sábado, 8 de febrero de 2014

Jean Léon Donnadieu: una historia de la Resistencia

El 1 de septiembre de 1939 se confirmaban los peores augurios y Hitler invadía Polonia. Dos días después, la Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a la Alemania nazi y estallaba la II Guerra Mundial. Aquel fatídico 3 de septiembre Jean Léon Donnadieu juraba bandera en la base de Istres y comenzaba una peripecia bélica que lo había de conducir al Servicio de Información de la Francia Libre, en Lyon, y a la oficina de búsqueda de criminales de guerra, una vez conjurada la pesadilla nazi. Con la paz, Donnadieu se recicló en administrador colonial en Indochina, donde vivió de primera mano el deterioro de las relaciones con la metrópolis que degeneraría en el avispero de Vietnam. Una trayectoria que incluye, por lo tato, dos de los grandes seísmos de la historia francesa del siglo XX. Seis dácadas después, y desde el retiro andorrano, reivindica el papel de la Resistencia en la derrota del nazismo y evoca literariamente la Cochinchina que no pudo ser.

Encarna la Francia ilustrada, liberal y demócrata que en elpeor momento de su historia se negó a claudicar ante el nazismo y lo arriesgó todo para levantar el mito de la resistencia auspiciado por De Gaulle. Donnadieu (Tolón, 1920) habría podido quedarse en la idílica granja del Jura, en la Suiza francófona, adonde había ido a parar después del armisticio. Pero el patriotismo y un cierto idealismo de cariz cristiano -dos valores que hooy cotizan a la baja- le dieron el empujoncito necesario para enrolarse en la Resistencia. Porque a veces, como recuerda Fernando Savater, "la idea de ser cobarde asusta más que las consecuencias concretas de no serlo". En fin, que esta es la esencia del heroismo, probablemente. Llegada su hora de la verdad, la generación de Donnadieu escogió no ser cobarde. Cosa que no equivale a no tener miedo: "Teníamos mucho: a las delaciones, a las torturas, a las redadas... Vivíamos continuamente con el miedo el cuerpo", advierte. Y en ocasiones este temor se materializaba en una patrulla de la Gestapo. Como la que en julio de 1944 tendió una emboscada a Francis Chirat y Gilbert Dru, dos de sus compañeros en los grupos de resistencia espiritual que después de la Liberación dieron lugar al Movimiento Republicano Popular. Chirat y Dru fueron capturados y torturados, y el 27 de julio los fusilaron en la plaza Bellecour, donde hoy se levanta un monolito en su memoria. Donnadieu escapó por los pelos: "Aquel día tenía cita con algunos miembros de mi célula militar. Cuando me dirigía a la reunión, me crucé por casualidad con Gilbert y Francis. Nos conocíamos de los grupos cristianos clandestino. Iban a ver al jefe, Maurice Guérin -su nombre de guerra era Patrice, creo- y como yo también lo conocía me invitaron a acompañarles. Pero una de las reglas de oro de la clandestinidad es no llegar nunca tarde a una cita. Cualquier reraso es sospechoso. Y yo ya tenía una cita. Pues esto es lo que me salvó la vida. En el piso de Guérin, que se lo debió de oler porque no se presentó, los esperaba la Gestapo. Fue su perdición."

El estallido de la guerra pilló a Jean Léon Donnadieu como cadete en la base aérea de Istres, en la región de Marsella; tras la invasión de Francia y el armisticio, recala en Perpiñán y se alista en el movimiento Jeunesse et Montagne, y más adelante pasa a Suiza, donde oficiales del ejército helvético lo ponen en contacto con la Resistencia; lo destinan a Lyon, donde pasará el resto de la contienda. Fotografía: Archivo Donnadieu.
Donnadieu, en 2005. Fotografía: Fernando Galindo / Informacions.

