la historia. Y es precisamente Baldrich, antiguo militante de la CNT y conmilitón por lo tanto de Roberto, quien en la ficción lo recluta, primero como contrabandista y después como pasador, y le da de esta manera la oportunidad de purgar sus pecados. El juego termina mal, claro: con una delación, la reglamentaria emboscada de la Guardia Civil... y no diremos más, porque esto es una reseña como Dios manda y sin espóilers.

Pero queda por explicar el asunto principesco del título: en un giro argumental con doble salto mortal, Lafontaine hace a su Marietta descendiente de... ¡Xipaguazin! Sí, hombre, la princesa de Moctezuma, aquella estupenda mixtificación histórica que un vendedor de humo convirtió en los 70 y 80 en una lucrativa expendiduría de títulos pseudonobiliarios. Para lo que nos interesa: Marietta regresa finalmente a Toloriu, a la casa solariega de sus antepasados y con la esperanza de recuperar el mítico, fabuloso tesoro de Moctezuma que -dicen- anda enterrado por ese rincón de mundo, y pagar con él el rescate de su Romeo. Esta rocambolesca, portentosa pirueta final no impide que La princesse de San Julia -sin t ni acento; ya saben: licencia poética- haya catapultado a nuestro Quimet y a la red de Forné a la muy justa e inmortal categoría de héroes de ficción, por primera vez con nombre y apellidos, y al lado de dos clásicos como son La pau dins la guerra, de Norbert Orobitg, i Entre el torb i la Gestapo. La lástima es que no llegara a tiempo para que Baldrich lo viera. Leer la novela puede ser un acto de homenaje póstumo.

[Este artículo se publicó el 7 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]




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