Pues parece que sí, aunque vaya por delante que entramos en terreno pantanoso: el laurediano Hugues Lafontaine, aquí en funciones de historiador (Avranches, 1954), recogió el relató diez años atrás de labios de Emmanuel Barrategui, antiguo resistente y passeuer de Prada hoy fallecido, que aseguraba haberlo vivido en primera persona. Como suele suceder en las historias de pasadores, sobre todo cuando las cosas salieron bien y no dejaron por lo tanto rastro en los archivos policiales, no hay pruebas ni documentos. Así que habrá que fiarse de Barrategui. Lafontaine lo hace, y el episodio constituye de hecho -advierte- la única aportación inédita y de primera mano de Andorre, 10.000 ans d'histoire, que vio la luz hace unos meses y por el que el próximo 12 de septiembre recibirá el premio especial a a la amistad franco-andorrana de los Juegos Florales de Maseras, en la Arieja.
El resto del volumen consiste en un breviario para neófitos en los asuntos andorranos confeccionado a base de lecturas algo caprichosas, así que vayamos sin dilación al rocambolesco episodio que hoy nos ocupa. Contaba Barrategui que cierto día de 1944, y con el secretismo reglamentario de la clandestinidad, recibió el encargo de servir de chófer a un individuo a quien no conocía de nada. Se encontraba entonces en Tolosa y una vez subió al coche, le hizo detenerse en la plaza del Capitolio, el centro administrativo de la ciudad. El desconocido se apeó, se dirigió a la terraza de un café, y decerrajó a un tal Jean Cavalerie, oficial francés a sueldo de la Gestapo.
El asesino resulto ser -aunque esto no lo supo hasta más tarde- Pierre Loutrel, más conocido -mucho más- como Pierrot le Fou (Sarthe, 1916-París, 1946), celebérrimo gángster francés de breve y sanguinaria trayectoria -fue el primer delincuente a quien la policía gala colgó la muy cinematográfica etiqueta de "enemigo público número uno"- y cuya peripecia inspiró en 1965 y muy libremente la película homónima de Godard -"Ay, Jean Luc, ay, Jean Luc, vull entendre-ho però no puc": pues sí, este Godard-, con en el bello Belmondo en el papel protagonista. El caso es que nuestro Pierrot, que ya exhibía con un currículum más negro que el carbón, se había plantado en Tolosa justo antes de Normandía, y cuando la derrota alemana era solo cuestión de tiempo, con el objetivo de borrar su infame paso por la Carlingue, la rama francesa de la Gestapo, especializada en el desmantelamiento de las redes de espías aliados en territorio galo.
Le Fou -hay alias que describen perfectamente a su inquilino y no necesitan explicación: recuerden aquel etarra a quien llamaban El Pajas- necesitaba borrar mancha tan peligrosa de su expediente, y la red Morhange, una especie de anti-Carlingue que operaba en la zona de Tolosa a las órdenes de la Resistencia, necesitaba tipos duros. Hombres malos con que enfrentarse a los malos más malos del momento: la Gestapo. Pierrots, en definitiva. La eliminación de Cavalerie fue algo así como un examen de ingreso, y el Loco -ahora con nuevo alias: Pierre d'Héricourt- lo aprobó, claro. Pero liquidar a los amigos de la Gestapo era un juego peligroso, incluso en julio de 1944. Así que Loutrel/Héricourt tuvo que huir, y Barrategui fue, de nuevo, el encargado de conducirlo al otro lado de la frontera. Como pasador, Barretegui acostumbraba a coger la ruta que saliendo de Prada, y pasando por Sallagosa, desemboca en Alp, ya en la Cerdaña española. Pero en aquella ocasión se dirigieron en coche hasta Acs, y aquí iniciaron a pie el último tramo del periplo: "Sallagosa quedaba demasiado lejos para ir caminando, así que decidí pasar por Andorra, que era el camino lógico; en el último momento, un contacto nos advirtió que los hoteles estaban controlados por hombres a sueldo de los alemanes, así que cruzamos el país por la montaña, evitando en todo momento las zonas habitadas".
Carne de 'El Caso'
El relato de Barrategui concluye aquí, y es una lástima porque es precisamente éste el período más oscuro de la biografía de Pierrot: según algunos, regresa a su antiguo oficio, atracos, secuestros, extorsiones y demás, que había ejercido en el París de la Ocupación.. Según otros, pasó brevemente por la prisión de Saint Michel, en Tolosa, todavía bajo mando alemán. Incluso hay quien sospecha que tuvo algo que ver en el asesinato de un tal Michel Skolnikoff, alias Mandel, hombre de negocios que se forró con la Ocupación y cuyo cadáver apareció en junio de 1946 medio calcinado en el interior de su automóvil, en la localidad de El Morlar, entre Madrid y Burgos. Según esta versión, Loutrel trabajaba en esos momentos para la Direction Générale des Études et Recherches, el servicio de inteligencia francés. En fin, que lo único claro es que durante unos meses de le pierde la pista, que reaparece en París después de la Liberación, y que en compañía de tres antiguos conmilitones de la Carlingue -Henri Fefeu, Abel Danos y Georges Bouchesseiche, qué nombre sensacional para un gángster- constituye lo que la prensa de la época bautizó con el nombre del Gang des Tractions Avant, por los coches - el popular Citroën de tracción delantera, en francés, Traction Avant, más conocido en la España del momento como Pato- con que acostumbraban a perpetrar sus golpes.
Bebedor consumado y, por lo que parece, de muy mal vino, hombre de gatillo fácil -once fiambres en el zurron- y atracador vocacional -entre febrero y noviembre de 1946 se le atribuyen una quincena de golpes- lo de Pierrot solo podía terminar mal. Y así fue: el 6 de noviembre cae herido después del atraco a una joyería de París. Hay quien dice que a consecuencia de un tiro que se le escapó al mismo Loutrel -hasta las cejas de alcohol- en plena huida. Lo cierto es que murió cinco días después, y que sus colegas enterraron el cuerpo en una isla del Sena, cerca de Porcheville: el cadáver no apareció hasta tres años después, en una operación que la policía de la capital explotó mediáticamente -no se pierdan la serie fotográfica con la exhumación del cuerpo: ¡ni Elmore Leonard! En fin, que al lado de judíos con una mano delante y otra detrás como Carla Kinhi y familia; de aviadores aliados de la estirpe gloriosa de Supersonic Yeager; de celebrities como los Rotschild, y de los matemáticos polacos que descifraron Enigma -Marian Rejewski y Henry Zygalski- entre los centenares, quien sabe si miles de fugitivos que cruzaron nuestras montañas durante la II Guerra Mundial también hubo gentuza como Pierrot le Fou. No nos podemos quejar: tenemos de todo.
[Este artículo se publicó el 24 de agosto de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]