Por edad, Donnadieu estaba obligado a enrolarse en el Servicio de Trabajo Obligatorio, que obligaba a los hombres franceses de entre 20 y 22 años servir como mano de obra en la industria de guerra alemana (y en Alemania). Para evitar este destino -había nacido en 1920 y entraba en el cupo- se las arregló para suplantar la personalidad de Jacques-Henri Duprat, inspector de la policía de Vichy con la edad correcta para escapa del STO -había nacido en 1917. Como advierte el mismo Donnadieu, era una falsedad a medias, porque Duprat existía, "sólo que había muerto; pero sus papeles eran buenos, muy buenos". Los documentos de la imagen, sellados por las autoridades nazis, fueron el salvoconducto de Donnadieu durante los años más duros de la guerra. La carte d'identité de la izquierda es una tarjeta plástica... de 1943: tecnología punta nazi. Fotografía: Archivo Donnadieu.

Donnadieu todavía da las gracias a la fortuna que lo acompañó durante toda su vida de resistente, que lo convirtió en el único de los miembros de su célula que nunca fue detenido ni interrogado por la Gestapo: "Y eso que me tenían fichado: joven rubio y con bigote... Hasta pillaron a mi compañero de piso y clandestinidad. Lo torturaron pero no cantó, y finalmente la Resistencia puso liberarlo. Tuvo más suerte que otros compañeros que fueron deportados a campos de concentración, que fueron fusilados o quemados vivos..." El precio que tuvo que pagar fueron dos años de vida precaria, solitaria y nómada -los continuos cambios de residencia eran una cuestión de pura supervivencia- en que una sesión de cine o un bistec en el bistrot de la esquina se convertían en acontecimientos memorables. Donnadieu pertenecía al Servicio Central de Información y de Acción de la Francia Libre (BCRA, según las siglas en francés), la división de inteligencia encargada de recoger información sobre el orden de batalla alemán: efectivos., movimientos de tropas, aviones y carros de combate disponibles oficiales al mando...: "Todo lo que pudiera ser de alguna utilidad cuando las tropas aliadas desembarcaran en el continente". Pero no se considera un hombre de acción: el suyo era un trabajo de hormiga, más estrategico que táctico: "Recorríamos la regió en bicicleta tras los destacamentos alemanes, espiábamos los aeródromos para comprobar los mdoelos y catida de aeronaves de que disponían, y sólo excepcionalmente ayudábamos a alguna personalidad más o menos prominente a llegar a Suiza. Ni sabotajes ni enfrentamientos directos con las tropas: no era nuestra función".

Además de suerte, de seguir de pe a pa el abecé de la clandestinidad y de acreditar cierta pericia para moverse en arenas movedizas, Donnadieu sobrevivió gracias también a la identidad falsa que asumió en Lyon, cuando dejó de ser Jean Léon para convertirse en Jacques-Henri Duprat, inspector de policía del gobierno colaboracionista de Vichy. Falsedad a medias, porque Duprat existió realmente, pero su muerte surtió de papeles en regla a Donnadieu, que además de envejecer para la ocasión tres años -el auténtico Duprat había nacido en 1917- y esquivó de esta manera el Servicio de Trabajo Obligatorio que por edad le tocaba.

La célula de Donnadieu la integraban media docena de hombres y formaba parte de la red de la Resistencia en la región de Lyon, que dirigía un tal Ramon, el único nexo entre los diversos grupos que operaban en la zona. No es ciertamente una cifra impresionante, y es que, como matiza Donnadieu, "los resistentes activos éramos pocos, hay que decirlo, pero la mayoría de la población practicó lo que podríamos denominar una resistencia pasiva, dándonos apoyo logístico, aportando información, advirtiéndonos de posibles batidas. Sin esta complicidad no hubiéramos tenido nada que hacer". El tercer vértice de la Resistencia se lo adjudica a De Gaulle, el irredento general que coincidiendo con el armisticio de Pétain lanzó desde Londres la llamada decisiva a la lucha contra el ocupante: "Era un mito, la personificación de la Resistencia. Mucha gente murió por él, y fue quien después de la contienda se opuso al designio de los norteamericanos, que pretendían instalar en Francia un gobierno provisional. Es que De Gaulle dotó de esperanzas a una generación que había contemplado impotente el hundimiento de Francia". Es la que denomina gráficamente "Generación De Gaulle", imbuida de los valores de patriotismo, libertad y democracia que el mismo Donnadieu ha plasmado en la segunda de sus incursiones novelísticas, Une géneration éperdue (L'Harmattan). La diferencia con Julien, el protagonista de esta novela en gran parte autobiográfica, es que el autor sobrevivió a la guerra. Como Julien, Donnadieu también se comprometió en un doble activismo, militar e ideológico. El primero, en el ejército de la Francia Libre; el segundo, en los grupúsculos de inspiración cristiana que operaban en la región y que editaban un periódico clandestino, Cahier de temoignage chrétien, y que en la postguerra dieron lugar a partidos como el MRP.

La clandestinidad exigía una rutina, unas normas que pretendían garantizar la supervivencia: "No sabíamos nada los unos de los otros. De hecho, no conocíamos ni la identidad real de la mayoría de nuestros compañeros de célula, y mucho menos dónde vivían. Así nos asegurábamos de que en caso de caer en las garras de la Gestapo nadie cantaría. Pero claro, incluso así había filtraciones". Había otra razón, además de la seguridad, para mantener a cada grupo en un compartimento estanco, sin relación con las otras células: confrontar la información que cada una pasaba. "Si dos fuentes que no tenían nada que ver coincidían en un dato, había más probabilidades de que fuera cierto, o por lo menos de que no proviniera de una intoxicación de los servicios de espionaje. Por eso también era conveniente evitar en lo posible la militancia simultánea en diversas células".

Y después de la guerra, a Indochina
Pero, ¿cómo había ido a parar a Lyon, Donnadieu? El estallido de la guerra lo sorprendió en la base aérea de Istres, en la región de Marsella: "Me había enrolado en la aviación porque desde el contubernio de Múnich [en septiembre de 1938 la Gran Bretaña y Francia habían claudicado ante Hitler y aceptado la incorporación de Checoslovaquia al III Reich] la guerra era sólo cuestión de tiempo. Fuimos muchos los que interpretamos como un error fatal la cesión de Chamberlain y Daladier en la cuestión checa. Había que defender la democracia, y parecía claro que su futuro se dirimiría en los campos de batalla. Por eso me alisté. Y eso que todavía no sabíamos nada de las barbaridades que los nazis estaban perpetrando en los campos de concentración". Después de pasar la drôle de guerre, la guerra de broma, haciendo instrucción en la base de Rodez, la invasión de Francia y el armisticio, el 22 de junio de 1940, convierten a Donnadieu en uno de los miles de refugiados que llegan a Perpiñán con la esperanza de embarcar hacia Inglaterra i unirse a las fuerzas de la Francia Libre que De Gaulle se empeñaba en levantar contra viento y marea.

Ante la imposibilidad de encontrar pasaje y después de unos meses enrolado en Jeunesse et Montagne, grupo paramilitar integrado por oficiales del arma de aviación que se preparaba en los Alpes para una hipotética ofensiva francesa que nunca llegó, Donnadieu desestimó huir por los Pirineos -"Había oído que si la policía franquista te pillaba te encerraba en un campo de refugiados. Posteriormente he sabido de la existencia de redes de evasión que operaban desde Andorra, pero entonces no tenía ni idea"- y optó por refugiarse en Suiza. Esto fue en otoño de 1942. En Friburgo, oficiales del ejército suizo lo pusieron en contacto con miembros de la Resistencia. Se enroló y lo destinaron a Lyon, donde se instaló a principios de 1943. Aquí se quedaría hasta li liberación de la ciudad por las fuerzas aliadas, el 3 de septiembre de 1944. El primer destino, ya con uniforme francés y con la guerra todavía en marcha, fue París, en la división que buscaba y capturaba criminales de guerra. Un trabajo sucio que rápidamente desengañó al antiguo resistente.

Donnadieu se acogió al decreto de De Gaulle que permitía a los antiguos oficiales de la Francia Libre reconvertirse en administradores coloniales. En 1946 embarco hacia Indochina, entonces todavía colonia francesa y que acababa de ser recuperada de manos de los japoneses. La aventura asiática se prolongó dos años durante los que se encargó básicamente de reconstruir la administración colonial, primero desde el servicio de reparaciones de guerra -que devolvía a sus legítimos propietarios los bienes incautados durante la ocupación nipona- y finalmente como "controlador" o recaudador de impuestos coloniales en Cholon, la ciudad china pegada a Saigón -"Como Escaldes y Andorra la Vela", dice- y que ya entonces era la capital pública y notoria de la prostitución, el juego y las drogas. Unos ambientes, unos personajes y unos argumentos, por cierto, que han inspirado una considerable bibliografía (El americano impasible) y también un buen número de películas (Indochina), y que el mismo Donnadieu aprovechó como materia prima de su debut literario, la novela negra Cholon (L'Harmattan). "Cuando llegué, aquello era la selva. Mi misión consistía en devolver los bienes expoliados, pero nos encontramos con que los nativos no cerraban sus tratos con documentos escritos. Ni contratos ni facturas ni recibos. Nada. Todo lo hacían de palabra. Era imposible que alguien demostrara documentalmente la propiedad que reclamaba. Entonces, y para evitar que salieran a subasta y acabaran en manos del Vietminh -una amalgama de partidos entre los que se terminarían imponiendo los comunistas del Vietcong- las casas, coches, electrodomésticos y armas, muchas armas, que habíamos recuperado, ideé un procedimiento quizás poco ortodoxo desde el punto de vista administrativo pero que acabó funcionando: aceptamos declaraciones juradas como prueba de propiedad".

Todos estos antecedentes convierten a Donnadieu en testimonio privilegiado del avispero en que Incochina, después Vietnam, estaba llamado a convertirse. De Gaulle, Ho Chi Minh y Leclerc, tres de los protagonistas de los convulsos años que precedieron a la intervención norteamericana, pasan bajo el ojo crítico de Donnadieu. Deja claras sus nulas simpatías por el líder comunista, pero también cómo la escasa cintura negociadora de la metrópolis hizo imposible el entendimiento con un personaje "culto y francófono", dice: "El gran error fue creer que la solución podría ser militar. Desde mi punto de vista, lo que se imponía era negociar con el Vietminh para tantear las condiciones en que Francia podría salir de la región conservando la influencia cultural, política y económica. Creo que Leclerc -el de La Nueve, entonces comandante en jefe de las fuerzas francesas en Indochina- tenía también esta idea en la cabeza. El mismo De Gaulle, que en la época ya no tenía responsabilidades de gobierno, reconoció años después que era inútil enviar a un ejército a luchar contra un pueblo que exigía la independencia. Pero el estado mayor no lo entendió así. Y aprovechó que Ho Chi Minh se había trasladado a Francia para parlamentar con el gobierno para bombardear ciertas ciudades costeras. Aquello fue el detonante de la guerra".

Donnadieu ya no la vivió in situ: en 1947 se había desengañado completamente sobre las posibilidades de llegar a una solución pacífica y solicitó la repatriación. Se ahorró el progresivo encarnizamiento del conflicto, que culminó con el desastre francés de Dien Bien Phu (7 de mayo de 1954), que a su vez precipitó los acuerdos de Ginebra y la paz provisional. Inmediatamente los EEUU tomarían el relevo de la antigua metrópolis, pero esta es ya otra historia. La conclusión de Donnadieu es triste: "Des de los años 40 hasta que los EEUU evacuaron Saigón, en abril de 1975, varias generaciones de vietnamitas habían crecido en un clima de guerra. Ya no sentían ninguna nostalgia de Francia ni de la época colonial porque, sencillamente, no la habían conocido. Y claro, el sentimiento francófono se estaba diluyendo. Al final, no diré que Vietnam se hubiera convertido en un país antifrancés, pero lo que está claro es que había dejado de ser un país francés. Una lástima".

[Este artículo se publicó en mayo de 2005 en Informacions]

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